Wednesday, October 31, 2007

Los enamorados



- Creo que yo te gusto.
- ... mmm, sí... Creo que yo te gusto.
- ... sí, sí.
- ...
- Creo que tenemos que hacer algo al respecto.
- ¿Como qué? ¿Ser novios?
- No, no, algo que no atente contra nuestra libertad.
- ¿Libertad?
- Eso. Que no nos entierre en cemento fresco. Que nos deje trepar hasta la luna.
- ¿Que nos haga inmunes al simulacro y adictos a las sonrisas gratis?
- A las sonrisas y a las piruetas y al cuerpo entero con sus defectos.
- ¿Que seamos libres como para poder ver sin celo al otro dando un beso y un abrazo?
- Libres, sueltos, al fin curados de poder.
- ¿Que seamos libres de las instituciones y cómplices del instinto? ¿Que follemos sin miedo, que nos comamos al cielo?
- Así es preguntona. Tendríamos que reinventar el deseo, acaso morir en una orgía dionisíaca.
- Por qué no, si Otto Gross la hizo terapia.
- (Y enloqueció incluso al asceta de Weber).
- Exacto. Ya lo haz dicho: será preciso enloquecer.
- ¿Y sabes tú qué pasaría después de eso?
- Te suplico me lo digas si lo sabes.
- Nos fundiríamos, engarzando lo que un día la razón separó.

Thursday, October 25, 2007

El pacto, tratado, juramento o como le llamen




Una disculpa a mis 3 lectores cautivos y a la pandilla de pobres diablos que llegan a este blog por error. Sé que a veces soy desconsiderado, que no pienso que por ahí hay quienes cada vez que malgastan el tiempo en la red se toman la molestia de revisar a ver si ya me vino en gana escribir alguna huevada, que tarde que temprano me van a mandar a la mierda y olvidar para toda la eternidad con el resto de fracasados sin nombre. ¡Clemencia, humanos compasivos!, prometo autoflagelarme en la búsqueda de fenómenos repugnantes de la posmodernidad; escribir luego críticas flamígeras que, simultáneamente, delineen sonrisas cáusticas en los cómplices e inciten al harakiri a los culpables.

Por cierto que ya tengo planeadas unas veinte entradas, el pedo es transcribirlas, me he vuelto un huevón despreciable. La peor excusa. En realidad mi córnea, acostumbrada al op art, es tan sensible que ya no soporta los malditos ordenadores hijos de su computadora madre. Una excusa digna de un marica. Bueno, ya va en serio: el mes de octubre del presente año estuve encarcelado porque me cacharon fumando piedra en los retretes del Congreso. Ah, ¿verdad? Chucha, esto parece el puto confesionario. La verdad es que la verdad es una perra, como ustedes recordarán. Pasemos al siguiente punto.

Bueno, les propongo esto: vamos a ver si logramos una entrada a la quincena, igual que los cheques. Después de todo, me consta que si puedo entregar puntualmente los controles de lectura para aquel maestro del medievo que no sabe un pito sobre feudalismo y que me caga la punta de los orcos, puedo hacer lo propio con mi hijastro subnormal, osease, este blog... y mis nenes de probeta, osease, los 3 lectores cautivos que mencioné al principio.

Una consideración final respecto a los fracasados anónimos, pues creo que lo que me dijo el otro día mi amigo Juan Topo viene como esfínter al dedo: “Yo respeto a los fracasados. Los respeto porque son los únicos que tienen los huevos para desaparecer y no dejar huella.”

Monday, October 15, 2007

Pleasantville



1. Señor microbusero. Chaparro, embarnecido y lleva gorra. Su hijo, con suciedad en los cachetes, la playera desfajada. La playera es naranja, con un roble y unas letras que dicen Pleasantville. El niño es como su padre, en chico y sin bigote. Parece un duende.

2. Señor microbusero está en la base de Deportivo 18 de Marzo. Lo apresuran a salir, aunque no ha cargado mucho pasaje. Su hijo le pide a gritos una paleta. Le da unas monedas.

3. El niño baja por la paleta. Un cacharpo platica con señor microbusero, le pregunta si va y viene. No le responde. Se toca la bolsa del pantalón y le hace una mueca de perplejidad. Su hijo regresa y se sienta en el asiento del cacharpo.

4. El cacharpo se baja y señor microbusero enciende el motor. Su hijo se asusta, cree que van a dejar a su madre. Se pone a gritar que no se vayan. QUE NO SE VAYAN. Se planta en los escalones de la entrada y no deja subir a unos pasajeros que acaban de llegar.

5. Señor microbusero trata de tranquilizarlo. Le dice no voy a dejar a tu mamá. El niño va a buscarla al puesto de las papas fritas y los pasajeros atraviesan el acceso liberado.

6. Se sube una niña y va a sentarse atrás del señor microbusero y le dice ten papito, pon esto ahí. Le tiende una botella de refresco de 2 litros cortada por la mitad y rellena de monedas. Durante la maniobra caen algunas. Señor microbusero las recoge y deja el bote al lado del asiento. La niña no se parece ni a su padre ni a su hermano ni a ningún duende.

7. El base repite a señor microbusero que se mueva y golpea con los nudillos el costado de la unidad. La madre y el hijo llegan corriendo con unos tacos de canasta y unas papas a la francesa cubiertas por una plasta de cátsup y queso fundido apestoso. La madre es ponchita, bien alta y además con tacones. Se sienta al lado de su hija. El niño regresa al asiento del cacharpo.

8. Señor microbusero enciende el motor y se mete a las arterias de Insurgentes Norte. Su hijo grita que le abran la paleta. Señor microbusero se la abre. El niño tira la envoltura sin querer y se pone a aullar de emoción porque le salió un tazo de luchador.

9. La madre le ofrece papas a la hija. No quiere. La madre le entrega las papas a su marido y él se las pasa a su hijo. Señor microbusero aprovecha y acaricia la pierna de su esposa debajo del muslo.

10. El niño mastica las papas con la boca abierta. Se come también un taco de fríjol que iba en el plato. Le encanta y lo grita eufórico. Pide otro taco. Se lo dan. Se enchila porque no era de fríjol sino de chicharrón en salsa verde. Exige que se lo cambien, enchilado y molesto. Le dan otro, esta vez correcto. Se lo acaba y regresa a las papas.

11. La madre y la hija platican con señor microbusero. El niño se embarra de queso toda la cara. Su padre lo limpia con una servilleta sin perder el hilo de la conversación.

12. La hija le da de comer papas a su madre en la boca. Todos platican, se ríen. El niño tiene la paleta en la boca, el caramelo seco se emplasta con la mugre. Parece que conocen la anécdota perfectamente, que así es como debe ser el sábado. Ríen.