Monday, May 28, 2007

Tanta gripe me comienza a exasperar


No sé si esto esté sucediendo en todas partes, pero al menos en las células de misántropos, iconoclastas y guerrilleros que conozco, la gripe nos ataca despiadadamente. Y esto es reciente. Casi a la par del cambio climático brusco que comenzó no menos de 10 años atrás y con progresivo énfasis en los últimos 3. O sea, además de hacer pedazos el orden de la naturaleza, también nos estamos volviendo más vulnerables frente a los virus que mutan con la misma facilidad que se supone podemos combatirlos. Y mutan porque están aprendiendo a sobrevivir en medio de medicamentos de calificación cuestionable. Esto tiene cierta lógica, pues los laboratorios farmacéuticos van cayendo en manos de oligopolios que con tal de abarcar lo más de mercado, rellenan las grageas, comprimidos, píldoras, tabletas y pastillas de cualquier mierda, que lo más benévolo que puedes esperar es algún compuesto transgénicoso con residuos de orthomyxoviridae pasado por las brazas.

A este factor súmale las condiciones medioambientales que se les presenta a los afortunados gérmenes. Las ciudades, por ejemplo, que son invernaderos pastosos donde las partículas de cagada e hidrocarburos de oxidación parcial retienen la gorrina humedad que entra en tus bronquios. Pregúntale al señor Pasteur qué tan saludable es respirar mierda todos los días. Obvio que nuestras defensas van a menguar en tres patadas. Y prueba de ello es que las 13 semanas que estuve en el sur no me enfermé ni una puñetera vez – aunque pisé Buenos Aires, Montevideo, Santiago, La Paz y Lima, la mayor parte del tiempo me refugié en lugares insólitamente rebosantes de naturaleza – y hasta mi cuerpo embarneció y mis músculos adquirieron morfologías envidiables. Claro que después de completar rigurosos treks de 10 horas entre peñascos nevados y glaciares australes, a veces sentía un poco de cosquillas en la garganta, pero al día siguiente amanecía sano como una lechuga y con fuerzas suficientes para almorzarme al mundo entero.

Y bueno, adivinen qué. Nada más regresé a la cochambrosa Ciudad de México sentí como mi organismo purificado comenzaba a corromperse y pues ayer finalmente la gripe derrotó a mis anginas inflamadas y luego vino lo que era de esperar: debilidad rotunda, tatema en erupción, escalofríos epilépticos, estómago apático, flemones pródigos, tos de perro moribundo, mocos amarillo mostaza como cerebros abortados en la garganta... y lo peor de lo peor: espera sempiterna en las modestas instalaciones del IMSS. ¡Concha su madre!, si odio estar enfermo de gripe, igualmente odio tener que ir al Seguro a por mis medicinas. Creo que la mitad de los síntomas que te acongojan en el momento en que entras al consultorio los desarrollas mientras aguardas a que el doctor con papada de dragón de Komodo y lentes inhumanamente gruesos se digne a atenderte. Se pasan de verga en el IMSS con esas salas de espera tan deprimentes que no pueden provocar otro deseo que morirse o ir a matar a alguien o ambas cosas. Yo por eso llego tarde, a eso de las 6, cuando ha terminado el receso de comida de los clínicos, y dejo mi carné en manos de la hermosa secretaria y me largo a pendejear por ahí y regreso hora y media después, esperando ser llamado inmediatamente y así presenciar el menor tiempo posible aquel terrible cuadro de gente quejumbrosa y moqueante apachurrada sin esperanzas en sillas anti-ergonómicas y envuelta por collages carentes de buen gusto para prevenir el tabaquismo y la obesidad.

Pero, ¡Oh, Dios Cuasipoderoso, la puta que te parió!, ¿qué falla he cometido que esta vez me confundí y llegué una hora antes, a las 5, así que no sólo presencié la escena de la derrota de la humanidad, sino que participe de ella y, unido a la pasarela de los pobres diablos enfermizos, aguardé mi sentencia? Por suerte llevaba conmigo Todos los sueños del mundo y así pude consumir el tiempo entretenido con las angustiosas peripecias de Jaime Arbal e imaginando que alguien se divertía con las no menos angustiosas tragedias que yo sufría paralelamente. De vez en cuando algún incidente en el salón cortaba mi lectura, por ejemplo ese crío con gorrito de chavo del 8 que empezó a golpear mi brazo sin razón aparente, o aquella torre, digo, aquella mole, digo, aquella muchacha con problemas de hipertiroidismo que, enfurecida por la dilación inextinguible, soltó un mortífero puñetazo contra su pequeño hermano y lo dejó berreando en el suelo y luego llegó su madre y la amenazó airosamente que si volvía a tocar a su hermano, ella (valla proeza) la haría tocar polvo también. O la viejecilla que se ocultaba debajo de generosos kilos de maquillaje y que, al ser aporreada por el andar torpe de la chica Shrek justo en su pierna enyesada, de sus antiguos labios brotaron escuadrones de insultos rematados por un acongojado “chamaca pendeja que no se fija”.

