Sunday, February 20, 2011

El animal enfermo (cuadernos póstumos)




“Primates lampiños suspicaces. El fuego encontraron, las manos se quemaron”

Mal Vasallo

“Soy, por fin lo he comprendido, enemigo de la humanidad”

Extremoduro

Bien, ustedes saben que una de las especialidades de este blog es señalar la mierda antropocéntrica que nos constituye histórica y socialmente, con el deseo de que el lector opte por demoler lo peor de sí mismo, y por supuesto, que en vez de chillar se ponga a tejer una nube de sueños rizomórficos. Para esta entrega les propongo el siguiente ejercicio: partiendo de que el humano es un ser arrogante que, ante la incomprensión, menosprecia aquello que no se ajusta a su realidad simbólica, podríamos hacer un recuento de algunas de las contradicciones a las que nos conduce la creencia de asumirnos como la puta cumbre de la existencia. Les adelanto: esto va a ser como escupir para arriba, como probar el martillo que desintegra nuestro orgullo en su arqueología y matriz. Aquí no hay cabida para humanos mariquitas, de esos que son razonables y no usan su razón para observarse. ¿Se ha entendido? Tenemos que ser severos para reconocer el origen de tanta estupidez que acostumbramos decir, pensar, hacer (especialmente cuando su fundamento proviene de una desgastada obsesión de raíces narcisistas); y empezar por admitir que el espejo histórico de la vereda humana refleja a un animal enfermo, embaucado por sus propios engendros, decadente, que reprime torpemente sus sospechas de que además de la vida como cálculo existe una pluralidad radical de posibilidades para relacionarse con el mundo.

Infatigable y ciego, el animal enfermo se deleita con un anzuelo sicológico que lo transforma en amo de la diferencia. Quien ha llevado este hábito al extremo es el pensamiento etnocéntrico moderno: la hipótesis universalizada y cada vez más refinada según la cual la racionalidad es la voluntad que determina la realidad (que a su vez es la secularización del designio de aquel dios malhumorado que nos permitió inmolar a todas las bestias y creaciones inferiores (Embustes: 3,15)). De hecho, se trata de un principio clasificatorio de las cosas en dos órdenes opuestos, por un lado la naturaleza, y en el límite, la cultura. ¡Y sin más, se pretende que esta oposición sea jerárquica! Para mí está bien claro que nada hay en el humano que lo haga superior a los demás seres vivos. En la naturaleza, de la cual formamos parte, todo es de la misma importancia e interés, decía Segal. Pero nos han educado para valorar los pensamientos por encima de nuestro cuerpo y, en general, de las pulsiones de ese ambiguo estado denominado “natural”. ¡Mierda, como si nosotros fuéramos algo diferente a organismos biológicos! Imaginamos, sí, un mundo simbólico, vomitamos representaciones, regulamos el cuerpo, sintetizamos la vida, y avocados a la abstracción dizque dominamos la tierra. En algún momento perdimos el control y, ya sin ningún otro predador, nos abandonamos a tan peligrosa ficción. Hombre: lobo del hombre y lobo de lo que te salga al paso. Ésta es la historia de las sociedades.

I

¿Qué distingue, para empezar, a un animal saludable de un animal enfermo? Nietzsche es filósofo del sentido y, según él, no hay animal más sano que aquél que afirma con radicalidad su voluntad de existir. De ahí que lo enfermizo se manifieste como una fuerza opuesta al acto de afirmación: una reacción negativa. Un animal decadente es aquel que deja de afirmarse como fatalidad, es al que la vida le importa poco y se abandona de sí mismo. En la vida salvaje cualquier animal enfermo que ha sobrepasado el umbral de su autoafirmación está condenado a morir; y aquí está el meollo del asunto, pues si es así, ¿cuándo chingados vendrá la fecha de nuestra expiración? Pocos son los que afirmarían que el humano es un ser enfermo o una voluntad reactiva, y menos desde los parámetros confortables de la modernidad occidental, tal y como lo dice nuestra propia experiencia. En realidad, el hombre oculta su enfermedad a través de un relativo distanciamiento de la vida salvaje –o como señala Sloterdijk, mediante la revolucionaria incubación de la antinaturalidad dentro de la propia naturaleza. Dos son los fenómenos que garantizan este ocultamiento: tecnologización de las relaciones hombre-mundo y reproducción secular de patrones culturales. Mi camino para defenestrar el orgullo humano será, pues, demostrar que ambos son constitutivos de una realidad social sui generis, pero en ninguna medida antitética con lo estrictamente biológico (si no podemos desprendernos de una, tampoco de lo otro). Y también que en coexistencia, como de hecho pasa, es imposible jerarquizarlos ni subordinarlos. El sentido común pensaría diferente, reduciría más bien lo biológico a la simple satisfacción de necesidades básicas (energía, oxígeno, calor, apareamiento, etcétera), y su expresión como instinto vergonzante. Pero sucede que, además de básicas, estas necesidades son vitales. Y, bueno, mierda, qué decir, yo no sé que carajo seríamos si de verdad pudiéramos suprimir nuestros gloriosos instintos y maraña de pulsiones. La cosa es que nuestro organismo requiere un quantum mínimo de satisfactores de necesidades vitales y si no las cumples, pues vete despidiendo de esta chifladura de mundo. Por lo tanto, sería un error creer que nuestro molde social es irreducible: tal es la apuesta del animal enfermo.

Comencemos con la tecnología como simulacro de antinaturalidad. Se trata, en términos generales, de cualquier transformación del medio ambiente dirigida a la consecución de un fin humano. Olvídate de tu iPhone con millones de aplicaciones. Tecnología es barbecha, siembra y cosecha; también es comida cocida, riego, domesticación, y cualquier herramienta empleada durante el proceso. Como quien dice, sin agricultura no hay cultura. Por supuesto, hoy el universo de los productos tecnológicos nos lo comenzamos por representar a partir del régimen digital impuesto con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información, y en general, como cualquier elemento funcional en la dinámica de los espacios urbanos como infraestructura, comunicaciones, transporte, informática, industria, etcétera. Este arsenal de mercancías llamado capitalismo tiene su origen en la aplicación de técnicas de dominio sobre la materia para extraer plusvalía del trabajo, pero como se puede adivinar, la tecnología es tan vieja como el pinche hombre: fuego, palos afilados, chozas, pigmentos vegetales: hasta las primeras hordas ya andaban haciendo de las suyas, los muy cabrones. Hoy la tecnología se ha refinado en la producción de lujo y seguridad. Cuando pienso en la absoluta dependencia que desarrollamos por las mediaciones tecnológicas, desde los orígenes de nuestra especie, descubro el contorno de ese fantasma que nos gobierna. ¡Mira si no fue genial creernos radicalmente distintos al extenso resto de seres vivos, simplemente porque aún no hemos visto un árbol con ropa o una paloma armada! Si nunca sacamos la mirada del humano por sí mismo, podemos pasarnos la vida entera (que nos la pasamos) creyendo que nuestro modo de vida es cierto, único y necesario: aniquilamos, por defecto, la pluralidad y la diferencia.

La tragedia del ser humano consiste en que las herramientas que desarrolló dejaron de ser extensiones de su cuerpo y devinieron en amputaciones. No hay que hacernos tontos. El evolucionismo es un fantasma que nos proporciona tranquilidad, pero la neta es que estamos bien lejos de haber desarrollado adaptabilidad o mecanismos efectivos de supervivencia. Y es que sin herramientas, que son la materialización de la voluntad de cálculo, no somos otra cosa que una plasta atrofiada de sentidos entumidos. Al referirse a la virtual hegemonía de la vista sobre nuestros demás vehículos de percepción, Sartori dice que somos homo videns, pero incluso este sentido campeón es demasiado patético como para suponer que de él dependeríamos, no digamos ya para leer eslóganes trillados en una avenida con alumbrado público y escaparates incandescentes, sino para poder ubicarnos en cualquier lugar agreste en la noche abierta. Porque volviendo al ámbito de la estereoscopia, nadie me desmentirá que para buenos mirones, mejor los búhos, halcones, y cualquier ave rapaz capaz de ubicar a su presa a 3000 kilómetros de distancia. Pero, ¿y todo el desarrollo de la ciencia óptica en materia de lentes? Bueno, yo no necesito de un puto telescopio para ver que la luna es hermosa. Humano miope: ¿algún día dejarás de tropezarte con los simulacros de siempre?

[... el ser humano no se adapta al medio, sino que lo adapta a él]

[Daniel Freidemberg, Lo espeso real:

Igual que negros arcángeles volando,

o como insectos sobre el agua quieta,

los pensamientos hacen sombra en el mundo

pero entretanto el mundo da otra vuelta, se alarga,

cambia de tonos, empieza a hacer calor.]

