Wednesday, August 29, 2007

Teodicea



No eran hombres verdes.
Tal vez fue eso su victoria
(o nuestra derrota,
que viene a ser lo mismo).
Poliformes o amorfos,
pero en ellos reflejados,
jamás vimos nuestro sino,
sino al ego y al hermano.

Calculado el día estaba
y nosotros embobados como siempre
entre números etéreos y fantasmas
que jamás nos enteramos de aquel día.
En debacle simultánea
se extinguieron las bombillas,
la fisión retrocedió y cantaba rebeldía;
las bases de datos se volvieron locas
(aunque no tanto como uno)
y mientras los fantasmas saboreaban nuestra dicha
ya nosotros no teníamos qué embobara.

No eran hombres carnados ni con hueso
si bien su presa vaya que lo era,
aunque en este momento he de decirlo,
la disputa en la razón se llevó a cabo.
Nada nuevo si el débil callaba anonadado,
y aún menos sin Saber,
nuestro aliado intermediario.
Y bueno, también he de decirlo ahora,
necios como somos preferimos no enterarnos
que el fracaso humano estaba escrito de antemano,
que la historia no perdona,
que en maldad hay quien nos gana.

Mientras tanto había otros seres.
Bichos, bestias,
como los nombramos,
quienes después de tanto tiempo rezagados
por fin sin dueño ni grillete caminaron.
Yo por entonces me hallaba aprisionado
y por fortuna mi condición fue insuficiente
para impedirme tirar tres lágrimas al verlos,
y hasta en cierta forma acompañarlos,
marchar volando hacia la fresca estepa.

Pero si hay que admirar algo del humano,
y por favor recuerden que me hallaba aprisionado,
es (o fue) su talento incomparable
en hacer igual que Midas,
mas en versión factorizada,
de la naturaleza un cubo gris lleno de nada.
Las cárceles sin carcelario no se malgastaron
pues ahora había un nuevo morador encarcelado.
Yo y todos mis colegas convivimos juntos
como nunca en la vida habíamos hecho,
pero ahora del otro lado de las rejas
y sin la etiqueta injusta donde dice amo.

No eran hombres verdes,
pero igual que tantos habían sido expulsados
de un Paraíso fresco y dulce
como aquella estepa a la que iban
las bestias sin grillete, los bichos no adueñados.
No eran hombres verdes
y un día cualquiera recibieron un recado,
era un Dios decepcionado
que buscaba entre sus hijos al más santo.
Se supieron elegidos
y sin naves niqueladas caminaron la galaxia
hasta aquel día, otro cualquiera,
en que vieron al humano.