Acto patriota
No hay nada peor que un policía salvo un granadero y nada peor que un granadero salvo un militar. Esta historia trata de un joven militar, un nene de 19 años apenas neófito en la academia bélica pero que hace mucho fue cooptado para hacer suyo el deber de salvaguardar el orden imperante sin que nadie se lo pida. En otras palabras, en su cabecita de chorlito ha anidado la microfísica del poder, que bajo la enseña de buen mexicano soporta esa terrible convicción (subordinante, claro) de que los poderosos le han otorgado una pizca de su poder-autoridad para usarla contra cualquiera que no sean sus superiores. ¡Pobre imbécil! Lo único que le han dado a cambio de su lealtad es un uniforme verde con un gorrito bien pendejo. La verdad es que esos poderosos son los primeros en cagarse en él: en cuanto les deja de ser útil lo cambian por otro cretino y a la chingada con el nene. Mientras tanto irá recolectando méritos para seguir siendo valioso. Tal vez le den una medalla por lo que hizo el sábado pasado.
Para variar yo iba en el metro. Esta vez era la línea 9 y ya eran como las 12:30. Tenía que transbordar en Centro Médico y con un poco de suerte cacharía el último tren que salió de Universidad, eso si no surgía ningún contratiempo. El metro llegó inmediatamente y corría a una velocidad constante. Todo indicaba que mi plan saldría hecho y derecho y que pronto estaría en casa del Costas escuchando a Mal Vasallo y fumando unos porritos con los colegas hasta que vi al petimetre milico sentado en el fondo del vagón. De entrada me dio mala espina, nunca me ha gustado estar cerca de alguien uniformado. Sencillamente me siento incómodo. Pensé cambiarme de vagón en la siguiente estación, Patriotismo (jo, que coincidencia), pero como faltaban nada más 2 destinos para bajarme decidí de plano ignorar al cabrón y punto.
En Patriotismo abordaron tres jóvenes. Una chica y dos cabrones, los tres igual de pedos. La chica era muy guapa, como oriental. Uno de los cabrones tenía pinta de hondureño y el otro era un barbón bien mexicano. No obstante, todos hablaban en portugués. Cámara, pensé, la banda internacional. Sacaron una Indio de las familiares y se pusieron a chupar discretamente. Iban en su pedo sin estar jodiendo a nadie y a mí hasta se me antojó que me invitaran un trago.
Mientras avanzábamos por el túnel el barbón se levantó y sacó un plumón rojo de su mochila. Eligió la pared más amplia y después de voltear al techo como escribiendo primero la frase en su mente, garabateó POR TU SEGURIDAD, MANIFIÉSTATE. A huevo, pensé. Barbón regresó con sus amigos y les pidió chela pero ya la habían matado. Entonces el milico se levantó y, guardando la prudente distancia desde el otro extremo del vagón, jaló la palanca de emergencia. ¡Me lleva la mierda!, pensé mientras escuchaba la alarma y esperaba resignado a que el tren se detuviera. Milico hijo de tu déspota padre ¿qué no sabes que esa puta palanca se usa cuando alguien se está muriendo en el vagón, no cuando alguien ralla la pared? No, no lo sabía: el grandísimo hijo de la chingada tenía la estúpida expresión del héroe que acaba de denunciar a los autores de un acto vandálico, por más que todos los presentes lo veíamos con decididas ganas de matarlo. O sea, había señoras que sólo querían llegar a sus aposentos a dormir, que tenían todavía que alcanzar un camión rezagado pero a este guiñapo del sistema se le salió lo pinche Juan Escutia y ahora nuestro último transporte podía olvidarnos y continuar su marcha.
Si bien no se detuvo, el tren aminoró la marcha. El oriundo de Tegucigalpa le pintó dedo al milico. Le pintó dedo firmemente hasta que llegamos a Chilpancingo. El milico no hizo nada. Su fiero rostro de miembro de escuadra Schutz-Staffel se tornó en una mueca de rencor y pusilanimidad. En cuanto se abrieron las puertas los tres delincuentes se cambiaron al siguiente vagón y el milico de mierda se asomó al andén e hizo señas al chofer como indicándole que el lío había sido en nuestro vagón y comenzó a gritar como demente ¡POLICÍA!, ¡POLICÍA!. Ante el escándalo, los delincuentes optaron por largarse al carajo y echaron a correr escaleras arriba. El chofer que como todos los choferes era gordito, llegó sudando y nada más escuchó el inicio de la explicación del milico, sacó su llave maestra para desactivar la alarma y se largó con una jeta de no mames, ¿ tanto pedo por esto, cacho de imbécil? El milico estaba consternado. No entendía al chofer, no entendía nuestras miradas, no entendía la frase de letras rojas y tal vez por un momento lo que sí entendió fue que era una pendejada hacerle al soldadito, la perfecta carne de cañón en las relaciones diplomáticas de un sistema mohoso y gangrenado.
El niño héroe se fue cabizbajo el resto del camino, escuchando los insultos de los pasajeros. Me bajé en Centro Médico no sin antes decirle de juego: nada más no alcanzo el metro, como voy al colegio militar y te meto el fusil por la culata. Su cara seguía impasible. Me apresuré todo el pasillo de trasbordo pero antes de llegar al andén de la línea 3 un tira me dijo que acababa de pasar el último tren. Ya lo imaginaba. Dejé atrás las entrañas del mundo y me fui caminando hasta casa del Costas. Tardé casi una hora en vez de los 15 minutos habituales pero aproveché para conocer un parque bien chingón donde hay columpios. Me quedé un rato a divertirme oscilatoriamente. Ya me disponía a continuar la marcha cuando, cual fue mi sorpresa al ver a los tres delincuentes caminando en la otra calle. Los saludé de lejos y me respondieron, creo que sí me habían visto en el metro. Me dijeron que habían decidido huir cuando empezó el escándalo porque en las mochilas llevaban mota y envases de caguama y en la boca peste a alcohol y entonces sí los podrían haber atorado o de menos sobornado. Yo les dije que iba a una fiesta y que si no gustaban. Se fueron conmigo. Sobra decir que las fiestas en casa del Costas se ponen bien buenas. Yo hasta me lié con la chica de pinta oriental.
2 Maldiciones:
Me da gusto que estés escribiendo nuevamente. Está bien bueno este post, la narración tiene buen ritmo, y está divertido el cambio de personas. Lo que sí te falló es que a tí no te habrían sobornado, sino extorsionado. Saludos.
Pobres militares, nada más de verlos me da un dolor de estómago bien criminal. Tu vida a cambio de nada.
Interesante post!.
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