II

Yo a cada rato escucho a seres prepotentes utilizando insultos especistas, sin que reflexionen sobre el valor de esos insultos. Epítetos como ‘animal’, ‘cerdo’, ‘perra’, ‘gallina’, ‘víbora’, ‘bicho’, etcétera, se distancian inmediatamente del significado original para exhibir la vanidad mierdosa del ser humano. ¡Como si ser un hombre fuera motivo de orgullo! Cuando yo me encabrono con alguien y quiero manifestar mi ira, lo que hago es decirle: “eh, so mierda, tenías que ser HUMANO, maldito homínido hijo de tu chingada verga”. En cambio las personas sensatas optarían por befas de un vocablo, tan brillantes como las anteriores. Dirían: “ANIMAL” o “te comportas como un animal” o “no seas animal”... Pero decirle a un humano que es un animal, ¿no es acaso un pleonasmo digno de un monumento? Lo que pasa es que las ínfulas humanoides normalmente nublan el entendimiento y conducen a contradicciones de este tipo. Por ejemplo: cuando alguien es muy sucio se le considerará un ‘cochino’, cuando es muy puta, ‘zorra’, cuando es muy imbécil, ‘burro’. Pero hasta donde yo sé, ni los puercos son sucios, ni las zorras son putas, ni los burros son imbéciles. Todas esas valorizaciones son humanas, y como tales, sólo adquieren significado por consenso. La suciedad tiene sentido sólo cuando se ha construido una relación por oposición entre la higiene y la mugre (por cierto, los cerdos conviven con las bacterias de su mierda porque su organismo lo soporta, no es que sean a-higiénicos), y que distingue moralmente lo puro de lo profano. La putez, sólo cuando las relaciones sensual-sexuales se tasan en función de parámetros culturales como la monogamia, poligamia, poliginia y (ocasionalmente) poliandria. Y bueno, la imbecilidad es condición común de todos los humanos, pero sólo adquiere significación cuando se desarrolla un tipo hegemónico de conocimiento que subordina formas distintas de representarse la realidad. Así nos podemos seguir con una larga lista de caracterizaciones antropoides. Las gallinas no huyen porque sean miedosas, sino porque afirman la vida con explosión, conservándose a salvo de algún depredador. Los gusanos no son despreciables: sólo son unos vermes imperturbables que viven en la tierra o en el interior de los vegetales. Aquí el único sucio, prostituto, imbécil, miedoso y despreciable que conozco es el humano. Y por favor no me tachen de misántropo, que siendo justo también debo reconocer que hay buenos humanos animales, como los camellos, que nos surten de drogas.

Por otro lado, el animal enfermo ha sabido infectar a otros animales, y esto en dos formas: la tácita, como domesticación; la explícita, como explotación (ganadería tradicional, industrial, y cualquier medio de reificación de los animales en cosas). La liberación animal se concentra casi exclusivamente en combatir esta última forma de dominación. Veamos qué pedo con la domesticación. A ver, en corto, si ahora le digo que me mencione un animal doméstico, ¿qué diría?... ¿Perro? ¿Gato? ¿Pez? ¿Tortuga?... ¿Humano? ¡Bravo!, si dijo humano ya puede ser aspirante a columnista de este blog. En efecto, el hombre es el campeón doméstico. Entre pautas morales, normas, tradiciones, instituciones y coacción, nuestra especie ha conseguido domeñar las pulsiones más vitales. Y es que hasta la fecha no conozco a nadie que supere al hombre cuando se trata de constreñir sus deseos. Cuando una pulsión instintiva pugna por expresarse, inmediatamente la reprimimos a través de mecanismos como la vergüenza o la violencia. ¿Recuerdan que Freud hablaba del malestar de la cultura toda vez que se impone, a nivel psíquico, el principio de realidad sobre el principio de placer? La autocontención es la consecuencia inmediata de este proceso. De cierta forma, somos unos policías con nuestro cuerpo, vigilando que no nos tome por sorpresa un deseo íntimo. Y como resultado final de esta situación, ahí tienes a unos pinches humanitos que les da pena enseñar los genitales, que inventan dioses y se sienten inferiores, que dejan de hacer lo que quieren por hacer lo que deben.

Pero estábamos en eso de que el humano contagia, con mayor virulencia que el sidral, esa enfermedad incurable que se llama domesticación. Los animales no humanos que conviven cercanamente con nosotros están colocados, por fuerza de la dependencia, en una posición vulnerable. No faltan imbéciles que piensan que la relación con un animal doméstico es feudal, si no esclavista. También hay los que les procuran cuidado e incluso desarrollan vínculos afectivos por sus mascotas. No es el punto. Creo que no hacen falta barrotes para comprender que hay algo extraño en que un animal no humano se acerque regularmente a uno humano a cambio de protección. Probablemente sea un proceso similar a la amputación que sufrimos cuando media la tecnología: la domesticación, a su modo, es parte del refinamiento del lujo y la seguridad, sólo que aquí intercambiamos lujo por aprovisionamiento de alimento y seguridad por protección. Aún así, nunca llegarán a colocarse en una situación contradictoria con su naturaleza. Ellos seguirán comportándose con animalidad, con la única diferencia de que se vuelven más dependientes de un medio artificial, de un proveedor constante, y probablemente en condiciones naturales se la vean más negras que un pariente silvestre.

Hasta ahora me he concentrado en nuestra línea blanda, pero sospechará el lector que contamos con métodos más duros. Pues si de atrocidades se trata, hay que ver cómo nos comportamos cuando vienen... las bíblicas plagas. Detentando arbitrariamente el derecho de matar lo que le molesta, el humano tiene la aberrante costumbre de asesinar animales distintos a él (lo cual, en rigor, no es cierto, ya que también se nos da bien el masacrarnos entre nosotros). Porque hay que decir que cuando no se trata de sacrificar animales para procesarlos como mercancía-comida, el hombre sigue siendo especista en muchos de sus usos. Por ejemplo, es un gran exterminador de plagas. Pues como lo promueve el derecho internacional, los estados se reservan la posibilidad de realizar un ataque preventivo cuando alguna plaga maldita amenaza con desestabilizar su seguridad interna. ¿Pero qué es eso de PLAGA? Para empezar, no son castigos divinos porque dios no existe. Cuando me dicen de plagas yo me imagino a una masa de individuos que parece desbordarse, como si nunca dejara de crecer. Y además, que esa masa contiene una fuerza destructora (real o imaginaria) que devasta, o al menos ocupa, todo lo que queda a su paso. Entre los clásicos no tenemos a la peste bubónica, sino a las cucarachas, las ratas, las termitas, y en general todo lo que cumple con las dos características que dije y, peor tantito, si se trata de bichos feos que indignan a la moral quisquillosa de mis hermanos, los hombres sensibles. Lo malo es que ninguna plaga ha sido suficientemente poderosa para acabar con nosotros. Y es que en cuanto los roedores se aproximan a la cuna de un bebé humano para comerse sus ojitos, una ratonera sale al paso, de esas que huelen a queso para camuflar el pegamento letal. O una rociada de raid ponzoñoso, para acabar con la vida de un hematófago porque es ininteligible tolerar una comezón pasajera. El ilusorio distanciamiento de la naturaleza nos ha condenado a una paranoia permanente hacia todo lo extraño, tanto más cuando rebasa nuestros estrechos moldes de comodidad. Lo que nos intriga de las plagas, antes que su calidad inminente de amenaza terminal, es la posibilidad de que su masa desborde la lógica de nuestra moral. ¿O acaso no es tan aterrador que algo inmundo trascienda nuestro pudor, tanto como que desconozca nuestras frágiles convenciones sobre la propiedad privada? Pero fuera del mundo social del hombre, el pudor y la propiedad son sólo cuentos de locos. Y de regreso al mundo natural, del cual nadie sale por más que se insista en que tenemos una segunda naturaleza, las plagas constituyen un mecanismo de reequilibrio de las tasas poblacionales de las distintas especies que integran un bioma. Punto. No son instrumentos apocalípticos, no son la encarnación de la maldad. Y en caso de que el ecosistema no conozca un nuevo punto de interdependencia de sus partes, tarde o temprano será insostenible y morirá y su biomasa regresará a la tierra y la nutrirá de vida. En la naturaleza, la muerte es una parte fundamental de cualquier ciclo.

Pero yendo más lejos, ¿qué pasa si invertimos el argumento y tenemos al humano como un tipo de plaga? No me vayan a decir que alguien se sacó de la manga algún puto privilegio supramundano, para que sin más, quedemos excluidos de tan aborrecida categoría. Ni madres, hay que ver si cumplimos con los prerrequisitos de masa desbordada y destructiva: a ver, para empezar la especie humana está rayando la modesta cifra de 7,000 millones de individuos, población que hace 60 años no era ni una tercera parte de lo que es hoy. Esto equivale a una tasa de crecimiento del 141%. En 1950, por ejemplo, la única ciudad con más de 10 millones de humanoides hacinados era Nueva York. Hoy son 26 manchas grises las que rebasan esta cifra, y tan sólo en América Latina han crecido 4 monstruos con hipertrofia. Si nos comparamos con la población de algunos invertebrados, principalmente insectos, nuestros censos parecen ser más modestos. Sin embargo, aquí la clave radica en vincular la densidad demográfica con su capacidad destructiva. Ni siquiera tenemos que señalar que los chingamadral de millones de bichos vivos, lejos de desbordar sus entornos, participan de los ciclos ecológicos pues su presencia es importantísima como biodigestores al final de la cadena trófica.

