Thursday, July 03, 2008

Satanás: el infierno es demasiado dulce




No todos lo saben, pero me he chutado unas largas y ociosas vacaciones en las bahías del Infierno. ¿Escribir algo para el blog? Ajá. Con decirles que ni regresarme quería. Voluptuosidad. Lascivia. Calentura: ahí estaba todo lo que a uno le gusta y qué paraíso ni que ocho cuartos. Por mencionar sólo algunas de mis actividades favoritas, en Cabo Avieso hice boogie sobre olas de fuego del tamaño de cometas resplandecientes; por supuesto, tuve que hacerle el amor a ardientes súcubos y a diablitas de 16 años vestidas como meretrices vestidas como colegialas; cogí una bronceada envidiable y se me chamuscaron las barbas; discutí con Mefistófeles y le recordé a Pol Pot sus crímenes; brinqué con un parapente flamígero sobre las Quebradas Luis Echeverría y bailé “El cuarto de Tula” en un antrillo de mala muerte conocido como el News Malign; por la noche prendí una fogata con las constituciones de las naciones y me comí unos bombones veganos y las ramas con las que ensarté los bombones; conecté marihuana, perico, primos y ajos Alex Grey; vendí velas de mota, autopartes y caballo; visité numerosos parques nacionales; en las termas Pecado Venial dejé que las burbujas me encerraran y luego explotaran y me embarraran de imperfección y desobediencia; caminé por páramos yermos sembrando semillas, regándolas con el sudor campesino de mis hermanos, esperando ver verde sobre la estepa rojiza; escalé montañas volcánicas, visité cumbres y como Nietzsche, volteé hacia abajo y despedacé cuanto pude de mi moral; acostado en las cálidas piedras escuché el canto del Fénix y canté con él algunas melodías viñeras dedicadas al buen Dionisio y a todos los borrachos que se los carga el demonio y se curan con ginebra; acabé con banquetes enteros, consistentes en diversos platillos vegetarianos de alta cocina entre los que destacaban las cebollitas cambray a las brazas, el pastel de salsa Tabasco y los chilaquiles rojos con frijoles refritos; fui a un concierto de Eskorbuto y me eché un palomazo en “Antes de las guerras” después de que me dedicaran “Historia triste”; en fin, hice otras tantas cosas que, envuelto ahora en la nostalgia, he convenido instalarlas en algún pozo de mi memoria, esperando tiempos diferentes para recordarlas. Tiempos que no han llegado aún.

Lo que sí llegó fue la hora de marcharme, como sucede siempre. Y no bien me alejaba de mi querido Infierno, comencé a sospechar que la purga de vuelta a la ciudad iba a ser peor que una purga intestinal o que la purga de un sindicato corporativizado o que atravesar los círculos del Purgatorio de Dante. Mi camión ya llevaba rato de haber osado penetrar la mancha grisácea metropolitana cuando vi un terrible letrero colgando de una estructura podrida que vaticinaba lo irremediable: BIENVENIDOS A LA CIUDAD DE MÉXICO. Sentí un vértigo que primero atribuí al jetlag y después a la certeza de que mis días de ocio habían concluido. Mi vuelta del infierno prometía ser infernal. Sin embargo, en la terminal de Observatorio, con el culo sudado y rodeado por rostros desfigurados, descubrí que en realidad no había tantas diferencias entre los dos mundos en cuya intersección me encontraba. Al menos, ambos hedían a cultivo de huevos sulfurosos con mugre de ombligo de procurador de justicia; lamentablemente, ambos eran la triste confirmación de la hostilidad a la vida, el uno por metafísico, el otro por mezquino. Y sin embargo, ambos demostraban ser inversamente proporcionales. Me refiero a lo siguiente: mientras que en el reino de las tinieblas uno obtiene boleto de acuerdo a los méritos que conquista, en el DF uno se gana puntapiés en el culo de acuerdo a la clase donde nace (o del lugar desde el cual emigra); mientras que en las calderas de Pedro Botero las almas arden por toda la eternidad, ya es difícil encontrar ojos ardientes en la Nueva Tenochtitlán, solamente almas de cartón o alguna que otra ala olvidada en una esquina; mientras que en el pozo desprestigiado se pagan las penas, en Chilangormandía te las cobran con todo e impuesto al valor agregado; mientras que el ambiente enmierdado y poluto de la averna se atribuye a la mezcla de azufre y nitratos que despiden sus entrañas, el ambiente enmierdado y poluto de la Ciudad de México se atribuye a la estupidez que expelen sus ciudadanos y a los pedos que se tiran los escapes de sus fábricas; mientras que la creencia en un infierno es uno de tantos productos de la sobreracionalización de lo inaprensible, la creencia en que esta pinche ciudad es el paradigma modernizador de un país occidentalizado por la fuerza no es otra cosa que la sobreracionalización de la muerte lenta, de la muerte necia, de la muerte enferma... Oposiciones sobran, pero creo que se entiende por donde voy. Tampoco crean que soy injusto con la Ciudad de México, porque todos sus inmundos galardones son extensivos a cualquier monstruoconurbación que concentre industria, servicio y vivienda: megápolis centrales financiero-políticas o coronas de ciudades-satélite que se irán incorporando al cáncer suburbano: especulación del suelo en los valles, comercio libre en los puertos. Desde Lima la Fea hasta Shangai, la mierda es la misma.