Por suerte yo no fui víctima de la iracunda atalaya y al fin el papadoso doctor pronunció mi nombre. Con la esperanza del hombre que descubre un nuevo amanecer, acudí corriendo a que me curara. Ya en el consultorio, hundió un abatelenguas con sabor a resinas químicas en mi hocico, se asomó, y me dio un termómetro para que lo colocara en mi sobaco. Se lo devolví impregnado de olores milenarios y me preguntó si quería inyecciones. Yo me negué terminantemente. La verdad me aterran las inyecciones y eso que estoy tatuado y tengo el glande perforado. Creo que es algún trauma de la lactancia, ya sabes lo cuidadosas que son las amargadas enfermeras para poner vacunas. El bueno del doctor accedió y me ofreció un cóctel de tabletas y cápsulas. Con una lentitud insuperable, la papada colgando bajo el rostro hierático, redactó mi receta y me la entregó todo feliz, porque en el archivo del Seguro aparece que tengo 11 meses de edad. El hecho me tiene sin cuidado, pero lo extraño es que el valor nunca se actualiza y si regresó dentro de 7 meses, en vez de indicar 1 año y medio, voy a seguir teniendo 11 meses de edad y el doctor se va a seguir divirtiendo. Mejor para él. Un poco de sonrisas no hace daño a nadie.

Para ahorrarme todo este ritual del sufrimiento, bien podría ir con un médico particular, lo sé, pero entonces, en este mundo en que los privilegios cuestan, no me ahorraría el dinero que me ahorro con mi querido Seguro. Los culeros galenos creen que sus diplomitas de mierda les acreditan para cobrar consultas (perdón, ¿serán acaso insultas?) a tarifas extraordinarias. A tomar por culo, digo yo. En el punto medio se encuentra el asequible de Simi, una botarga con pretensiones políticas y sin ningún aval médico, pero que como todo el mundo, sabe que si te da gripe te curas con ampicilina, clorfenamina y dicloxacilina. Y su examen sale de a 30 varitos, aunque las medicinas te cuestan otro tanto. ¿Qué tranza, cuál te late? Al final cada quién escoge con quien se mete. Y bueno, ya para acabar, he decidido prepararme y estar en forma para hacer frente a la puta gripe mutante. Y lo voy a lograr mediante métodos orgánicos. Pienso desayunar todos los días naranjadas con toronja y guayaba. Mis sopas van a tener más jugo de limón que caldo vegetal. Me voy a hacer una playera que sentencie “Viva la vitamina C”. Y suponiendo que la enfermedad me vuelva a pillar (que es lo que va a pasar), voy a curarme yo sólo con cebollita y ajo picados en jugo cítrico. Cough.

Thursday, May 24, 2007

Lo que pasa cuando eres músico y no cuidas tus instrumentos



Somos un desastre. La cuestión es que siempre que ensayamos nos empedamos. Y aunque nuestras canciones están de puta madre, de vez en cuando el pobre equipo sale malherido, ya sabes, que le entra chela o que se te cae o que alguien le ve faceta de herramienta masturbatoria o que no mides la fuerza creciente y vuelas alguna cuerda. En fin, al menos hemos aprendido un poco de electrónica básica cuando de arreglar se trata, y ya hasta el Besos se rifó cual ingeniero metalúrgico para reparar sus hi-hats que un día dejaron de obedecer al pedal.

Pese a todo, pese a que somos un desastre, nuestros instrumentos han sabido resistir el uso duro al que son sometidos cada semana. De hecho es un milagro que hayamos conseguido grabar un demo casero, ya no digamos existir como banda, en el sentido de que 1) mi bajo tiene por amplificador un pequeño tostador de panecillos de 30 watts, 2) la batería consta de un bombo, un tom de aire (el otro fue perforado por una baqueta asesina), un tom de piso (el otro sufrió una muerte más traumática que el de aire (e.p.d.)), un raid (que funge de raid, crash y crash) y hasta hace poco los hi-hats, 3) nuestro guitarrista es una rata y 4) carecemos de micrófonos para la voz, así que siempre que ensayamos gritamos hasta pelar las finas capas de mucosa que recubren nuestras tráqueas y comenzar a escupir gargajos sanguinolentos. Hey, ahora entiendo por qué tocamos punk, jo.

Aquí cabe hacer una aclaración: en realidad no carecemos de micrófonos. Tenemos cuatro y bien bonitos. Lo que pasa es que nuestra consola se jodió y pues de nada sirve que tengas unos super bafles tamaño concierto-masivo-en-el-Zócalo y un ejército de micros con moduladores tipo Nekro-voz-angelical, cuando el puto cerebro está en estado vegetal. Por cierto que si digo “se jodió” no significa que quiera decir absueltamente que “lo jodimos”. Un día llegamos y la consola estaba en el piso y luego la mamá de Rata nos dijo que un vendedor de tarjetitas con la jeta de personajes religiosos había entrado al cuarto y el muy imbécil había jalado el cable del trasto que salió proyectado hasta estrellarse contra el suelo duro y en compensación le había obsequiado una tarjetita del señor San Judas Tadeo como si el mamón de Judas fuera a reparar el aparato. Como lo esperábamos, cuando hicimos la prueba de sonido descubrimos que la consola había valido madres y desde entonces aplicamos la de gordos tenores que solfean a pleno pulmón. Ya saben las consecuencias: voz de gorila en brama las 24 horas y escozor persistente en la campanilla, paladar y zonas próximas.