En contraste, las megápolis humanas han demostrado ser terriblemente destructivas con su ambiente, tanto más cuanto centralizan vivienda e industria. Por supuesto que hay formas no occidentales, digamos comunitarias, de relacionarse con el medio y numerosos son los casos en que esto se hace con respeto, sabiduría y cuidado. Pero el capitalismo occidental, dada su esencia expansiva, es especialmente preeminente en el circuito devastador. ¿Han visto el reloj que simboliza la edad de la Tierra? Dicen que la prehistoria e historia del hombre equivalen más o menos a la última fracción de segundo de un día de 24 horas. Por favor, ¿alguien me puede decir si alguna vez ha existido una especie tan imbécil e insensible como para causar tanta destrucción en una porción tan ínfima de tiempo? Por cierto que si queremos ser rigurosos, a esa fracción de segundo hay que restarle la contraparte del minúsculo fragmento que corresponde a la expansión de los procesos modernizadores que, por su globalidad e intensidad, es la etapa más destructiva de toda la historia (si hice bien la regla de 3, en nuestro reloj de 24 horas que representa 4,500 millones de años, los últimos 200 años de modernidad corresponderían nada más y nada menos a 0.00384 segundos, es decir, ¡a poco menos de 4 milésimas de segundo!). ¡Mierda!, qué plaga ni qué chingaos, éstas son palabras mayores: ¡somos la puta catástrofe en persona!


Sunday, July 05, 2009

Democracia, mis cojones



Y para los que creen que esta credencial es obra y gracia de Photoshop, les comento que ese soy yo hace 15 años y que, aunque era punk, tenía sentimientos, además de que parece que estoy registrado en el IFE y por lo tanto soy ciudadano de este país. Pero no vayan a pensar que por portarla, pretendo ir a votar este 5 de julio. ¿Votar, yo? Si tengo credencial es porque cuando uno ya es adulto, según, pues acostumbra ir a tramitarla, y es que así le hace la gente en general, ¿viste? Además te la piden cuando quieres meterte a una inmunda chamba. O cuando te tuercen los tiras. En fin, el puto plástico sirve toda vez que nos vemos involucrados en algún trámite burocrático-racional, porque según me han dicho es una identificación personal que dice quién eres. ¡Chale, como si mi nombre, domicilio, clave de elector y demás referencias fueran un resumen fiel de mi ser! ¡Yo soy un organismo animal! Pero nadie me va a hacer caso y menos los del orden o los de recursos humanos de alguna inmunda chamba.

En fin, ahora con esto de tanta modalidad de voto –nulo, comprometido, útil, inútil, de castigo, etc.– pensé que era hora de decir las cosas sin tanto rodeo: democracia, mis cojones. Lo cual es doblemente cierto en un país mierdoso como México. ¿Saben cuándo empezó la apertura democrática por estos páramos? En 1977, cuando el PRI arrastraba la doble ilegitimidad de gobierno asesino/partido hegemónico (el perro López Portillo acababa de ganar inexplicablemente las elecciones presidenciales: ¿cómo?, pues contendiendo como candidato único). No le quedaba otra opción que implementar una reforma electoral. Desde entonces los canales de participación y representación fueron introduciéndose en el enquistado sistema político, aunque no hay que olvidar que los nuevos organismos (como el Tribunal de lo Contencioso Electoral o la Asamblea de representantes del DF) eran esencialmente inútiles ante la arrolladora priísta. Parecía, no obstante, que en 1988 el voto popular cardenista sacaría al PRI de los Pinos, pero todavía nos tenían que obsequiar un fraude monumental, con todo y Babalucas. Entonces Salinas y su gran concertacesor, Camacho Solís, instrumentaron canjes de gubernaturas para el PAN a cambio de que reconocieran de facto el gobierno del orejas hijueputa. Pa no hacer el cuento más largo, durante aquel sexenio el PAN se llevó Baja California, Guanjuato y Chihuahua. ¡Por fin la oposición tenía cotos importantes de poder! Sí, pero era una oposición fiel y obediente a las condiciones que le impusieron. Al PRD le tocó bailar con la guapa hasta 1997, cuando se apoderó del gobierno capitalino. Ese mismo año se le dio autonomía a las putas consejeras del IFE (precedidas por Woldemberg y Merino), se creó el TEPJF, y se hicieron algunas reformas que supuestamente consolidaban el terreno para una transición democrática en las siguientes elecciones presidenciales.

Y en efecto, con el nuevo milenio el PRI cedía, después de 70 años, el poder ejecutivo. Teníamos por presidente a un ranchero iletrado, pero cualquier cosa era mejor que seguir soportando las vergas escamosas de esos pinches prinosaurios. Por supuesto, no tardaría en aparecer el desencanto. Fox era bueno para hacer campaña, pero no tenía ni puta idea de cómo gobernar. Peor aún: la tan anhelada transición democrática se estrelló con el hecho de que la bancada panista representaba los mismos intereses que la casta de juniors tecnócratas priístas que, desde tiempos de De la Madrid, había desplazado a los caciques de la vieja guarda, lo cuál significaba seis años más de política neoliberal. Y todavía peor: en un contexto de transición, el PAN nunca mostró voluntad para desmantelar las reglas no escritas del sistema político mexicano, sino que las reprodujo en su interior con la misma docilidad con que aceptó su primer gubernatura: circulación de elites, corrupción, clientelismo, guerra sucia, métodos fraudulentos, entre otras prácticas canallas. La victoria de Calderas fue un proceso ejemplar que demuestra la continuidad con el pasado.

En cuanto al PRD, asistimos a lo que sucede cuando un movimiento de izquierda se institucionaliza y burocratiza, sin mencionar que sus cuadros más viejos proceden del PRI, quezque de su ala democrática. Como cualquier partido, el sol azteca se compone por tribus en conflicto. Pero adoleciendo del colmillo del PRI (que en tiempos de comicios, por ejemplo, puede mostrarnos a una Beatriz Paredes abrazando a un Madrazo), parece que los perredistas se enorgullecen de presumir sin disimulo sus pugnas internas y procedimientos antidemocráticos. Hoy siguen peleados chuchos y obradoristas y esto los va a golpear, a ambos, en las urnas. Así pasó en el 2000, después de otras elecciones internas manchadas de mierda. Por otro lado, sería ingenuo suponer que la izquierda mexicana se reduce a este partido. Y también que la política se reduce a la vía institucional. Pero de esto hablaré al final. Por ahora tengo que referirme a la pelusa partidista: el presupuesto destinado a partidos es tan generoso en México que resulta un buen negocio crear un clan político. Si no pregúntele a los verdes, que no tienen nada de ecologistas y sí mucho de televisos; o a los del Panal, que es uno de los tantos brazos de la maestra Gordillo; o a los del PT, que fueron creados como partido paraestatal para restarle votos al PRD por Carlos “el tacón cubano” Salinas; o a los de Conveniencia o a los socialdemócratas, que se han propuesto la firme meta de alcanzar un quimérico 2% para que no me los abran de patas y se queden sin pastel. Estos partidos enanos no representan un carajo, simplemente se cuelgan de alguna coyuntura o motivo ideológico, confiando en que el pueblo mexicano es suficientemente imbécil como para creer que, ante la triple partidocracia, existen alternativas reales aunque privadas de las oportunidades históricas que acapararon sus hermanos mayores. De hecho, estos últimos tampoco representan un pito, o bueno, representan más bien los intereses de las elites chabacanas mexicanas y también a los afortunados que recibieron un lunch o un chequecito simbólico a cambio del compromiso de votar por algún bellaco que no desayuna lunchs y cuya nómina es sensiblemente mayor que el chequecito.

Si he perdido el tiempo resumiendo la historia vil de las ofertas por las que hoy se supone tendríamos que elegir para determinar la composición de la siguiente diputación, es para mostrar que 32 años de democratización (con los litros correspondientes de sangre derramada) no han servido de mucho, sobre todo si contrastamos los avances logrados desde entonces. ¿De qué pingas me sirve un México democratizado si, independientemente de la rotación de cúpulas, la brecha social sigue creciendo, la impunidad es regla, la represión aumenta, la injusticia gobierna? ¿A mi qué mierdas me importa una supuesta pluralidad cuando los problemas estructurales son ignorados sistemáticamente por todos ellos? ¿Qué puto sentido puede tener una democracia consumada o en proceso de consumarse si seguimos avanzando hacia el desfiladero, y si las instituciones desacreditadas no hacen otra cosa que solapar la procesión insensata?

No me malinterpreten: me queda claro que una Cámara albiceleste no es lo mismo que una amarilla o tricolor, y que centro, izquierda y derecha no son sinónimos. De hecho, es presumible suponer que las cosas habrían sido distintas (y menos jodidas) si el Peje hubiera estado en vez de Fecal, sin llegar al infundado cambio radical que los antichavistas reaccionetas tanto temían. Yo, Guamafune el Magnífico, nunca podría decir que un gobierno de fundamentalismo de mercado da lo mismo que uno de orientación más popular. Pero el punto al que voy es que en todas estas circunstancias hay un elemento que se mantiene constante y que es el que me preocupa: se vote por quien se vote, la sociedad no se salva de la división entre un grupo dominante y uno dominado. ¿A poco creen que estas almas bondadosas no se van a manchar si, una vez que concluyan los comicios, les será conferido el poder de decisión, poder que se extenderá hasta el siguiente proceso, y por mientras, y ahora sí de forma explícita, les valdrá verga lo que pienses, pues según su lógica si votaste ya te chingaste? Y eso que estoy omitiendo a propósito otros peligros aún más ominosos, como el monopolio de la violencia, la mancuerna entre poderes fácticos o la subordinación a los intereses multinacionales.

