Friday, December 15, 2006

Cuando las ofertas se vuelven afrentas



Podría omitir el origen de esto e ir directo al meollo del asunto: lo macabro que es Wal Mart y lo anélidos que son los amos de las multinacionales. Podría, pero no lo voy a hacer, porque mis queridos lectores habrán advertido que no puedo postear nada serio sin embarrarlo con algo chocarrero. Hay otra razón: creo que es obligatorio retomar todas esas naderías que vivimos íntima y cotidianamente por más que hablemos de cuestiones macro. A fin de cuentas, es en nuestra exigua existencia donde sentimos en verdad y cabrón todas y cada una de las repercusiones de las que nos abastece el buen sistema. La relación es brutalmente dialéctica. Es como un eslabón – detallado y palpable – que sucede a otro más viejo y personal, que a su vez se engarza con otro y otro y otro, y que simultáneamente es el dibujo de una cadena en una hoja de papel, adherida a una de las caras de la historia estructural donde habitan Wal Mart y los grandes capitales, los cuales se licuan en una banda de Möbius pero con espacio elástico, o sea, en una botella de Klein que hoy tiene la textura del capitalismo! Puta, ya me enredé yo solo con esta topología de la historia... Ya basta. Volvamos a la microfísica del joder.

Todo empezó hace unos meses, en aquellos días chorreantes de septiembre. Recién acabábamos de grabar nuestro demo casero, una joya, os lo juro, cuando nos dicen que van a demoler el cuarto de ensayo. La familia de Rata decidió entrarle al negocio de los inmuebles y el cuarto de ensayo estorbaba para la construcción de los condominios Gálvez. Nos mostraron los planos. Justo en la esquina donde instalamos la atronadora bataca debería alzarse una fuente con angelitos tallados en la base, a un lado del futuro elevador. Perdón chicos, dijeron, y a los tres días ya había trascabos haciendo mierda las paredes de nuestra linda madriguera.

Rata (no por nada le decimos Rata), siempre encontraba una excusa para que no fuéramos a resguardar los instrumentos. Era de suponer que él lo haría entonces, ¿no?, al fin y al cabo vive ahí mismo. Pues no. Estamos hablando de Rata. Llega un día y nos dice consternado, no mamen, abrieron el techo y ayer que llovió le cayó una cascada de agua a mi ampli. ¿Qué?, le decimos, ¿todavía no habías movido las cosas, cacho de rata? No cabrones, se defiende, todo está bien pinche pesado, yo no lo podía hacer solo. La situación de su amplificador, un Marshal de 100 watts con bulbo, ventilador y chip con inteligencia artificial, era incierta. Evidentemente no lo podía encender ni probar hasta que se secara. Por fortuna, las demás cosas salieron ilesas, hasta mi ampli de bajo, que dada su potencia se asemeja más a una wafflera, pero que ha sabido defenderse del poderoso Marshal. Cuando Rata finalmente encontró un día libre en su apretada agenda, fuimos a acomodar las cosas a un lugar menos expuesto. El lugar era irreconocible, habían levantado seis castillos gruesos como robles que soportarían los 10 pisos y casi me caigo por un agujero, después de tropezar con una viga. Acomodamos los instrumentos en un cuarto alterno. Rata estaba afligido por el futuro de su ampli. Lo puso de cabeza, confiando en que la gravedad escurriría hasta la última gota. Nos fuimos a echar unas chelas al garaje.

Luego nos hicimos pendejos por un par de meses entre que encontrábamos un nuevo lugar para ensayar y cotizábamos los precios de los amplificadores para guitarra. Si el Marshal se había jodido, nos chingábamos redondos. Ninguno de nosotros tenía nueve de los grandes para comprar una madre parecida. Rata no quería probar el ampli hasta que nos moviéramos. Suspenso vulgar. Entonces Rancio, nuestro cantante hippie, dijo que a la mierda, que le diéramos en su cuarto, sacó su colchón al pasillo y tiró el armazón a la basura. Ahora el pedo era encontrar una camioneta para mover las cosas. Nadie nos quiso hacer el paro y Rancio se quedó sin cama.

Finalmente un día, sin más, decidimos bajar las cosas al garaje de Rata y ensayar. El Enanito, un amigo liliputiense que sabe todo sobre circuitos electrónicos y derecho laboral, nos recomendó abrir el ampli y limpiar el cerebro con aire comprimido. El agua ya debía haberse evaporado, pero era probable que oxidara algunas piezas y que se enlodara con el polvo de la construcción. Rata estaba pálido y taciturno. Sabía que su amplificador podía valer verga y el momento de comprobarlo era impostergable. Insté por que nos diéramos unas helodias para encarar con mejor espíritu una factible noticia negativa. Después recordamos lo cagones que somos y con la frente en alto nos dirigimos a la última de las misiones. Pedimos una fría para llevar en bolsa. He de decir que pese a los inconvenientes, fue la mejor del día. Le dimos una mordida al contenedor y nos la bebimos en el camión que se dirigía hacia Atizapán de Zaragoza.