Finalmente decidí arreglar la consola. Ayer me metí a la estridente calle de Bolivar con el coso colgado de mis enjutos brazos en busca de algún local sin buitres dispuestos a aplicarme manita de puerco por cambiar una puta pieza que se habrá quemado con la caída. Aja, cómo no. Los diversos técnicos que consulté diferían en su diagnóstico y todos querían sacarme mínimo 400 varos. Mi búsqueda fue larga, pero yo no iba a dejar que esos culeros me violaran así de fácil. También conocí a numerosos personajes dignos de un post de La venganza de los malditos: un viejo con los ojos listos para salir disparados que olía a momia vetusta y que me explicó la diferencia entre conectar bocinas en paralelo (el valor de Ohm se multiplica) que en serie (se divide), de acuerdo a la ley I=V/R; una damisela de los arrabales que se enamoró de mi y que me contaba que un tipo como yo que conocía tocaba cumbias y quería saber si yo también tocaba cumbias porque a ella le encantaba bailar cumbias, tango, salsa y demás; un par de cabrones que creyeron que por tener barba abundante y shorts zarrapastrosos significa que soy un drogadicto lo cual no es completamente equivocado pero sí decididamente reaccionario pues fue deducido a partir de una moral de tres pesos de comercial de Fundación Azteca; un loquito que se metió a tocar piano a un local mientras una tormenta azotaba las sucias calles del centro histórico y que se sabía unas melodías de los montes Cárpatos...

Al final un tipo conocido como el Saxofonista me mandó con un tipo conocido como el Luis y el Luis se llevó la consola con un técnico perdido en una vecindad de Mesones conocido como el Técnico. El Luis me quería cobrar 400 pavos así que inmediatamente lo mandé a chingar a su madre y fui a recoger la jodida máquina que pesa un montón, pero resultó, como era de esperar, que el Luis se quería rayar y lo más de la ganancia iba a ser para él y no para el Técnico. El Técnico tampoco iba a desperdiciar una buena oportunidad para sacar su agosto y finalmente acordamos un precio de 250 que no deja de ser excesivo por sustituir un par de sistemas integrados quemados.

Lo que aprendí ayer, además de la omnipresente Ley de Ohm, fue que hay que arreglar las cosas uno mismo o de menos saber cuál es la pieza que está jodida para lidiar con esos canallas de Bolivar. También decidimos tapizar el garaje donde ensayamos con almohadas para evitar cualquier accidente letal. Por último sacamos un cover de La Brigada Flores Magón en versión cumbia y nos emborrachamos hasta morir.

Monday, May 21, 2007

La amputación



Después de un maratónico fin de semana, beodo desde el martes y extasiado por la triple presentación de Fermín Muguruza y La Kinky Beat y (sólo ayer domingo) la Banda Bassotti, el mundo tal como es (o sea, sin conciertos tan frecuentes ni borracheras tan extensas) me parece mezquino. La gente está triste, sal a caminar y lo verás. Sus miradas huidizas pueden reposar en tus ojos y entonces verás derrotas y otras historias. Claro, a menudo hay sonrisas, sin ellas la vida sería demasiado insoportable. Pero como dijo una vez Shakespeare, cuando más se cierran mis ojos, es cuando mejor ven, pues todo el día se posan en cosas sin mérito.

Ayer, sin embargo, mis ojos se posaron en cosas meritorias y me acordé de la infancia y del mundo que solía ser más liviano, tan liviano que casi creías que te pertenecía. Yo estaba en el amigable barrio de la Merced acompañado de mi colega Besos y con dirección a la pulcata que está en la calle de Manzanares, pero el calor era tan pujante que entrar a la pulcata fue lo mismo que haber entrado a un baño sauna en el culo del infierno, así que tras liquidar una jarra de curado de guayaba decidimos buscar bebidas más gélidas. Un par de metros más adelante dimos con una sugerente cantina donde además de señores redondos y flatulentos, abundaban biberones de cerveza. El cambio surtió efecto y entonces decidimos esperar un rato antes de movernos al concierto. Una señora de poderosos brazos atendía a la muchedumbre y mientras tanto sus hijos se entretenían en el fondo jugando con los cartones de las cervezas que ya habían sido desocupados. Parecían dos crías de simio en medio de la jungla. La imagen en su totalidad (los adultos indiferentes, el contexto que la clase social permite, la imaginación pueril, lo lúdico y sus manifestaciones) fue señal de cómo la sociedad nos va educando para aprender que las cajas no son pelotas sino cajas. La educación es la primera de las castraciones a las que seremos sometidos a lo largo de la vida y mientras ésta no asuma la libertad como eje, la realidad se asemejará más a esa caja de cerveza: cuadrada, excluyente, racional, producida en línea.