Por supuesto, a cada infierno le corresponden determinados subinfiernos. Las ciudades alojan unos que seguramente conoces: banqueros con sobrepeso, policías de mente enana, burócratas marchitos, timadores de sangre azul, patrones huevones, patrones gritones, maestros que enseñan patrañas, caseras en chanclas, rulos y entrada menopausia, jóvenes pendejeando con signos, misioneros de la domesticación, vecinos cretinos, soplones y víboras, ancianos forjados por la vida y llenos de verdades, productores de conocimiento que piensan todo como objeto, gerentes vestidos exactamente igual, pequeños ladronzuelos y mercenarios bursátiles, proxenetas de la desdicha, músicos que no cantan con el corazón, cuidacoches que no cuidan sus coches, secretarios de Estado que velan por el bien de sus intereses particulares, padres incompetentes, funcionarios encerrados en automóviles blindados, asambleístas estudiantiles que reproducen los mismo errores que hace cien años, curas depravados, monjas calientes, dioses de recuerdo, esquiroles, porros, sindicalistas colaboracionistas, ediles con precio (si le alcanzas), adolescentes apáticos, carcamales conservadores, jóvenes inofensivos, bebés escandalosos, ideólogos del tedio, hitlercitos imbéciles (o ciudadanos cualquiera) que son racistas y/o etnocentristas y/o especistas y/o sexistas, estrellas de televisión con el brillo de un fósforo, adictos a las reglas, comensales hinchados que tiran la comida a la basura mientras campesinos desahuciados labran las aceras, júniors mimados que ignoran que hay niños sin oportunidad de acceso a la educación, damas sofisticadas que lo único que barren es a sus chachas, miembros de clubes que saben cómo emplear de manera saludable sus múltiples horas de ocio, espíritus absolutos que pregonan el triunfo de la voluntad libre, hombres cautos, hombres razonables, hombres modernos.

Y bueno, en la ciudad de los palacios también encontrarás pocilgas y barracas oscuras, cárceles para los pobres, unidades habitacionales que economizan el espacio, transporte público tercermundista combinado con trayectos de más de una hora y sobrepoblación de autos, escuelas de educación básica cuya función indirecta es homogeneizar los valores, normas y conocimientos de la juventud conforme al patrón hegemónico, complejos fabriles manufactureros para trabajadores no calificados, cortes injustas, templos mentirosos, muesos atiborrados de arte que no se entiende, zonas rojas toleradas pero también silenciadas, despachos callejeros con trabajadores que se autoemplean, tesorerías que se enriquecen a costa del dinero de sus contribuyentes, barrios calientes con paredes sin pintura, ciudadelas perfectas con seguridad privada y monitoreo durante las 24 horas, estacionamientos anónimos que cobijan a jóvenes mientras fuman crack, mansiones donde la hipocresía iguala al gusto chabacano de sus habitantes, cruceros donde conviven payasos, minoristas, limpiaparabrisas y monosos, plazas comerciales estandarizadas, avenidas que parecen estercoleros, estercoleros que fungen como casas, franquicias de firmas multinacionales, casetas para jefes Gorgory, cloacas inmundas incapaces de contener la furia del cambio climático, maquilas desreguladas, paraísos fiscales, colonias de paracaidistas, recuerdos desecados del lago de Texcoco, rastros ensangrentados y comedores inmorales, esqueletos y más esqueletos de edificios en construcción, contenedores de toneladas y más toneladas de basura, campos de entrenamiento para milicos subnormales, redituables cedes de organismos no gubernamentales, senados donde los políticos instrumentan políticas asesinas para un público obediente, distritos financieros que arrojan su mierda sobre el pueblo o sobre riachuelos subterráneos, jardines decadentes atrapados entre rejas, paredes, murallas, pistolas y deberes, aparatos burocráticos que atentan contra la imaginación: filas para la credencial, filas para el súper, filas para el banco, filas para el seguro, filas para comer ostia, filas para hacer la guerra, filas para inscribirse, filas para morirse, filas para cruzar la calle, filas para el trole, filas para la luz y hasta fila para las tortillas.

¡Por los clavos de Cristo, parece que esto no tiene fin! Donde quiera que se le busque hay algo que va mal. Una contradicción saca otra. Pero antes de que sea demasiado tarde, quisiera dejar bien claro que lo último que deseo es que mis descuidados lectores se sientan agobiados o deprimidos, sobre todo teniendo en cuenta que mientras un servidor andaba de fiesta en el subsuelo, es muy probable que ellos (ustedes) anduvieran por otros infiernos menos amigables. Quién sabe, ¿verdad? En cualquier caso, pecaría de envidioso si no les compartiera algunas fotos de mis vacaciones. Recuerden que en período vacacional hacen 50 % de descuento a estudiantes con credencial vigente. Si no estudian, es tiempo de falsificar documentos oficiales.




Aquí estoy brindando con Rosa, Svevo, Celia, Maria y Satán.



Después de un treck de más de 80 kilómetros, por fin me acerco al pico más alto de los Cuernos del Diantre.



En un bar de la zona turística, aplicando mis encantos de latin lover con dos gringas pendejas.



Termas Pecado Venial.



Aquí estoy a punto de anotar el tanto de la victoria en un reñido partido amistoso.



Moraleja: Haz el favor de no tomarte nada de esto en serio, salvo lo que vale la pena.