Y si me toman por un desconfiado enfermo, nada más hay que ver el subtexto mediático que sustenta sus ideas: estos cabrones no tienen puta idea de la realidad mexicana. De hecho, comienzo a sospechar que en cierto punto hasta se creen las mamadas que dicen. Los políticos saben que en el país está cabrona la pobreza y la desigualdad, faltaba más, pero lo entienden sólo como cifras, índices, números. Su puta vida solucionada materialmente los aísla de las personas de carne y hueso. ¿Se acuerdan del brillante comercial del IFE, el del mecánico y la doña en mandil, donde según salen representantes de todas las clases sociales diciendo “piénsale” y “si la democracia crece, crecemos todos”? En mi opinión el culero que les diseñó la propa tiene la imaginación de una piedra ya que, fuera de los clichés de que se sirve, los personajes sencillamente chocan con la gente real a la que está dirigida. Hasta les ponen voces de nacos, que no es para sorprenderse, pues así nos ven.

Pero volviendo al nefasto tema de la dominación, podemos hacer un recuento de la historia de la democracia. Esta perra es hija de Occidente. Y constitutiva de la modernidad. Digamos que no nació nomás porque un día los europeos pensaron que sería mejor elegir gobernantes que someterse a reyezuelos de sangre azul. El proceso es complejísimo, pero hay elementos relevantes. Digamos que el desarrollo de la democracia es contemporáneo al de la racionalidad y al del capitalismo. La mecánica feudal era un lastre para la industrialización y enemiga del individuo racional. Los pinches reyes todavía se adjudicaban el derecho divino a gorbernar, solapados por el clero putañero, y eso que los ilustrados ya habían planteado lo estúpido que es suponer que hay un Dios exterior que determina la voluntad individual. Decían que el hombre debía de autodeterminarse, pero entonces las consecuencias eran impredecibles. Simultáneamente a la invención de la idea de derechos universales, la burguesía en ascenso encontraba anacrónico el modo de producción feudal que impedía la acumulación de capitales. La salida que dio respuesta a estas múltiples demandas fue la creación de Estados-nacionales, es decir, una nueva forma de configuración de las sociedades que antes que estar asociadas a una cultura o un territorio, tiene la doble razón de centralizar el poder disperso e impulsar el desarrollo interno, además de brindar seguridad y bienestar a sus habitantes. Esto significaba, entre otras cosas, atentar contra el poder de la nobleza, cuyos privilegios consideraban únicamente el criterio dinástico. Hubo revoluciones heroícas y con sangre, pero la recompensa era aún más importante: el pueblo por fin podría autogobernarse. O eso se suponía. La burguesía triunfante, una vez en el poder, descubrió que podía emplearlo para sus intereses particulares. Al fin que los muertos los ponían los ciudadanos libres.

Las formas de gobierno no autoritario fueron varias. En Inglaterra y Francia, por ejemplo, se constituyeron como monarquías parlamentarias. En Estados Unidos, como régimen presidencial con contrapeso de poderes. Pero el proceso fue el mismo: de un poder personal o aristócrata, se pasó a un poder conferido a una elite selecta. El mito del pueblo soberano fue bien recibido por la clase dominante que, tras el esfuerzo industrializador, cada vez se integraba más con la vanguardia capitalista. A nosotros que somos hijos bastardos de Occidente, nos quedó conformarnos con emular sus formas de gobierno y paradigmas de desarrollo, con la única diferencia que nuestras elites, dominadoras hacia dentro, eran controladas desde fuera.

Por supuesto, desde entonces ha habido una enorme producción de teoría sobre la democracia, pues se requería de un respaldo ideológico que paliara las tentativas conservadoras de restaurar el pasado. De vuelta a nuestro triste presente, dentro de la teoría democrática hay distintas posiciones. Los que defienden la democracia como procedimiento sostienen que un régimen se puede considerar democrático en tanto liberalice, a partir de un acuerdo institucional, ciertos mecanismos (por ejemplo, el voto) para que la ciudadanía elija quién ejerce el poder. Esto, independientemente de la calidad de la democracia. Siguiendo esta línea, no sobran los cretinos que afirman que en México hay democracia pues, según ellos, con el triunfo del PAN en el 2000 se consumó la ola democratizadora: a través del sufragio los mexicanos eligieron, de entre una “pluralidad de opciones”, la que su voluntad quiso, y esa voluntad fue respetada. Por supuesto, estos apologetas realizan acrobacias para evadir los hechos y se conforman con una democracia mierdera-fallida-parcial, ya que según ellos, no importa el adjetivo que suceda a la palabra democracia, lo que importa es que existan y se respeten ciertos procedimientos universales (que, dicho se a de paso, ni siquiera se respetan aquí).

En la otra esquina tenemos a los que consideran la democracia como norma. Éstos van más allá de los medios procesales y se preguntan qué impacto real tiene la democracia en la sociedad. Desde una óptica sustantiva, son más maliciosos para aceptar los momentos de transición y, en nuestro caso, podrían decir que, empero las transformaciones en el ámbito político, los resultados han dejado mucho que desear. Incluso podrían afirmar que en México se vive actualmente un período de regresión, dada la baja credibilidad que se han ganado las instituciones por su comportamiento contrario al espíritu que las conforma, y la reproducción de formas autoritarias del México predemocrático. De esta manera, aunque con un grado de exigencia más honorable, los defensores de la democracia sustantiva sostienen que la democracia es la forma de gobierno más deseable. Supongo que han de estimar de muy buena gana experiencias como la gabacha o la de algunos países de la eurozona. Por otro lado, se les olvida que incluso en las democracias mejor consolidadas abundan las prácticas viciadas, además de que una forma para que su población disfrute un relativo grado de bienestar generalizado depende en buena medida de que existan países dependientes, cuyos gobiernos se caracterizan por violentar la democracia en sus tierras nativas.

Finalmente tenemos a los renegados de siempre que, de acuerdo al tema de este día, afirmamos sin tapujo: “democracia, mis cojones”. Tampoco se trata de defender regímenes no-democráticos, pues si decimos que la democracia es un ardid para justificar formas de dominación adulteradas, resulta que las dictaduras y sultanatos son formas de dominación descaradas que se pasan por el arco del triunfo las libertades mínimas que cualquier mortal desearía disfrutar. Es más, no conozco una sola forma de gobierno que sea deseable. Pero como mi propósito es bombear la mierda que se esconde debajo de las apariencias, y puesto que es por demás obvio que en estos últimos ejemplos los detentadores del poder son unos hijos de puta declarados, más interesante me resulta reflexionar sobre un proceso que en general es aceptado como virtuoso.

En el contexto de las elecciones, mucha gente irá hoy a manifestar su hartazgo a través de la anulación de su voto. Otros irán a votar por diputados sodomitas. La mayoría sencillamente no acudirá a votar, bien porque también están hartos o porque se les olvida o porque les vale verga. En el primer sentido diré que, suponiendo que uno crea en el espíritu de la democracia, el voto nulo es la acción que más reflexión requiere, pues exige repasar cada una de las opciones que nos presentan y, de manera cabal, termina por decepcionarse de cada una de ellas. También es la acción más lógica una vez que hacemos lectura de la historia, saturada de ejemplos nauseabundos con referencia a la otra cara de la vía institucional. En cuanto a los que disfrutan que los sodomicen, les deseo buena suerte porque un candidato me dijo que ya no le agrada usar vaselina. Y a los abstencionistas que no disfrutan de los beneficios del sistema - algunos ocuparán mejor su domingo de descanso y otros sencillamente viven al margen del proceso- les recuerdo (y me recuerdo) que también nos va a tocar violín pues la res pública nos atañe a todos. Sin embargo, pienso que cualquier modalidad de voto termina por legitimar un proceso que, además de intrascendente (quienes queden electos, los que sean, accederán a la zona de dominación activa; ninguno atacará la raíz estructural de nuestras desgracias), es carísimo, penoso y estúpido.

En cuanto a las perspectivas poselectorales, los anulistas confían en que su protesta será escuchada. La neta, sería algo deseable, pero estamos en México y aquí no importa que los ganadores triunfen con un mínimo de representatividad o en medio de un firme descrédito. Si seguimos las encuestas, el PRI va a remontar por sobre todos los demás partidos, pero ni siquiera su mayoría relativa será suficiente para hablar de una verdadera representación. Según mis informantes de Consulta Bukowski, entre abstención y anulación, los partidos tendrán que repartirse el 30, o cuando mucho, 40 % de los empadronados. Si dividimos este porcentaje de acuerdo a los datos de mis encuestadores, la próxima legislatura estará integrada en la punta por un PRI como primera minoría con un 20% de representatividad. Los demás ni van a alcanzar la veintena. Pero ya estoy hablando como si fuera uno de ellos, con cifras abstractas. Fiel a mi estilo, predigo que 500 hijos de la chingada se deleitarán con el derecho de chingarnos.

