Tuesday, March 31, 2009

El saqueo del agua indígena para la Ciudad de México a través de los siglos





Siglo XVI
Cuando llegan las lluvias al centro y sureste de México convergen las aguas de dos vertientes oceánicas, pero ya sin huracanes y sobre fértiles tierras de origen volcánico. Aquí floreció hace miles de años la domesticación indígena del maíz, núcleo de nuestras culturas. Junto a la milpa también maduró el manejo indígena del agua: para atraer las lluvias y regular las granizadas, mediante el cuidado de los cerros y sus bosques; para uso agrícola y urbano de los lagos, ríos, manantiales y ciénagas, por medio de apancles, jagüeyes, diques, acueductos, chinampas, etc. Por ello, los pueblos originarios se nombraron a sí mismos como la gente de las aguas y los cerros (en náhuatl: Altépetl; en Totonaco: Chuchu tsipi; en Mixteco: Yucunduta; en Hñahñú: An dehe nttoehe, etc.). México-Tenochtitlan y sus deslumbrantes infraestructuras técnicas de manejo del agua sólo fueron una de las síntesis históricas de los milenarios saberes hídricos creados en Mesoamérica.





Siglo XVI

La Ciudad de México-Tenochtitlan concentró el conocimiento milenario de los pueblos sobre las aguas del Anáhuac. El Altépetl se desarrolló a partir de un sofisticado sistema técnico de manejo de las aguas conformado por 95 obras de infraestructura hidráulica: para separar aguas dulces y salobres, transporte y distribución de agua dulce, control de inundaciones, calzadas para comunicar la isla con la tierra firme, muelles, trampas para patos y, especialmente, las chinampas que, al arribo de los españoles, producían alimento para aproximadamente un millón de personas. Por eso, México-Tenochtitlan es en el siglo XVI la mayor concentración demográfica del mundo. La cultura Mexica se desarrolló conviviendo con el agua sin tener que arrojar los excrementos o los desperdicios en el agua del lago.





Siglo XVIII

Durante la colonia, el agua del lago y los ríos no era considerada por los españoles como una bendición o algo sagrado con lo que había que convivir, sino como el principal obstáculo para la expansión de la ciudad de México. Además de ensuciar el agua con excrementos, la incomprensión del funcionamiento de las infraestructuras prehispánicas condujo a su destrucción y ocasionó el problema secular de las inundaciones de la ciudad de México. De ahí que para los colonizadores y sus descendientes, la desecación del lago se volviera un emblema de civilización y progreso. Poco a poco, la ciudad capital creció, al igual que las ciudades cercanas de Cuernavaca, Toluca, Pachuca, Tlaxcala y Puebla, aunque no se manifestaba aún ninguna amenaza ambiental seria contra los bosques y aguas de la región central del país.




Siglo XIX

Después de 300 años de sistemática desecación del lago, la ciudad de México, a fines del siglo XIX, era todavía una ciudad lacustre, llena de canales vivos en los que navegaban, desde trajineras hasta barcos de vapor. El principal cultivo y abasto de sus alimentos para una población incrementada, así como el agua potable que consumía en aquel entonces la capital, dependía aún de las aguas dulces originales, indígenas, del sur del lago (Xochimilco y Chalco). Sin embargo, junto con la industria textil en Orizaba y Río Blanco, Porfirio Díaz impulsó un gran cambio en la cultura hídrica de la ciudad, al construir el desagüe de la Ciudad de México, que significará la “solución final” a la anhelada desecación del lago (el gran canal).




1920

Durante las primeras décadas del siglo XX, los distintos gobiernos se dedicaron a consolidar la incipiente planta industrial del país y las obras hídricas urbanas, por lo que el progreso y modernidad de la ciudad de México se basó en nuevas redes de comunicación y de abasto de agua. La construcción del acueducto subterráneo Xochimilco-Condesa, que entró en operación en 1902, permitió el crecimiento de la ciudad hacia el sur y la aparición de nuevas colonias para clases altas: la Roma, la Condesa, la del Valle, Mixcoac, etc. Esta situación significó que, 400 años después de la Conquista, el crecimiento de la ciudad seguía basándose en el despojo de las aguas indígenas nahuas del agonizante lago de Xochimilco.




1950

Después de la Segunda Guerra Mundial, con el impulso al modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones, las políticas económicas privilegiaron a la ciudad de México como la principal zona industrial del país. Ello propició un crecimiento en la demanda de vivienda y servicios, que requerían un abasto descomunal de agua y, a su vez, provocaron los primeros grandes hundimientos de la ciudad. Las fuentes tradicionales de abasto de agua de la ciudad (ríos, lagos y pozos) resultaron insuficientes a ojos de los gobernantes. La capital volteó su mirada hacia las reservas hídricas del valle de Toluca, más allá de la sierra de las Cruces, considerando que los 2 mil 600 metros sobre el nivel del mar de ese valle facilitaría el despojo de las aguas a las comunidades hñahñú. Así se decidió construir el Sistema Lerma I, para saciar la creciente sed industrial de la ciudad.




1970

Para los años setenta, la ciudad de México concentraba ya 50% de toda la industria del país, debido a que se retrasaron y fracasaron parcialmente los planes de los años 50 y 60 de trasladar la gran industria hacia el Golfo de México y el sureste. La ciudad se convirtió en un monstruo donde coincidían industria, comercio, vivienda, poder político central, servicios públicos y privados, generación de basura, despojo, deforestación de las sierras aledañas y contaminación del aire y el agua. El crecimiento urbano fue de tal magnitud que el agua de las comunidades otomíes del sistema Lerma I resultaba ya insuficiente. Por ello inició la construcción del proyecto Lerma II, que amplió el saqueo hacia más apartadas regiones hñahñú y mazahua. La explotación del Sistema Lerma hizo que en sólo 30 años disminuyera su capacidad de abasto, de 14 a 6 m³ por segundo.





