Monday, May 11, 2009

Flores





Lo mejor del amor es que nunca sabes hasta dónde puede llegar. Podrás hacerte una idea de sus formas, pero siempre viene un contenido nuevo que demuele tus caminos previos. Lo mejor del amor es que su cualidad de novedad se renueva cada vez. Las huellas nunca encajan. Hoy me volví a enamorar de una prima muy especial. Mariana. Creo que nuestro amor se condensa en las caricias. Caricias que escapan a cualquier cálculo. Mariana y yo nos conocimos por virtud del tiempo: ¡éramos los primos más antiguos, desde 1987 nos conocemos! Claro que ese momento sobrepasa nuestros recuerdos, sobre todo mis recuerdos. Ella tiene una memoria privilegiada; la mía es tan inestable como la onda que se expande después de que una piedra cae sobre una superficie líquida. Pero Mariana se acuerda, y cuando recuerda me perfora la cordura y me vuelve a unos tiempos anteriores, tiempos que me envuelven en la calidez de la mano que explora la piel insomne. Por lo pronto podría decir que la mano que me acaricia, a manera de continuación de la mano materna que murió en el 94, es la de mi tía Eli. Dedos. Precisamente sobre una cobija albirojiza. Dedos. Prolongaciones de un cariño impostergable. De alguna manera el camino que recorre mi tía Eli es el mismo sendero de las yemas de mi prima. Mariana se hace mujer. Siempre lo supe, pero ahora con mayor insistencia. Hace mucho tiempo fui a casa de Mariana y vimos una película de terror, y por supuesto, nos aterramos. Dormí solo. Dormí sumido en el miedo críptico que nunca entiendo. Ahora estoy despierto y son ahora mis dedos los que andan por la vereda de su piel, y ya nada me asusta porque pienso que la angustia es un anzuelo sin carnada.

Mariana no cree en la institución católica pero creé en Dios. Yo no creo ni en mí mismo. El contraste es tan denso como un oasis en medio de la arena. Mi fe se afirma en la blandura de sus pechos, pero sobre todo en la curva de su espalda esporádica, en ese arco bendito de malas costumbres. Hace rato escuché a mi hermano decir cosas sobre la vida, sobre el ritmo desacelerado de la vida. La verdad es que todo está quieto. A veces aquí no pasa nada. Pero Mariana es mi tempestad crónica a la que accedo una vez cada eclipse. Mariana es esa maraña de pelos que acaricia mis falanges, la figura que me abraza hasta el devore, a la que mantengo en movimiento, excitada, satisfecha por lo pronto en un camino divergente en los espejos del deslave. Mis dedos son Mariana y son también el símbolo candente de la nada.

A veces me siento defraudado. Mi corazón se emociona entre jirones de pétalos inconclusos, de esos que el viento cálido levanta. Mi querida prima es de lava. Mi querida prima no sospecha los aludes que descarga. A veces me siento vigoroso como un pino de raíces urgentes. A veces se me olvida la Mariana. Generalmente construyo castillos de naipes, expuestos al viento que reafirma el caos. Mariana es la reina doble (por supuesto, de corazones). Mariana es la melodía que sin quererlo me marca el ritmo. Mariana es el poema que nunca escribí. Mariana soy yo, Mariana es nada. Pero para ser sincero, Mariana es la niña que, mientras me embucho una copa de vino, digita sus partituras sobre el papiro correoso de mi alma.

Un día cualquiera, cuando éramos jóvenes, nos entrometimos en una representación cotidiana. El juego inocuo de la familia. Su casa trepidaba a causa de los aviones que dirección al puerto, hacían cimbrar las paredes rojizas de la Balbuena. Ahí había visto al miedo, como cinta y como nuevo. Ahí se había caído un condominio que casi entierra a la bis Anita y a sus platitos. Los infantes se deleitaban con muñecos de un mundo consumista, el PRONASOL nos aguardaba, para teatreros ilusos nos avocamos. En realidad, las sacudidas nos la pelaban. O eso creímos. Igual que un elenco entrenado, Mariana personificaba a la madre y yo al esposo. Igual que en tu vida, el mercado polímero nos esperaba. Y sin embargo, y evidentemente, la vida nos deparaba sitios distintos. De alguna manera un cupido cabrón nos había flechado, conciente claro, del grande teatro. Las vidas individuales jamás habrían de tocarse. Eso fue lo que nos unió.

La relación sanguínea que une a los primos es tan abstracta que nada vale. De alguna forma mis vivencias se bifurcan de las de ella, hasta el grado límite que uno se pensaría extraño. Pero decía que el amor depara cosas inimaginables. Con esta oda reafirmo el caos. La primigenia es un signo extraño, y entre primos, cosa más rara. Y es que cada vez que me sumergía en este océano de fondo negro, sus medusas claras me arropaban. Mariana es luz, mi lumbre es noche, familia espectro, mitad de rayos. Por esos días yo me encontraba sorteando cumbres de blancas nieves, andaba sin detenerme e ignoraba el canto sublime de las aves sueltas y de las ramas quebradas, sin detenerme iba, sin cuestionarme. Era el último viaje (que apenas comenzaba). ¡Pero crecían hongos y sus esporas me penetraban! ¿Sabes qué era lo qué sentía? En efecto: a Mariana.

Su hermanita, que es también mi prima, se llama Dina. Hoy la sostuve durante un buen rato y de alguna manera me acordé de Mari, me acordé de Ana. Decían que estoy loco y lo celebraba. Organicé un banquete de hartas hadas. Estaba Eli, estaba Alionas, estaba Helena (la sueca) y estaba Ale (la mexicana). Estaban Tanya, y Ana Palindrómica, había tantas flores que el ambiente se condensaba en una suerte de miel lechosa. Entonces me convertí en un insecto. Sin planearlo, busqué un poco de néctar y un camaleón me atrapó con su lengua viscosa. En vez de volverme comida, adquirí colores impensables y en nuevas flores me fundí. En cada espora estaba la cabrona de mi prima. Sólo un río podía atraparme. Sin meditarlo me abrí camino entre la espuma, todo era azul, azul lechoso. Sin meditarlo me dejé arrastrar. ¿Sabes como terminan los insectos? Aplastados.

Existe un circo que sabe reírse de la realidad. Pamela camina en un diábolo y en él giran las lunas de cada noche. Igual que el sembrador que planta higos, consideré oportuno diversificar el cultivo. Meterme en varias carpas. Si no me río, no me siento bien. Mariana pisa con sus dedos la atmósfera circense. Mariana es mi prima linda y yo me siento árabe. ¿Recuerdan que como buen clasemediero planté un día un ahuehuete? Sucede que estos árboles gigantes en algún momento son semillas palpitantes. De pronto brotan, y son un fino tallo con algunas hojitas. Así florece el amor. El amor es un sentimiento que se comparte. Yo no sé qué podría hacer sin todas estas flores.

1 Maldiciones:

At 4:29 PM, Anonymous Tazi said...

Sin duda, el amor se comparte... y el darse sin esperar recibir es el mismo regalo.

¿En realidad estás enamorado? o ¿no?... de todas maneras, lo ha parecido por la intensidad. Muy bello!

 

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