¿Qué nos queda? En mi opinión, por antonomasia escéptica, no hay soluciones generales para problemas estructurales, así que, como dije al principio, lo más sano sería olvidarnos de la estafa institucional y del sistema de partidos y, si añoramos un cambio, comenzar por transformar las relaciones con las células más cercanas que nos rodean: organización tribal al margen de los procesos hegemónicos. Al fin y al cabo nuestra vida diaria se desvincula en poco tiempo de los grandes discursos como la Historia o la Economía. La nuestra es una historia con minúsculas. Los mexicanos, en su gran mayoría, no saben qué es eso de los proceso macroeconómicos. La suya es una economía descalza. Y de la misma manera, mientras la democracia rimbombante se envilece en la práctica humana, quizás podamos aspirar a relaciones solidarias entre conocidos y dejar de esperar que algún político inexistente nos venga a representar sin dominar.

Monday, May 11, 2009

Flores





Lo mejor del amor es que nunca sabes hasta dónde puede llegar. Podrás hacerte una idea de sus formas, pero siempre viene un contenido nuevo que demuele tus caminos previos. Lo mejor del amor es que su cualidad de novedad se renueva cada vez. Las huellas nunca encajan. Hoy me volví a enamorar de una prima muy especial. Mariana. Creo que nuestro amor se condensa en las caricias. Caricias que escapan a cualquier cálculo. Mariana y yo nos conocimos por virtud del tiempo: ¡éramos los primos más antiguos, desde 1987 nos conocemos! Claro que ese momento sobrepasa nuestros recuerdos, sobre todo mis recuerdos. Ella tiene una memoria privilegiada; la mía es tan inestable como la onda que se expande después de que una piedra cae sobre una superficie líquida. Pero Mariana se acuerda, y cuando recuerda me perfora la cordura y me vuelve a unos tiempos anteriores, tiempos que me envuelven en la calidez de la mano que explora la piel insomne. Por lo pronto podría decir que la mano que me acaricia, a manera de continuación de la mano materna que murió en el 94, es la de mi tía Eli. Dedos. Precisamente sobre una cobija albirojiza. Dedos. Prolongaciones de un cariño impostergable. De alguna manera el camino que recorre mi tía Eli es el mismo sendero de las yemas de mi prima. Mariana se hace mujer. Siempre lo supe, pero ahora con mayor insistencia. Hace mucho tiempo fui a casa de Mariana y vimos una película de terror, y por supuesto, nos aterramos. Dormí solo. Dormí sumido en el miedo críptico que nunca entiendo. Ahora estoy despierto y son ahora mis dedos los que andan por la vereda de su piel, y ya nada me asusta porque pienso que la angustia es un anzuelo sin carnada.

Mariana no cree en la institución católica pero creé en Dios. Yo no creo ni en mí mismo. El contraste es tan denso como un oasis en medio de la arena. Mi fe se afirma en la blandura de sus pechos, pero sobre todo en la curva de su espalda esporádica, en ese arco bendito de malas costumbres. Hace rato escuché a mi hermano decir cosas sobre la vida, sobre el ritmo desacelerado de la vida. La verdad es que todo está quieto. A veces aquí no pasa nada. Pero Mariana es mi tempestad crónica a la que accedo una vez cada eclipse. Mariana es esa maraña de pelos que acaricia mis falanges, la figura que me abraza hasta el devore, a la que mantengo en movimiento, excitada, satisfecha por lo pronto en un camino divergente en los espejos del deslave. Mis dedos son Mariana y son también el símbolo candente de la nada.

A veces me siento defraudado. Mi corazón se emociona entre jirones de pétalos inconclusos, de esos que el viento cálido levanta. Mi querida prima es de lava. Mi querida prima no sospecha los aludes que descarga. A veces me siento vigoroso como un pino de raíces urgentes. A veces se me olvida la Mariana. Generalmente construyo castillos de naipes, expuestos al viento que reafirma el caos. Mariana es la reina doble (por supuesto, de corazones). Mariana es la melodía que sin quererlo me marca el ritmo. Mariana es el poema que nunca escribí. Mariana soy yo, Mariana es nada. Pero para ser sincero, Mariana es la niña que, mientras me embucho una copa de vino, digita sus partituras sobre el papiro correoso de mi alma.

Un día cualquiera, cuando éramos jóvenes, nos entrometimos en una representación cotidiana. El juego inocuo de la familia. Su casa trepidaba a causa de los aviones que dirección al puerto, hacían cimbrar las paredes rojizas de la Balbuena. Ahí había visto al miedo, como cinta y como nuevo. Ahí se había caído un condominio que casi entierra a la bis Anita y a sus platitos. Los infantes se deleitaban con muñecos de un mundo consumista, el PRONASOL nos aguardaba, para teatreros ilusos nos avocamos. En realidad, las sacudidas nos la pelaban. O eso creímos. Igual que un elenco entrenado, Mariana personificaba a la madre y yo al esposo. Igual que en tu vida, el mercado polímero nos esperaba. Y sin embargo, y evidentemente, la vida nos deparaba sitios distintos. De alguna manera un cupido cabrón nos había flechado, conciente claro, del grande teatro. Las vidas individuales jamás habrían de tocarse. Eso fue lo que nos unió.

La relación sanguínea que une a los primos es tan abstracta que nada vale. De alguna forma mis vivencias se bifurcan de las de ella, hasta el grado límite que uno se pensaría extraño. Pero decía que el amor depara cosas inimaginables. Con esta oda reafirmo el caos. La primigenia es un signo extraño, y entre primos, cosa más rara. Y es que cada vez que me sumergía en este océano de fondo negro, sus medusas claras me arropaban. Mariana es luz, mi lumbre es noche, familia espectro, mitad de rayos. Por esos días yo me encontraba sorteando cumbres de blancas nieves, andaba sin detenerme e ignoraba el canto sublime de las aves sueltas y de las ramas quebradas, sin detenerme iba, sin cuestionarme. Era el último viaje (que apenas comenzaba). ¡Pero crecían hongos y sus esporas me penetraban! ¿Sabes qué era lo qué sentía? En efecto: a Mariana.

Su hermanita, que es también mi prima, se llama Dina. Hoy la sostuve durante un buen rato y de alguna manera me acordé de Mari, me acordé de Ana. Decían que estoy loco y lo celebraba. Organicé un banquete de hartas hadas. Estaba Eli, estaba Alionas, estaba Helena (la sueca) y estaba Ale (la mexicana). Estaban Tanya, y Ana Palindrómica, había tantas flores que el ambiente se condensaba en una suerte de miel lechosa. Entonces me convertí en un insecto. Sin planearlo, busqué un poco de néctar y un camaleón me atrapó con su lengua viscosa. En vez de volverme comida, adquirí colores impensables y en nuevas flores me fundí. En cada espora estaba la cabrona de mi prima. Sólo un río podía atraparme. Sin meditarlo me abrí camino entre la espuma, todo era azul, azul lechoso. Sin meditarlo me dejé arrastrar. ¿Sabes como terminan los insectos? Aplastados.

Existe un circo que sabe reírse de la realidad. Pamela camina en un diábolo y en él giran las lunas de cada noche. Igual que el sembrador que planta higos, consideré oportuno diversificar el cultivo. Meterme en varias carpas. Si no me río, no me siento bien. Mariana pisa con sus dedos la atmósfera circense. Mariana es mi prima linda y yo me siento árabe. ¿Recuerdan que como buen clasemediero planté un día un ahuehuete? Sucede que estos árboles gigantes en algún momento son semillas palpitantes. De pronto brotan, y son un fino tallo con algunas hojitas. Así florece el amor. El amor es un sentimiento que se comparte. Yo no sé qué podría hacer sin todas estas flores.

Recetario vegano




El otro día una chica me dejó un comentario. Quería saber algo de bibliografía sobre veganismo. ¡A huehuetl! No hay nada tan grato como saber que alguien más se interesa en combinar una dieta deliciosa con un poco de ética. A título personal, podría decir que mi primera rebelión contra esta puta cultura antropocéntrica fue haber decidido dejar de tragar animales procesados que sufrieron una vida miserable para terminar masacrados y empaquetados como mercancías. Eso fue hace 7 años y lo demás vino con facilidad. Así que en nombre del departamento de servicio a la comunidad de “La venganza de los malditos” y en asociación con el departamento editorial de difusión, prensa y guerrilla urbana, les paso la fuente del recetario más chingón que conozco:

Rocío Buzo, Mi libro de cocina vegana, Ed. Océano, España, 2001.

Una amiga me lo regaló hace tiempo, lo consiguió en la Gandhi. La verdad no sé si todavía lo editan. Pero vale la pena conseguirlo. Antes del pedo de meterse a la cocina y con los ingredientes, el libro trae una introducción con contenido ético y nutricional. Además de explicar en qué consiste el veganismo, la autora señala otras formas de agresión a los animales no humanos que trascienden el ámbito de la comida. Por ahí hay una tabla útil con alternativas veganas a los productos de origen animal para vestido, cosmética, hogar, etcétera. El recetario se divide en recetas básicas, salsas, ensaladas, sopas, pastas, platillos con papas, con cereales, con legumbres, con verduras, pasteles salados, variados de tofu, postres, pastelería y panadería. ¡Hasta viene un manual para hacer tofu casero! Como la autora es una tía española, entre los ingredientes encontrarás cosas extrañas como guisantes, judías, pimentón, polenta, calabacín; pero no hay nada indescifrable y en el peor de los casos podrás inventar una receta nueva.