1990-2000

A partir de los gobiernos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, pero sobre todo, con el inicio del TLC en 1994, la mancha urbana de la ciudad de México crece como nunca, a la par del crecimiento de la industria, la urbanización y el consumismo de las ciudades que la rodean y forman una “corona de ciudades” en torno a la capital. El robo de agua a territorios indígenas se hace más grande, pues Lerma I y Lerma II ya no alcanzan. Desde los ochenta inicia la operación del Sistema Cutzamala, ante el incremento en la demanda de agua en la región central. Aumentan las descargas de aguas negras y la basura; se acelera la desecación final de lagos y ciénagas, el agotamiento de las aguas rodeadas en los campos vecinos y el abatimiento de los espejos de agua de los acuíferos; se contaminan como nunca el Valle del Mezquital y los ríos Atoyac, Apatlaco, Zahuapan, Balsas, Pánuco y Lerma.


Fuente:
Más claro ni el agua. Centro de Análisis Social, Información y Formación Popular, AC (Casifop), México, 2007.

Thursday, March 12, 2009

Defensa efectiva 101



por Jesus H. Chris
(Trad. al mexicano por Guamafuck You)

Todos saben que la primera regla de la defensa efectiva es no insultar a la gente. Esta regla es especialmente importante en términos de defensa en nombre de los animales, debido sobre todo al hecho que los come-carne suelen llorar y quejarse como un montón de bebecitos de mierda cuando les bajas los pañales de su repugnante estilo de vida. Jaja, sólo estoy bromeando. Tranquilícense bebés.

En cambio tú no podrías, por ejemplo, usar términos como “pendejín”, “ensimismado”, “gallina” o “cochino asqueroso” para describir a esos “radicales” auto-formados que insisten en matar animales indefensos por comida (mientras que un excelente surtido de alcahuetes, corredores de bolsa, policías chuecos, políticos e hinchas de los Habs –entre otras fuentes sociópatas de proteínas– vagan libremente a lo largo de nuestras comunidades) como una dieta diaria. No, tú no podrías decir algo como eso. Eso sería considerado improductivo.

Tampoco quisieras recorrer de arriba a abajo las calles de tú Ciudad Rostizada (Kentucky Fried City) cortándole la garganta a las mascotas de tus vecinos sólo para desechar la subsiguiente atrocidad de la comunidad como “sentimentalismo pueril”, “antropomorfismo infantil” o “imperialismo cultural”. Eso sería considerado antisocial.

Y tú en serio, en serio, en serio, tampoco podrías prenderle fuego a un matadero o una tienda de pieles o un buque ballenero o un chiquero en construcción porque... bueno, a decir verdad no puedo pensar en una buena razón para que no lo hagas (salvo vivir en prisión). Pero ya agarraste el punto. Todo se trata de defensa efectiva.

¡Así que aquí estoy! ¡A su servicio! ¡Listo y deseoso para asegurarme que la gente que ya lo sabe pueda sentir culpa sobre sus estúpidas, egoístas, inimaginablemente crueles decisiones! Además, ¿no lo han oído? ¡Los vegetarianos son clasistas! ¡Al menos eso es lo que dicen todos los colegiales güeritos cuando regresan volando a casa para la cena del Día de Gracias! Jaja, cretinos. Ustedes van a ser los primeros que me coma cuando estalle, malditos impostores. Ups, ¿en dónde estaba? Ah sí, defensa efectiva...

Pero en serio amigos, cada movimiento social tiene su galería de cacahuates. De hecho, yo creo que todo movimiento social serio necesita su galería de cacahuates, y cuando se trata del movimiento contra la crueldad humana y egomaníaca arremetida perpetuamente sobre los animales, ustedes pueden apuntarme unos boletos de temporada y una bolsa gigante de la bendita arachis hypogaea para ir, junto con mi sombrero de copa y mi monóculo.

Y si bien es cierto que encuentro un gran placer en ridiculizar gente imbécil mensa que come cadáveres de animales y sus secreciones reproductivas, para mí es importante aclarar que el veganismo no tiene nada que ver con pureza ni superioridad. Se trata simplemente de extender las consideraciones morales a otros habitantes de un planeta complejo, en un universo moralmente ambivalente donde, a pesar de la improbabilidad estadística, parece que los terrícolas (humanos y no-humanos) somos el único caso de vida sensible que hay o ha habido. Es una cosa cabrona.

Y hablando en serio, si como sociedad no nos podemos preocupar por tratar a una simple, modesta, increíblemente mansa y demostrablemente sensible criatura como una vaca o un ciervo con un mínimo de decencia, ¿cómo carajo podemos esperar que seamos capaces de tratarnos cada uno –infinitamente más complejos, brutalmente divergentes y a menudo exasperantemente individualistas seres humanos– con algo remotamente parecido a la civilidad? Sencillamente no va a pasar.

Así que teniendo eso en mente, y de acuerdo al espíritu de la primera regla de la defensa efectiva, los dejo con una breve lista de recursos potencialmente transformadores, creados por defensores de los animales más efectivos y mejores que yo. ¿Y lo vieron? Ni siquiera tuve que insultarlos para decir lo que quería decir. Mierda, qué feos son.

* Earthlings
* Radio liberación animal
* Liberación animal, de Peter Singer.
* Mosterín Heras, Jesús. Animales y ciudadanos : indagación sobre el lugar de los animales en la moral y el derecho de las sociedades industrializadas, Talassa Ediciones, Madrid, 1995.