la historia del hombre apresurado
pues iba el otro día, no, no, la otra noche, a esa hora en que dividen los andenes del metro pino suárez en "zona para damas" y "zona para el resto", cuando, después de una jornada particularmente desgastante, mientras caminaba despacio pensando en quién pudo haber ideado el mecanismo para abrir los envases plásticos de galletas, pasó volando juntó a mí un señor ejecutivo, uno de esos que se ve que les caga traer corbata pero que la usan con sonrisa de idiota porque si no se les juzga incopetentes para realizar labores de alto grado de complejidad como comprar y revender acciones de empresas recién adquiridas por colosos multinacionales, lo cual normalmente implica un "hasta luego chico, hemos conseguido a alguien con un perfil más completo que el tuyo", y que, volviendo a la historia primaria de este párrafo, a juzgar por la rapidez con que agitó el fleco de mi despeinada greña en el instante en que me revasó, puedo atreverme a formular la hipótesis de que se le hacía tarde, aunque tarde para algo que, objetivamente, bien pudo haber sido intrascendente, pero que en última instancia no le permitió caer en cuenta de que corría hacia la "zona para damas", menos aún cuando el tren naranja inundó el campo visual haciendo tronar sus bocinas de barco enfurecido, y de pronto el ejecutivo en el clímax de su carrera tenía enfrente a un policía gordo y bigotón, un protector del orden y del buen circulamiento de los pasajeros, quien asustado por el posible impacto con semejante empresario hecho la chingada, discidente, violador de convenciones socialmente aceptadas como el no mezclarse mujeres y hombres en situaciones de roce obligatorio, estiró las manos y las piernas formando un tache y se plantó cual arbol de 120 metros del cretácico tardío convencido y resignado a detenerlo aunque tuviera que estrellarse contra su panza de esfera, y justo antes del impacto que quizá hubiera generado una carambola y varios decesos, el señor ejecutivo le cortó al turbo y se patinó hasta dar con el policía gordo y lo tocó con caricia queda y le dio un abrazo que parecía expresar sentimientos de afabilidad y pena, lo cual no implicó que no reaccionara y, esperanzado, hechara a correr hacia el otro lado para, después de bordear un cubo pétreo de 10 x 10 metros perforado por escaleras eléctricas y atravezar un pasillo rebosante de personas consiguiera meterse en algún vagón repleto de hombres tristes y lobos solitarios, y la verdad no sé qué haya pasado después porque como desapareció tan rápido como apareció, además de que yo iba encaminado hacia las escaleras eléctricas que llevan al andén opuesto, no pude ver si consiguió colarse, pero en órden a la ineficacia del metro y su prolongado pipipeo anunicando el cierre de puertas, puede que su esfuerzo y las sobadas con el policía no hayan sido en vano, quién sabe, (ah, no:.)
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