En este punto la historia cobra una dimensión más compleja. Necesitábamos un aire comprimido. ¿Dónde comprarlo? Recordé que cuando yo iba en la prepa, el Güero compraba aires comprimidos en Office Depot y nos drogábamos con ellos. Era divertido, la voz se te volvía toda ronca después de dispararte un poco en la garganta y luego comenzabas a ver unicornios violetas y amarillos. Por esas fechas, todos éramos unos pubertos cabroncetes y jamás reparábamos en la relación entre el minorista al que le comprábamos y la explotación que implicaba. Sólo queríamos ver unicornios. Ahora queríamos salvarle la vida al bueno de Marshal, pero tampoco era para meternos a un puto Office Depot. Nos bajamos en las Alamedas. Cruzando la avenida hay dos plazas comerciales gigantes. Ahí se condensa lo peor de lo ruin: Mc Donald’s, Bancomer, Wal Mart, Mega Comercial (pseudo)Mexicana, Blockbuster, Santander, Radio Shack, Office Max y otras monstruo-tiendas; de nuestro lado sólo hay menudos comercios que se están cayendo poco a poco.

Recorrimos las únicas dos tiendas donde era factible encontrar aires comprimidos. Nada. Que ya no les surten desde hace rato. Mierda de mierda. Como sucede muchas veces, la única opción era meternos a una de esas plazas que Naomi Klein llama category killers. Y es que en verdad son asesinos a sueldo, pues ofrecen tantos productos y tantos servicios y tantas promociones que los pequeños minoristas terminan quebrando frente a tamaña discrepancia competitiva. Por ejemplo, lo que hace Wal Mart es comprarle a los mayoristas cantidades monstruosas de productos, y así termina pagando por pieza mucho menos de lo que el pequeño comerciante de al lado. Entonces los mierdas de Wal Mart ya lo tienen agarrado por los cojones. Mientras se dan el lujo de vender productos con descuento, el pequeño comerciante está en un dilema: si ofrece los productos al precio que Wal Mart, a huevo tendrá que desinvertir, o sea deberá vender en 7 varos aquello que le costó 8. Evidentemente se va a ir a la mierda si pretende competir contra Wal Mart. De tal forma, lo único que le queda es vender el producto a 8.15 varos, tener una ganacia mínima, y rezar por que el estúpido consumidor promedio que se cree toda la mierda de la publicidad opte por pagar 8.15 por un producto que le puede salir en 7. Así quiebran los negocios.

Luego están las tiendas clones que heredaron el modelo Starbucks. Estas tiendas se diseminan más rápido que el E. Coli y son más destructivas que un átomo de uranio fisionado por un neutrón. La estrategia es la siguiente: localizar una zona prometedora y abrir una franquicia. A los dos meses abrir otra a una cuadra de distancia. A los tres meses abrir otra por ahí cerca. Necesariamente las tiendas nuevas robarán clientes a las viejas, parecería que pierden. ¿Pero adivinen quién se queda en realidad sin clientes? De nuevo, el pequeño comerciante. Si tienes 3 Starbucks a la mano, ¿para qué caminar dos cuadras y tomarte un delicioso café molido que traen de la sierra de Oaxaca, qué puta hueva? Las ventas de Starbucks no bajan, por el contrario, sumando las ganancias de las 3 tiendas, tal vez tengan un 150 % de beneficio. Es más, se dará el caso en que uno de esos Starbucks quiebre frente a sus dos gemelos parásitos, pero definitivamente antes habrán torcido a sus pequeños adversarios. Así quiebran los negocios.

Frente a un panorama tan nefasto y violento, Rata ya estaba dispuesto a prender su ampli sin previa limpieza, cuando se acordó de la advertencia del Enanito. Decidimos robar un aire comprimido. Carajo, los category killers serán efectivos para quebrar a quien les estorba, pero no sirven para un pito cuando buscas un aire comprimido. Recorrimos las tiendas donde creímos probable encontrar alguno. Sin resultados. Finalmente llegamos a Office Max que es lo mismo que Office Depot pero con Max. Era imposible que ahí no vendieran esas chingaderas, pero ¿adivinen qué? Los muy mierdas tenían en promoción 2 aires por $135, tenían como cien mil pares de aires, pero ninguno suelto. Fuimos a la caja donde, oh Diosito mío, qué pequeño es el mundo, trabaja un conocido nuestro. Le preguntamos si en bodega quedaría un pobre aire huérfano y nos dijo que nel. Le explicamos entonces que no nos interesaba la promoción, sencillamente requeríamos un aire y punto. Después llegó un remedo de gerente cuya necedad fue suficiente para largarnos de inmediato. La pelandruja no entendía que su oferta no nos servía para maldita la cosa.

Aquí se acaba el cuento. Llegamos a la peor de las monstruo-tiendas: Wal Mart. En Wal Mart puedes encontrar lo que sea. Si buscas un dildo con sabor a pera mantequilla, lo encuentras. Ahí sí había aires sueltos. La pendejada costaba 90, ¿qué pedo con el precio, qué pinche tecnología se necesita para hacer esas madres? Tome uno, lo metí en mi sudadera, me desamarré las agujetas de mi tenis izquierdo, fuimos por siete uvas, mientras Rata las pagaba (creo que fueron 50 centavos), puse el envase en el suelo, lo pateé por afuera de la máquina que suena cuando te chingas algo, di dos pasos, me amarré las agujetas y aproveché el viaje para regresar el aire a mi sudadera, salimos masticando uvas y nos alejamos del paraíso virtual. En casa de Rata abrimos a Marshal, le pasamos unos aires y lo conectamos. Sonaba. Uff. Después llegaron Besos y Rancio. Fuimos por unas cervezas y nos pusimos a darle. Para nuestra sorpresa, no nos entumimos mucho durante todos esos meses de inactividad. En la noche, ya con una buena curda, sacamos una rola nueva. Se llama No Logo, y va dedicada para los comemierdas de Wal Mart y compañía.