Bueno, me despido que hoy tengo servicio social y se me hace tarde. Entre mis tareas favoritas está inyectar veneno en la carne de los supermercados, apalear rancheros que acuden frecuentemente a corridas de toros y, últimamente, poner bombas en restaurantes de comida rápida........... Buen provecho.

Tuesday, March 31, 2009

El saqueo del agua indígena para la Ciudad de México a través de los siglos





Siglo XVI
Cuando llegan las lluvias al centro y sureste de México convergen las aguas de dos vertientes oceánicas, pero ya sin huracanes y sobre fértiles tierras de origen volcánico. Aquí floreció hace miles de años la domesticación indígena del maíz, núcleo de nuestras culturas. Junto a la milpa también maduró el manejo indígena del agua: para atraer las lluvias y regular las granizadas, mediante el cuidado de los cerros y sus bosques; para uso agrícola y urbano de los lagos, ríos, manantiales y ciénagas, por medio de apancles, jagüeyes, diques, acueductos, chinampas, etc. Por ello, los pueblos originarios se nombraron a sí mismos como la gente de las aguas y los cerros (en náhuatl: Altépetl; en Totonaco: Chuchu tsipi; en Mixteco: Yucunduta; en Hñahñú: An dehe nttoehe, etc.). México-Tenochtitlan y sus deslumbrantes infraestructuras técnicas de manejo del agua sólo fueron una de las síntesis históricas de los milenarios saberes hídricos creados en Mesoamérica.





Siglo XVI

La Ciudad de México-Tenochtitlan concentró el conocimiento milenario de los pueblos sobre las aguas del Anáhuac. El Altépetl se desarrolló a partir de un sofisticado sistema técnico de manejo de las aguas conformado por 95 obras de infraestructura hidráulica: para separar aguas dulces y salobres, transporte y distribución de agua dulce, control de inundaciones, calzadas para comunicar la isla con la tierra firme, muelles, trampas para patos y, especialmente, las chinampas que, al arribo de los españoles, producían alimento para aproximadamente un millón de personas. Por eso, México-Tenochtitlan es en el siglo XVI la mayor concentración demográfica del mundo. La cultura Mexica se desarrolló conviviendo con el agua sin tener que arrojar los excrementos o los desperdicios en el agua del lago.





Siglo XVIII

Durante la colonia, el agua del lago y los ríos no era considerada por los españoles como una bendición o algo sagrado con lo que había que convivir, sino como el principal obstáculo para la expansión de la ciudad de México. Además de ensuciar el agua con excrementos, la incomprensión del funcionamiento de las infraestructuras prehispánicas condujo a su destrucción y ocasionó el problema secular de las inundaciones de la ciudad de México. De ahí que para los colonizadores y sus descendientes, la desecación del lago se volviera un emblema de civilización y progreso. Poco a poco, la ciudad capital creció, al igual que las ciudades cercanas de Cuernavaca, Toluca, Pachuca, Tlaxcala y Puebla, aunque no se manifestaba aún ninguna amenaza ambiental seria contra los bosques y aguas de la región central del país.




Siglo XIX

Después de 300 años de sistemática desecación del lago, la ciudad de México, a fines del siglo XIX, era todavía una ciudad lacustre, llena de canales vivos en los que navegaban, desde trajineras hasta barcos de vapor. El principal cultivo y abasto de sus alimentos para una población incrementada, así como el agua potable que consumía en aquel entonces la capital, dependía aún de las aguas dulces originales, indígenas, del sur del lago (Xochimilco y Chalco). Sin embargo, junto con la industria textil en Orizaba y Río Blanco, Porfirio Díaz impulsó un gran cambio en la cultura hídrica de la ciudad, al construir el desagüe de la Ciudad de México, que significará la “solución final” a la anhelada desecación del lago (el gran canal).




1920

Durante las primeras décadas del siglo XX, los distintos gobiernos se dedicaron a consolidar la incipiente planta industrial del país y las obras hídricas urbanas, por lo que el progreso y modernidad de la ciudad de México se basó en nuevas redes de comunicación y de abasto de agua. La construcción del acueducto subterráneo Xochimilco-Condesa, que entró en operación en 1902, permitió el crecimiento de la ciudad hacia el sur y la aparición de nuevas colonias para clases altas: la Roma, la Condesa, la del Valle, Mixcoac, etc. Esta situación significó que, 400 años después de la Conquista, el crecimiento de la ciudad seguía basándose en el despojo de las aguas indígenas nahuas del agonizante lago de Xochimilco.




1950

Después de la Segunda Guerra Mundial, con el impulso al modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones, las políticas económicas privilegiaron a la ciudad de México como la principal zona industrial del país. Ello propició un crecimiento en la demanda de vivienda y servicios, que requerían un abasto descomunal de agua y, a su vez, provocaron los primeros grandes hundimientos de la ciudad. Las fuentes tradicionales de abasto de agua de la ciudad (ríos, lagos y pozos) resultaron insuficientes a ojos de los gobernantes. La capital volteó su mirada hacia las reservas hídricas del valle de Toluca, más allá de la sierra de las Cruces, considerando que los 2 mil 600 metros sobre el nivel del mar de ese valle facilitaría el despojo de las aguas a las comunidades hñahñú. Así se decidió construir el Sistema Lerma I, para saciar la creciente sed industrial de la ciudad.




1970

Para los años setenta, la ciudad de México concentraba ya 50% de toda la industria del país, debido a que se retrasaron y fracasaron parcialmente los planes de los años 50 y 60 de trasladar la gran industria hacia el Golfo de México y el sureste. La ciudad se convirtió en un monstruo donde coincidían industria, comercio, vivienda, poder político central, servicios públicos y privados, generación de basura, despojo, deforestación de las sierras aledañas y contaminación del aire y el agua. El crecimiento urbano fue de tal magnitud que el agua de las comunidades otomíes del sistema Lerma I resultaba ya insuficiente. Por ello inició la construcción del proyecto Lerma II, que amplió el saqueo hacia más apartadas regiones hñahñú y mazahua. La explotación del Sistema Lerma hizo que en sólo 30 años disminuyera su capacidad de abasto, de 14 a 6 m³ por segundo.





1990-2000

A partir de los gobiernos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, pero sobre todo, con el inicio del TLC en 1994, la mancha urbana de la ciudad de México crece como nunca, a la par del crecimiento de la industria, la urbanización y el consumismo de las ciudades que la rodean y forman una “corona de ciudades” en torno a la capital. El robo de agua a territorios indígenas se hace más grande, pues Lerma I y Lerma II ya no alcanzan. Desde los ochenta inicia la operación del Sistema Cutzamala, ante el incremento en la demanda de agua en la región central. Aumentan las descargas de aguas negras y la basura; se acelera la desecación final de lagos y ciénagas, el agotamiento de las aguas rodeadas en los campos vecinos y el abatimiento de los espejos de agua de los acuíferos; se contaminan como nunca el Valle del Mezquital y los ríos Atoyac, Apatlaco, Zahuapan, Balsas, Pánuco y Lerma.


Fuente:
Más claro ni el agua. Centro de Análisis Social, Información y Formación Popular, AC (Casifop), México, 2007.

Thursday, March 12, 2009

Defensa efectiva 101



por Jesus H. Chris
(Trad. al mexicano por Guamafuck You)

Todos saben que la primera regla de la defensa efectiva es no insultar a la gente. Esta regla es especialmente importante en términos de defensa en nombre de los animales, debido sobre todo al hecho que los come-carne suelen llorar y quejarse como un montón de bebecitos de mierda cuando les bajas los pañales de su repugnante estilo de vida. Jaja, sólo estoy bromeando. Tranquilícense bebés.

En cambio tú no podrías, por ejemplo, usar términos como “pendejín”, “ensimismado”, “gallina” o “cochino asqueroso” para describir a esos “radicales” auto-formados que insisten en matar animales indefensos por comida (mientras que un excelente surtido de alcahuetes, corredores de bolsa, policías chuecos, políticos e hinchas de los Habs –entre otras fuentes sociópatas de proteínas– vagan libremente a lo largo de nuestras comunidades) como una dieta diaria. No, tú no podrías decir algo como eso. Eso sería considerado improductivo.

Tampoco quisieras recorrer de arriba a abajo las calles de tú Ciudad Rostizada (Kentucky Fried City) cortándole la garganta a las mascotas de tus vecinos sólo para desechar la subsiguiente atrocidad de la comunidad como “sentimentalismo pueril”, “antropomorfismo infantil” o “imperialismo cultural”. Eso sería considerado antisocial.

Y tú en serio, en serio, en serio, tampoco podrías prenderle fuego a un matadero o una tienda de pieles o un buque ballenero o un chiquero en construcción porque... bueno, a decir verdad no puedo pensar en una buena razón para que no lo hagas (salvo vivir en prisión). Pero ya agarraste el punto. Todo se trata de defensa efectiva.