Por eso yo creo que la gente está tan triste. Ya no pueden jugar con cartones ni subirse a los columpios y poco a poco pierden la capacidad de asombro. O peor aún, la estandarizan de acuerdo a pautas inmóviles. El capitalismo se parece a una gran sala quirúrgica donde uno acude a que le amputen partes de su cuerpo y de su espíritu, donde uno acude a enfermarse y no a aliviarse. Un hospital de oro donde se paga por cercenar la capacidad crítica, la imaginación y la autonomía. Una casa médica, en fin, muy rentable. Mientras tanto los niños se acoplan a su entorno y se divierten con lo que tienen a la mano, anque sean bisturíes y bolsas de suero.

Muchos anarquistas advirtieron desde hace tiempo que el cambio radical en la juventud es básico para que se dé una revolución social, pues conforme uno crece, más enquistados están los fantasmas que uno se ha inventado. Educación libertaria y tiempo de ocio: dos factores propicios para la emancipación, aunque condenadamente difíciles de generar. Y bueno, uno que ya es adulto responsable y que no quiere contribuir con esta mierda, tiene la obligación de voltear hacia esos niños y desaprender un poco.

Friday, May 18, 2007

Mi postura acerca del arte de Spencer Tunick



Aunque aquella mañana templada yo me encontraba en el séptimo sueño, he escuchado algunos testimonios sobre la experiencia de encuerarse y participar en el más masivo de los desnudos que el neoyorquino consiguió inmortalizar en película fotosensible. Por ejemplo, un amigo que prefirió enfriarse el culo a cambio de observar las curvas de la vecina, me dijo que fue un acto bien revolucionario eso de mostrar las pelotas frente a iconos tan conservadores como la Catedral y el Palacio de Gobierno. También hablaba de la igualdad, pues tanto él como su chica como sus familiares estaban en idénticas condiciones, sin ropajes ni máscaras, encueraditos como los trajo el señor; o luego, mi padre me comentó que un compañero suyo había asistido al acto y por casualidad había levantado la cabeza en el momento justo en que Tunick oprimía el botón. Todos estaban acostados en la pringosa plancha del Zócalo, y al final su cabeza peluda en medio de la carne azteca dotó al cuadro de una composición más interesante y al momento fotográfico de una inesperada expresión de disparidad. Para su mala fortuna, la imagen había figurado en la primera plana de El Universal y pues el tipo tiene, ejem, tenía otro trabajo, pero lo corrieron porque resulta que su jefe era uno de esos jefes mochos que además de leer El Universal, se creen bien pinches correctos al expulsar del plantel a un individuo de conductas lamentables que así como si nada se quita la ropa y anda con la pinga colgándole en pleno centro capitalino.

Aparte de esto, he atendido un poco de lo que dicen los medios por aquí y por allá y pues la verdad me parece que hemos sido víctimas una vez más del cabrón del Titiritero. Primero que nada, es bien sabido que los medios de comunicación hacen todo lo posible por callar cualquier grito que atente contra el sistema: si algo no sale en la tele es porque no existe. Punto. Confía en el bueno de Alatorre. Pero entonces me pregunto, ¿cómo un acto revolucionario va a escapar a los ojos de los editores y aparecerá en la plana más visible de sus periódicos derechosos? ¿Cómo un acto revolucionario va a ser publicitado, patrocinado y coordinado por aquellos que perderían sus privilegios si se diera aquella? No mamar, sólo faltaba que de constancia te dieran una playera con la jeta del Che y un diploma al mejor caudillo libertador.

Segundo: que te quedara la sensación de que todos éramos iguales o libres o solidarios fue parte de la logística. A ver, ¿a poco cualquiera se podía desnudar fuera de los límites determinados por las autoridades? Por cierto, ¿cómo podemos hablar de autoridades y libertades al mismo tiempo?¿Si todos éramos libres entonces que mierda hacía una pandilla de policías esbirros de la autoridad con el pene medio erecto por ver tantas tetas pellejudas, ahí apelotonados amenazando con reprimir cualquier acto de insubordinación? En realidad todo estaba calculado. El tal Spencer logró un permiso para que te desnudaras un par de horas y tan tan, de vuelta a la esclavitud. No creo que tengas la misma suerte si vas al rato tú solo a desvestirte en Galerías Coyoacán. Te apuesto un alfajor a que en menos de dos minutos un trío de babuinos con traje te estarán golpeando el estómago en una bodega mientras esperas a que llegue tu patrulla. Pero volvamos a lo macro: lo que los poderosos obtuvieron de beneficio, al contrario, fue algo menos pasajero que tu libertad. Ahora ya podemos hablar de una sociedad más tolerante, más liberal, más progresista. Su imagen se ha renovado aunque en lo más profundo de sus culos cavernosos sigan siendo los mismos retrógradas de siempre que se oponen al aborto y aprueban leyes ISSSTE. Bienvenido a México, el país de las maravillas.