¡Así que aquí estoy! ¡A su servicio! ¡Listo y deseoso para asegurarme que la gente que ya lo sabe pueda sentir culpa sobre sus estúpidas, egoístas, inimaginablemente crueles decisiones! Además, ¿no lo han oído? ¡Los vegetarianos son clasistas! ¡Al menos eso es lo que dicen todos los colegiales güeritos cuando regresan volando a casa para la cena del Día de Gracias! Jaja, cretinos. Ustedes van a ser los primeros que me coma cuando estalle, malditos impostores. Ups, ¿en dónde estaba? Ah sí, defensa efectiva...

Pero en serio amigos, cada movimiento social tiene su galería de cacahuates. De hecho, yo creo que todo movimiento social serio necesita su galería de cacahuates, y cuando se trata del movimiento contra la crueldad humana y egomaníaca arremetida perpetuamente sobre los animales, ustedes pueden apuntarme unos boletos de temporada y una bolsa gigante de la bendita arachis hypogaea para ir, junto con mi sombrero de copa y mi monóculo.

Y si bien es cierto que encuentro un gran placer en ridiculizar gente imbécil mensa que come cadáveres de animales y sus secreciones reproductivas, para mí es importante aclarar que el veganismo no tiene nada que ver con pureza ni superioridad. Se trata simplemente de extender las consideraciones morales a otros habitantes de un planeta complejo, en un universo moralmente ambivalente donde, a pesar de la improbabilidad estadística, parece que los terrícolas (humanos y no-humanos) somos el único caso de vida sensible que hay o ha habido. Es una cosa cabrona.

Y hablando en serio, si como sociedad no nos podemos preocupar por tratar a una simple, modesta, increíblemente mansa y demostrablemente sensible criatura como una vaca o un ciervo con un mínimo de decencia, ¿cómo carajo podemos esperar que seamos capaces de tratarnos cada uno –infinitamente más complejos, brutalmente divergentes y a menudo exasperantemente individualistas seres humanos– con algo remotamente parecido a la civilidad? Sencillamente no va a pasar.

Así que teniendo eso en mente, y de acuerdo al espíritu de la primera regla de la defensa efectiva, los dejo con una breve lista de recursos potencialmente transformadores, creados por defensores de los animales más efectivos y mejores que yo. ¿Y lo vieron? Ni siquiera tuve que insultarlos para decir lo que quería decir. Mierda, qué feos son.

* Earthlings
* Radio liberación animal
* Liberación animal, de Peter Singer.
* Mosterín Heras, Jesús. Animales y ciudadanos : indagación sobre el lugar de los animales en la moral y el derecho de las sociedades industrializadas, Talassa Ediciones, Madrid, 1995.

Thursday, February 19, 2009

Terriblemente clasemediero




Entré en un estado caótico a la cocina y escuché a la modernidad; era un refrigerador que en ese preciso momento activaba alguna mierda que desde su interior emitía un tonito maquinal. Me serví un vaso de agua, me lo chingué, regresé el vaso a su sitio y esto último lo hice con un gesto maquinal. En mucha medida existía una relación sobreentendida, una complicidad que la costumbre nos había habituado a ignorar (a mí y a todos los objetos que me envuelven), para interpretar una falsificación de la realidad: el ensoberbecido teatro humano. Parado ahí con el refri y su ruido me acordé que un día me dio por hacer un blog maldito, un blog pendejo y chingón, transgresivo, polémico, divertido, y eso que últimamente me desentiendo como el padre desnaturalizado que soy (desnaturalizado es un adjetivo que usaba mi abuela para calificar a los padres que no asumían su rol de paternidad, ¡como si los roles fueran naturales!) Y entonces dije: ya sé, voy a escribir algo pa que los ociosos lectores del escritor ocioso no pierdan el tiempo rezándole rosarios. Salí en un estado caótico de la cocina y prendí la computadora. Puse el Word. Para ese momento ya había pensado el argumento del texto que usted lee... qué digo usted: camarada, colega, correligionario, secuaz, socio, vale. Me puse a teclear ideas clasemedieras y, para no perderme en soliloquio, puse algo de Extremoduro que es la mejor banda del mundo, naturalmente. Transcribo unas líneas para que mis cómplices se informen de quién hablo: “Bueno, pues si alguien no se ha enterado: somos subversivos, es nuestro papel, somos peces en el agua que no nos deja beber/ somos marginales, volar es nuestra pasión, somos una especie en peligro de extinción/ somos pacifistas, defendemos la insumisión, y nos gusta masturbarnos y follar con mucho amor/ somos Extremoduro y ha llegado la libertad, y más vale morir de pie que dar un sólo paso atrás/ a la guitarra: el Xalo que se folla hasta las cabras/ en la batería: el Luis, que le gustan todas... las drogas/ y guarrándolo todo, el colega Dirty Charly, Carlos el Sucio/ y yo, vuestro humilde servidor, el rey de Extremadura.” Entonces mientras las canciones prohibidas sonaban a un volumen adecuado para que mi abuelita las escuchara desde la sala, se me vino a la mente una charla mañanera en la universidad; departíamos en un aula fría acerca de los debates fundacionales de la tradición histórico-culturalista en Alemania al finalizar el siglo XIX. Resulta que unos pinches alemancitos herederos del kantismo y la comprensión hermenéutica establecieron acertadamente que la realidad es caótica, y que para ordenarla el humano elige, mediante un criterio de valor, lo que su subjetividad le pide. Miren que buscándole, el romanticismo tiene cosas rescatables. Principalmente Nietzsche, que es el filósofo más chingón, el más honesto y por eso el más demoledor. Calco unas líneas para que mis homólogos se informen qué pensaba de nosotros aquel bribón: “¡Miserable raza efímera, hijos de la casualidad y de la fatiga! ¿Por qué me fuerzas a revelar lo que sería más ventajoso para ti si quedara sin decir? Lo mejor para ti es imposible de conseguir: no haber nacido, no ser, ser nada. Y en segundo lugar lo mejor para ti es morir pronto.” Morir pronto. Matar al humano, vivir al animal. Paradójicamente, al que quiero matar es el que me ha permitido (y conducido) a prefigurar su muerte. Humano racional, tienes una enemiga capaz de descubrir tus vicios más secretos: la propia razón. Razón que mama ocio y sueña con autodestruirse creativamente. Entonces fui por el martillo que utilizo cuando filosofo (o sea, cuando me hago pendejo) y clavé a Cristo de cabeza. ¡Cristoloco, Jesusito!, otro gran bribón, pero uno que ni existió. Un cuento del Oriente Cercano que, campechaneando en uno solo caracteres de Atis, Dionisio, Buda, Krishna, Horus, Zoroastro y Mitra, parió un engendro que inspiró a unos judíos marihuanos que agobiaron con sus marihuanadas a unos exegetas que nunca descifraron lo incoherente y que la Puta católica sabiamente utilizó para cobrarles diezmo a los romanos; un mito horrible que embrutece en pleno siglo XXI a dos mil millones de humanos ingenuos misericordes caras de culo; una mentira que bajo el oligopolio clerical ha contribuido con sangre e imbecilidad en el desarrollo de la historia. Me temo que me van a bajar de santo entre tanta blasfemia, pero no importa. Para castigos, los de Dios, que son tan etéreos como un pedo mañanero. Y hablando de ventosidades, unos aires infernales me recordaron que era hora de ir al water. Abandoné la computadora y entré a la recámara a buscar algún texto que me acompañara en mis labores excretoras. Nunca en mi vida he tenido un cuarto propio. El cuarto es pequeño, con paredes color menta, con una litera, con un hermano, con textos. Pero mi hermano se había ido desde temprano –a nadar al club de un amigo suyo, o a chupar, o a especular sobre axiomas y modelos en un congreso de topología. Y mientras tanto yo, que siempre he pensado que el conocimiento es relativo, elegí una revista porno y después de cagar me hice un solo en nombre de unas chiches anglosajonas contenidas en un suculento fetiche. Ni modo, el problema de la soledad es que nunca te quiere dejar solo. Y es que mi esposa se fue de viaje a Dinamarca a estudiar a las cooperativas agrícolas (que en su tiempo precipitaron la expansión del capitalismo en el país), y yo que no soy monogámico le he puesto los cuernos con tres alumnas, con la luna, y todavía me siento igual. Aclaro: soy profesor certificado de orientación vocacional, mis alumnas son de quinto de prepa (bueno, y si son de secu, ¿qué?), y de ninguna manera sería capaz de limitar el proceso de enseñanza-aprendizaje a un plan imbécil de la SEP; lo de la luna es metáfora. Pero si consideramos que, volviendo a lo de la paja en homenaje a semejantes nalgadas, le dediqué semillas a una mercancía con greñas, con mayor razón le dedico semillas a la vida. Hoy planté dos ahuehuetes en unas botellicas provisionales y me sentí un granjero pendejo en medio de la ciudad más poblada del planeta. Por cierto, en el bosque de Chapultepec en la Ciudad de México hay un tronco de ahuehuete de unos 12 metros de circunferencia y lo triple de alto, se llama “el Sargento” y está muerto-podrido-leporino-decolorado pues de tanta contaminación se secó en los setentas. Se tiene noticia de ahuehuetes que han vivido 500 años, seguramente alejados de las ciudades y su ponzoña contagiosa. Claro que hace 500 años no había hombres modernos. A penas eran chavitos, bellacos mercantilistas. Agrupados en los burgos de Europa ejercían el protestantismo con espíritu individual y cacareaban sus ideas progresistas, liberales y emprendedoras. Eran enemigos declarados de la monarquía, apologistas de la propiedad. ¿Quién iba a decir que su pensamiento se expandiría por todo el mundo hasta consolidarse como verdad hegemónica? ¿Quién hubiera imaginado que transformarían la configuración de la sociedad mundial acorde a las necesidades de reproducción del capital? ¿Quién iba a adivinar que ese proceso –que es al mismo tiempo centralización y concentración de capital– terminaría haciendo más compleja a la sociedad, hasta crear una capa media urbana, ambigua y contradictoria, afortunada y condenada, híbrida, pendeja y soñadora, con movilidad inestable en sus difusas fronteras? Y por cierto, ¿quién chingados me preguntó si quería pertenecer a la susodicha clase media? Nadie, pero aquí estoy.

Igual que una línea entre dos párrafos.

Al final de cuentas, ¿quiénes son los clasemedieros? Pues los que pueden disfrutar de los beneficios de este maldito sistema pero que tampoco están vacunados contra sus calamidades, los que están en la mitad de la turbulenta sociedad capitalista y que a veces el viento les tira el sombrero. Son los que pueden pisar y ser pisados, cagar y ser cagados, humillar y ser humillados; los que condenan a los ricos, pero se cuidan de no engrosar las filas de desheredados. También son, como diría algún rojo, los que no poseen medios de producción, aunque no se ven necesariamente obligados a vender su fuerza de trabajo a un precio mínimo. Son los que pudieron acabar la primaria, pero no les alcanza para colegiaturas en el extranjero; los que no compran acciones en la bolsa, ni boletos para navegar por los fiordos nórdicos, ni Hummers, ni funcionarios, pero sí despensa en la Comer, boletos para ir a algún balneario, Cehvys de segunda mano, policías. Son los frijoles que quedan cuando le tiras las tapas a tu sandwich (aunque una tapa sea integral fortificada con linaza y la otra de trigo sudado); el tipo que en un trencito de amor se coge a alguien mientras le dan por Franklin Delano Roosvelt; la dermis de la piel y el purgatorio post-mortem. OK, ahora ya pueden presumirle a sus primas que saben quiénes son los clasemedieros: los que ni fu ni fa. Pero la cosa no se acaba ahí. La clase media es tan heterogénea que, agregado a la dificultad para delinear sus contornos, resulta casi insensata la pretensión de considerarla como una unidad. Bueno, así somos de pendejines los humanos, entretenidos siempre en ordenar las impresiones sensibles y rotulándolas con categorías, simplificando la realidad, construyendo totalidades, aniquilando la diversidad bajo el signo ominoso de lo esencial. Si he de hablar en honor a la verdad, que casi siempre lo hago, cuando me cuestioné yo mismo sobre qué define a los clasemedieros, en lo primero que pensé fue el patetismo. Y es que aunque lo patético sea un calificativo transclase, la condición nifunifasiosa de los clasemedieros nos coloca ante una comodidad relativa que fácilmente nos puede conducir a actuar con osado patetismo. Lo que es, en otras palabras, suponer que todo está bien en tanto yo crea que lo estoy. Esto no excluye que los de arriba y los de abajo se enfrenten a la misma situación. Sin embargo, un jodido lo hará más como mecanismo de respuesta a las limitantes materiales y un ricales como reafirmación de su consumado hedonismo. En cambio pasa que en las antípodas de la clase media, tanto los que se la viven mamando la leche rancia de Televisa y TV Azteca (con todo y paquetes en bloque de spots electorales a mitad del superbowl) como la leche quezque universal del conocimiento científico, ambos pueden saber que las cosas no están bien y apapacharse hasta convencerse de que no hay nada que se pueda hacer. Así, otra peculiaridad del patetismo clasemediero es que su condición crítico-reactiva, aunque concretada de manera desigual en un abanico de acción, generalmente no pasa de una rebelión simbólica y comodina. De esta manera, a la comodidad relativa de la clase media hay que sumarle el intermitente cuestionamiento de la realidad y a este cuestionamiento, una voluntad de cambio fácilmente negociable. Claro, también hay cabrones que de plano no cuestionan nada, pero el resultado es similar. Por eso la clase media alberga, entre otros, poetas desafiliados, juventud consumidora, juventud rebelde, mochos persignados, ateos, pequeños empresarios, freelancers, sedentarios, trotamundos, afiliados a la contracultura, mafias intelectuales, amas de casa, hembras emancipadas, grupos de superación personal, comunidades virtuales, sicarios, académicos, toxicómanos, minoristas, reivindicadores de la liberación, anarquistas, socialistas, socialdemócratas, liberales, músicos autodidactas, músicos amaestrados, ingenieros larouchistas, defensores del medio ambiente, hedonistas, estetas, epicúreos, materialistas, idealistas, racionalistas, empiristas, románticos, nihilistas, tartufos brillantes, genios imbéciles, lectores empedernidos, graffiteros, comediantes, abogangsters, economicos, arquitetos, ingeniebrios, ociólogos, maromáticos, travestigadores, trabajadores del sector terciario, vividores, guamafunes, et. al. Ahora bien, esta fauna que a primera vista aparece como incompatible tiene un hábitat común: la ciudad. Que haya culeros que se apartaron hace tiempo de las ubres de las urbes, lo sé; hay modos de vida provincianos específicos, pero entonces estamos hablando de comunidades más homogéneas. Y es que las concentraciones urbanas son los únicos sitios donde se puede potenciar la individualización de una manera tan divergente –sin olvidar que siempre obedecerá a papeles estructurales (pues eres libre pero no tanto como crees). En realidad, la clase media nació a partir de la especialización en el proceso de producción. Revolución tecnológica + explosión demográfica: ¡bendito cóctel de hombres modernos que se avecinaba! Hoy hay chingamadral de miles de profesiones certificadas y maneras no certificadas de pasarla. Las metrópolis de la modernidad tardía no son las mismas ciudades industriales decimonónicas europeas, aquellos cuchitriles fabriles llenos de hollín en los que resultaba clara la oposición entre las clases obrera y burguesa. Pero que alguien le pregunte a Carlitos Marx si hoy es posible que la clase media transite de la clase en sí a la clase para sí, a través de la autoconciencia de la posición histórica que le ha tocado. No mamar, esas son chaquetas para ortodoxos. Así que volviendo al suicida siglo XXI, para la gran mayoría de los clasemedieros, urbanos de hueso y alma, la ciudad es el referente por excelencia de lo que es la realidad. ¡Claro!, si la comodidad relativa contiene alimentación, ropa, vivienda y entretenimiento relativamente accesibles, ¿qué pingas me va a importar lo que hay más allá de mis legumbres enlatadas, mis calzoncillos Armani, mi casita hipotecada y mi cantina predilecta? El fetichismo de la mercancía consiste en creer que los objetos se relacionan entre sí al margen de las relaciones humanas, como si éstos aparecieran por arte de magia en los estantes y la medida de su intercambio fuera algo fortuito, como si el valor fuera algo intrínseco a las mercancías, como si hubiera desaparecido toda historia previa al instante de su cristalización como valores de cambio con la compra-venta, o mejor, como si nunca hubiera existido. So pena de excomunión, les voy a confiar un secreto: en esta sociedad tan civilizada la gente ha llegado a un consenso genial que es, a la fecha, el mejor mecanismo para asegurar la reproducción del capital: fetichismo del dinero: equivalente general de todas las mercancías: religión secular de las naciones y alimento para ciudadanos: crimen perfecto: sistema semiótico hechizante. Ayer fui a hacer popó en el estacionamiento de Superama (todavía no consigo superar el trauma que fue para mí el fin de mi carrera delictiva) y observé que tres orcos morenos se acercaban a la entrada de la tienda, uno con la mano engomada a la cintura donde descansaban las balas de su fusca y también su fusca, los otros portando menudos rifles. Era la ley. Por fortuna, no iban por mí. Eran esos guardias bancarios de mil putas de camisa guinda, cuyo destino manifiesto (y esta responsabilidad se podía leer en sus ojos vigilantes) consistía en vaciar un cajero automático de algún banco usurero y asegurarse de que todo el tesoro llegara a las arcas legítimas de sus dueños extranjeros, aún matando al primer culero que obstaculizara la maniobra. ¿No les digo? El fetichismo del dinero consiste también en la posibilidad de matar culeros por papeluchos dedeados. Amigo: hágale como guste, pero ellos no pierden. Y en efecto, ésta es otra de las joyas para la corona de cartón de los clasemedieros: nosotros sí podemos perder. Descalabro temporal o pan de cada día, esta situación puede tener múltiples efectos, entre ellos, rendir cuenta de que no todo está bien. Y como les venía diciendo, después de distraerme regresé en un estado caótico a la computadora y seguí escribiendo. Me examiné. Hay mucha basura que cubre la piel. Hay algunas flores que crecen en la basura. Hay demasiada estupidez. Hay ilusiones y una noche tranquila llena de estrellas. Hay una espiral de contradicciones desde cuyo centro infinito nace, de vez en cuando, alguna chispa dispuesta a prender todo en llamas. Hay una fatal mezcla de crítica y reacción. Hay la certeza de que no todo está bien. Hay voluntad de transvalorización. Hay una clase de disparate.