Por último, creo que el arte en todas sus manifestaciones debe ser revolucionario y lo que hace Tunick es más bien lo que hacen muchos artistas de renombre. Negociar, aprenderse de memoria los códigos de diplomacia y saber venderse. La esencia del arte se desublima y el elitismo de galería se traslada a elitismo de plazoleta. Últimamente encuentro mayor interés en ver una maceta que en ver arte políticamente correcto. Ah, y por cierto, ¿que qué puedo decir del jefe del compañero de mi padre? Nada, estoy esperando la respuesta del currículum que le envié. Y si no pega puedo ser artista y si no pega, pues nudista.

Wednesday, May 16, 2007

Nada que perder



La mosca estaba acostumbrada al sabor de la caca pero nada como la cerveza. O sea, como buena mosca que era, siempre se sintió atraída por el perfume de una buena mierda callejera, oh sí, por esas exquisitas plastas ennegrecidas que arrojan los perros desde sus agujeros peludos, por esa señalética indiscutiblemente urbana, por esas minas indelebles de las vías públicas; pero el día que probó la cerveza, su vida dio un giro ostentoso. No hay que adelantarnos. La mosca era una mosca como las que tú conoces: negrita y gorda y se la pasaba saltando de mojón en mojón. Después se paraba a reposar encima de tu postre, depositaba sus huevecillos entre las hojas sacarificadas de chocolate y luego se iba a pasear por el barrio, empalagada e improductiva. Un parásito, como diría la gente educada, derrochando su tiempo en un vaivén apestoso, acumulando inmundicias entre sus vellosidades y asegurando la continuidad de su estirpe en el interior de organismos ajenos.

En realidad la mosca vivía feliz en la ciudad de México. Estaba segura que había encontrado un lugar fértil en inmundicias, un gigantesco relleno sanitario que se prolongaba indefinidamente a lo largo de avenidas, ejes, calzadas, callejones y, ciertamente, jamás había pasado hambre. Su exoesqueleto era rígido, radiante de proteínas, su dieta bastante equilibrada. Siempre se esmeraba en combinar adecuadamente los alimentos para no sufrir descompensaciones. Además, había aprendido a gozar de la comida; el simple acto de comer se había vuelto un placer estético. Encontraba la misma satisfacción en masticar un buen bocado de mierda cacahuatosa que en escuchar la Tannhäuser. Por supuesto, le encantaba dormir. La siesta era obligatoria después de darse un banquete y si éste había sido soberbio, así lo debía ser aquella. A veces recorría grandes distancias con tal de encontrar un lugar adecuado para descansar. Solía pecar de hedonista en eso de las comodidades, pero no podemos negar que dista mucho dormir en el piso helado que acurrucado entre maternales cobijas. La mosca, claro está, no necesitaba cobijas maternales, pero siempre se las arreglaba para encontrar alguna cortina de satén damasco o algo parecido. Mosca y todo, era refinada a la hora de seleccionar. La tarea se volvió sencilla en cuanto comprendió que el mundo era suyo, pues no reconocía el significado de la propiedad privada. Sabía que las personas son celosas de sus pertenencias, sí, y cuando salen de casa echan la llave, se sienten seguras entre seguros, pero no siempre cierran las ventanas. Estos diminutos espacios que las separan de los marcos bastaban para que la mosca se decidiera a violentar la intimidad de los demás, cosa que nunca le causó mayor remordimiento. Decía con permiso y se dirigía sedienta hacia el bote de basura más próximo.

Mosca nació y de extraordinaria adaptabilidad genética gozó. Las concentraciones metropolitanas habían parido tres especies que en definitiva sobrevivirían a las demás: las moscas, las cucarachas y las palomas. Nuestra mosca era un ejemplar perfecto de la modernidad, uno de esos bichos que tienen el culo de color metálico y que cuando vuelan se oye un zumbido como de astillero. En una ocasión un humano gordo y subnormal la quiso matar. Al parecer, no soportó el ruido de su poderoso aleteo y la atacó con un matamoscas. El gordo no sólo era gordo, sino lento, y falló en su patético ataque. La mosca entendió que los humanos son una especie que no sabe convivir con las demás y desde entonces desconfió de ellos. A veces le daba por suspenderse en el techo, alejada, y los analizaba. Los trataba de entender, los estudiaba minuciosamente. ¿Qué tienen de especial como para poder destruir cualquier cosa que les estorbe? Muchas veces las cuestiones más sencillas requieren de las explicaciones más obscenas. La mosca se bloqueaba. Su pequeño cerebro le impedía alcanzar conclusiones complejas y entonces los contemplaba con su andar bípedo y sus ridículas vestimentas y el mundo le parecía particularmente estúpido. Por más que se esmeraba en encontrar algo positivo en ellos, bastaba con mirarlos para desanimarse y tirar la toalla. Todo cambió cuando accidentalmente probó la cerveza. Por vez primera logró comprender a esa manada de changos lampiños que a duras penas podían soportar la conciencia de su propia conciencia y que habían logrado idear un artilugio embrutecedor para liberarse temporalmente de su miserable realidad.

Todo sucedió así: la mosca ya conocía los vasos. Sabía que los humanos los utilizan para verter diversos líquidos repugnantes y de vez en cuando agua simple. Mmmm, qué rica el agua, pero cuando mamaba refresco la atormentaba una sed terrible. ¿A qué idiota se le ocurrió inventar una bebida que no cure sino induzca la deshidratación? Un día vagaba cerca de una fonda y a través de sus ojos fragmentados divisó un vaso lleno de un líquido desconocido. Era color ámbar y se acordó de unos meados que había probado en la mañana. Como hacía un calor sofocante de esos típicos veranos de fin de siglo, decidió catear el brebaje aún con el efervescente recuerdo agridulce en el paladar. Se metió en el vaso, introdujo la trompa y succionó un poco. El sabor amargo la fascinó. Como la mosca era pequeña, se puso peda en seguida. No tuvo tiempo para percatarse que se alejaba de las paredes del vaso. El alcohol entraba por sus poros y poco a poco se hundía. También le entraron intensas ganas de mear y no supo qué era peor. Luego vio una mano gigantesca que se acercaba al vaso. Era el dueño de la cerveza. En vez de finiquitarla, con ayuda de una servilleta la rescató y la arrojó contra el piso grasiento y luego se bebió de un trago el resto de su chela. Ella, por instinto, se sintió amenazada y comenzó a volar dibujando zigzagueos etílicos. Chocó varias veces contra una manta de plástico y por poco y se cae en una michelada. Excitada, encontró un calendario antiguo de hacía dos años colgado sobre la pared y se quedó viendo el mundo dando vueltas alrededor suyo. Cuando se le bajó la peda, un sentimiento de haber hecho el ridículo inundó su cuerpo peludo. Luego se deprimió. Luego le entró tremendo sueño. Se fue volando en busca de cualquier cortina y antes de quedarse dormida entendió que había descubierto algo grande. Cuando se despertó todo estaba oscuro y no recordaba sus sueños ni la mitad del día anterior. Se había meado encima.

Comenzó a beber cerveza con más frecuencia. Las fondas color pistache y las cantinas malolientes eran sus lugares predilectos. Ahí la gente era diferente, estúpida, claro, pero menos engreída. Además no había un puto matamoscas a la vista. Los personajes que frecuentan esos sitios en busca de un trago están suficientemente desesperados como para aceptar convivir con las demás especies. En cierto sentido, ellos mismos pertenecen a las “demás especies”. La mosca había decidido darles una oportunidad, si bien es cierto que no era fácil verla con la misma lucidez de antes. Ya no les huía. Durante la que fue probablemente su peor peda, se puso a platicar con un anciano estropeado que siempre se escondía en un agujero oscuro y fumaba y nunca hablaba. Apestaba a calcetines rancios y su expresión denotaba tragedia y amargura. El anciano le contó sus desgracias, la mala vida que le dieron, y ella le planteó su dulce dependencia del alcohol. Acordaron secuestrar un camión expendedor de cerveza y beber lo más posible antes de ser capturados. Acordaron ésta y otras cien estupideces que, según ellos, los ayudarían a sobrellevar la puta vida de mierda que los mancillaba. Pasaban las horas y parecía que el mundo agonizaba. Junto con la cerveza vomitó sangre y todos sus demonios, tan intoxicada estaba aquella noche la pobre mosca. Después no volvió a ver al anciano y optó por replantear su relación con la bebida. Ésta la había ayudado a despojarse de numerosas cadenas, pero también estaba opacando su sensatez. Recordó sus métodos hedonistas y pensó que la cerveza podía ser a la vez placer y puerta al entendimiento. Ahora, cuando bebía se posaba en algún mueble a filosofar y - carajo, cómo le extrañaba esto- observar a los seres humanos hacer de las suyas. Por fin comprendía que no tenía nada que perder. Estaba feliz y sabía que pronto encontraría la respuesta a todas esas cuestiones sencillas que solían acribillarla. ¿Qué tienen de especial como para poder destruir cualquier cosa que les estorbe?, ¿qué tienen de especial?, la pregunta se repetía en círculos y la solución emergía parcelada en su trompa y volvía a desaparecer, jugueteaba, se explayaba. De pronto, casi como un fantasma emergiendo desde el humo pálido de los cigarros, vio aparecer a un señor con cara de ratón y bigotes de charro. La muerte se veía clara en sus ojos alcohólicos conforme se aproximaba. No tenía ningún matamoscas, pero sí una palma rosada y cinco dedos gordos y enanos. El movimiento fue tan rápido que no alcanzó a sentir el peso de la carne ni a ver su nueva figura, una plasta repugnante, reflejada en el cenicero de metal. Ya estaba muerta cuando el señor ratón, que se había limpiado la mano con su camisa llena de manchas resecas, sacó a bailar a una de las señoras desdentadas que bebían a costa de los caballeros.

Saturday, May 12, 2007

La ciudad y la aniquilación del otro



La vista en planta de una ciudad nos revelará un terreno ceniciento tasajeado por vías de comunicación. Contradictoriamente, en esta época se sacrifica la comunicación por la información, pero así las han nombrado. La tierra se asfixia bajo una melancólica capa de cemento y encima los automóviles avanzan con decidida estupidez. Nos multiplicamos. Cuando el espacio es insuficiente las cabezas voltean hacia arriba. Los edificios son altos, las habitaciones comprimidas. Cuando los edificios son insuficientes y llenas están las habitaciones, las cabezas voltean hacia abajo. Los subterráneos de las grandes ciudades son simplemente un microclima dentro del sistema capitalista, en las profundidades se reproduce la misma lógica centralizadora de las migraciones: a) del tercer al primer mundo; b) del campo a la ciudad; c) de los suburbios a los núcleos de actividad. Las movilizaciones son primordialmente unidireccionales, al amanecer en un sentido y con dirección al foco; al anochecer en sentido opuesto y con dirección al perímetro. La misma vida pierde sus ángulos hasta volverse círculo. La cotidianidad es primordialmente uniforme. Los uniformes son cotidianamente primordiales. La intuición ha cedido ante la indicación y mientras tanto se extinguen los individuos, florecen los egos. El silencio es un recuerdo desconocido por el bullicio y sin embargo los veo a todos mudos. Las miradas se evaden, los cuerpos son prófugos unos de otros. Nadie regala sonrisas. Las mentiras son ilusiones deliciosas, las verdades son evidencias obscenas.

***

Las llamadas horas pico son un síntoma de la modernidad y van ligadas al ritmo de vida tan vertiginoso que se sufre en las metrópolis. La dinámica del tiempo se parece más a un torbellino. La dinámica del espacio también, pero con el sujeto anclado al centro, pasivo y contemplador. A su alrededor transcurre un torbellino de imágenes monótonas, tautológicas, insistentes, mezquinas. La rutina está pensada para desgastar, para transformar la fuerza en artículos, para drenar hasta que el plazo de utilidad expire trágicamente. El pilar de la moral descansa sobre un ideal: vivir para trabajar. La productividad mantiene al productor alienado del producto. Una puesta en escena se ejecuta sin que uno sea conciente de que participa de la farsa. En cada espejo descansa una máscara. Nos asusta el otro.

Monday, May 07, 2007

Prosecución



Muchos me daban por muerto, muchos me lloraban. Los más se deleitaban con la idea de que ya no volvería a joder, pero adivinen qué, nel pastel, seguimos pataleando. Voy a ser sincero: mi vuelta a México fue crítica, enseguida me tuve que refugiar en la escritura para no fenecer sobre la marcha. Contaminación, mierda, racionalidad, idoneidad. Es demasiado para un organismo purificado, para un cuerpo que ha sentido lo que yo he sentido. Porque en Sudamérica estuve tentado a volverme un ermitaño y mandar a la humanidad de una vez por todas a la mierda. Tenía una nueva amada, la naturaleza se llamaba. Nos engarzamos en un torbellino de pasión mientras mi vida se iba volando. Por la noche me tumbaba agotado a ver el universo con la perspectiva austral que se me ofrecía y así transcurrían los días de verano. Luego decidí retornar a los páramos civilizados y, lleno de dicha y con la mente todavía sedada, creí que estaba en un edén secundario. Yo estaba listo para presenciar las venas abiertas de América Latina, para sufrirlas, pero la cosa no fue tan grávida como había imaginado. Por ejemplo, se sabe que en La Paz hay un oficio entre los niños de la calle que no les confiere buena reputación, por el contrario, los obliga a ocultar su rostro detrás de pasamontañas azul marino como si estuvieran cometiendo algún crimen impío. Son los limpiasuelas. Ya, pensé, uno más de los trabajos asalariados del continente, pero después comprendí la necesidad de su presencia, entendí que eran parte del paisaje citadino, que las catedrales no serían las mismas sin estos chicos en sus plazas, que los turistas se quedarían sin escenas que inmortalizar ni que mostrar a sus amigos...

O el caso de Colchani, la ciudad que está al borde más salado del salar de Uyuni, donde todos y cada uno de sus habitantes se dedican a la tarea de extraer salmuera para exportarla a la provincia de Santa Cruz. Ahí platiqué con dos nenitas que, me llamó la atención, estaban golpeando una piedra con otra más pequeña. Sacamos sal, me dijeron en un castellano lerdo que más sonaba a Aymará. Excelente, desde pequeños los niños están practicando para ser buenos trabajadores, adiviné; si su realidad les exige una historia determinada la aceptan con sorprendente madurez...

O aquel día a finales de marzo, el llamado “día del joven combatiente”, cuando se armó la bronca en las calles de Santiago. Aquel día en que las tanquetas cruzaban las calles rociando al público con gas pimienta. Soldados armados hasta el culo detenían a los jóvenes del secundario. Guau, qué manera más ejemplar de convivencia, qué herencia tan valiosa de los apacibles días de Pinochet...

Por otro lado, el hecho de que en la televisión boliviana hubiera un canal llamado “El canal de las estrellas” donde se transmite toda la programación de “El Canal de la estrellas” no me pareció algo alarmante, ya que en última instancia es la gente la que tiene la facultad de aprehender la información de manera cabal y crítica. Cuando veía a las señoras pegadas por horas al televisor, me imaginaba que estaban descifrando las contradicciones que abundan en las telenovelas. Aún cuando suspiraban y se agarraban el pecho y decían “pobrecita de ella”, no se me escapaba el dejo de ironía perfectamente calculado...

Un día me subí a un colectivo en Ica y me dispuse a encontrar un famoso viñedo donde regalaban muestras de vino tinto. Al final estaba cerrado y tuve que volver al pueblo en el mismo colectivo que me llevó. Entre uno y otro punto se subieron como unas 15 señoras de tez bronceada con enromes bultos colorados en la espalda, algunos de ellos eran sus hijos y otros eran simplemente papas, yucas y ocas. El chofer y sus ayudantes las trataron muy mal, casi se diría que discriminatoriamente, pero yo jamás se lo adjudiqué al hecho de que fueran indígenas. El problema es que las señoras no se habían bañado en semanas y olían a mercado y a caca, y pues el chofer que era muy cerebral, no quería que eso nos causara un mal viaje al resto de los pasajeros. Cada uno tiene su manera de apreciar las cosas, pero yo diría que no fue injusto con ellas, simplemente equilibró la balanza a la mitad...

O me viene a la memoria el día que me fui a acampar a las torres del Paine. El circuito es todo un reto: 88 kilómetros para 5 días de inclemencia. Por fortuna a los dueños del parque (que además de ser parque nacional, es reserva de la biosfera) se les ocurrió vender un par de hectáreas a una compañía privada que colocó dos campamentos y un refugio en ciertos puntos estratégicos, un poco antes de los campamentos libres, pues sucede que uno llega hecho mierda y ya no quiere dar un puto paso más. Yo estaba en contra de las privatizaciones, pero descubrí que hay casos en que no son algo tan malo. Todo depende del uso que se les de. Claro que si les quieres comprar una barra de pan te va a costar 6 dólares o el precio que se les venga en gana, pero tampoco hay que ser duros con ellos, sólo están haciendo su negocio. Y si de plano eres un marro y te importan más las especies endémicas que tu propia comodidad, pues nadie te está deteniendo para que camines otras dos horas hasta el campamento libre...

¿Qué más aprendí? Ah, claro, eso que la gente anda diciendo sobre el calentamiento global, la capa de ozono, las reservas de agua dulce que se acaban, etc. No les hagan caso, la verdad que están exagerando. O sea, yo vi fotos antiguas de muchos glaciares que no coincidían con los actuales y, en efecto, todos están retrocediendo, pero no es como para empacar y meterse al refugio anti-inundaciones. Los glaciares son suficientemente grandes como para que un día desaparezcan, esos procesos llevan miles de años. En cuanto a lo de la capa de ozono, pues para eso existen los bloqueadores solares, ¿no? Y si vives en el hemisferio norte, ¿de qué te preocupas, si el magnetismo atrae al agujero hacia el cono sur? Y respecto a las reservas de agua dulce, esos ecologistas han encontrado una justificación para tenerte aterrorizado. ¿Recuerdas la guerra fría? Pasa lo mismo ahora. Consiste en encontrar cualquier tema que te distraiga de los verdaderos problemas, como quiénes pasarán a la siguiente ronda en la Copa Libertadores. Mejor ocúpate de lo que realmente merece ocuparse...

Los mineros de Potosí trabajan durante 14 horas en las profundidades del Cerro Rico sin equipo de seguridad ni cubre bocas; detrás de la terminal de Retiro en Buenos Aires hay una muralla que oculta a una vecindad paupérrima sin que a sus habitantes les apremie salir a buscar comida o aceptación; los jóvenes petroleros de Chubut tienen que renunciar a sus laburos si pretenden tener un día de descanso a la semana; en Río Gallegos hace tanto frío que los vagabundos saben que no pasarán del invierno y disfrutan de la primavera con sus amigos los perros; a los niños que viven en las islas del lago Titicaca se les está enseñando a hablar inglés para que puedan pedir limosna a los extranjeros... Nada de esto es para apenarse, al contrario. Hay que sentirse orgulloso de que la gente se las arregle para salir adelante en condiciones adversas. Los sobrevivientes son un ejemplo para uno que tiene la vida solucionada y que se anda quejando de todo.

En fin, como verán, me he educado mucho en este viaje y por eso me animo a compartirlo con ustedes. Lo único que no me queda claro es el por qué de esta cicatriz con forma de gusano a la altura de mi cerebro. ¿Cuándo fue que apareció? Creo que fue después de una noche que fui a cenar con Kirchner, Bachelet, Evo y Alan García. Los culeros me empedaron con pisco y se andaban burlando a mi costa cada vez que vomitaba el líquido rasposo, pero debo admitir que todos tienen buen sentido del humor, sobre todo el Kirchner que se las daba de chingón nada más surgía el tema de las deudas y el FMI. Para cuando mi sangre contenía más alcohol que leucocitos, yo estaba inconsciente y tumbado sobre mi propia vasca y a la mañana siguiente desperté con una punzada en el cráneo. El dolor me jodió un tiempo, la peor de mis resacas, pero en la proporción en que ésta iba disminuyendo, las cosas se me presentaban cada vez más claras. Ya hasta siento que a mi vuelta, el panorama socio-político en México ha mejorado. Así es, las cosas se me presentan cada vez más claras. Cada vez más claras.