Friday, January 12, 2007

emo trash



Dicen que el vocablo emo viene de emo-tion. Para mi que viene de h-emo-rroides. Son igual de incómodos. Preferible sortearlos a enfrentar su necedad sin fundamentos. Ya tiene rato que no voy al Alicia y en la medida de lo posible evito el tianguis del Chopo, lugares ambos infestados por la plaga de bichos melancólicos que se hacen pajas mientras escuchan a Panda y a Austin. Tampoco veo MTV ni esos canales apestosos de música, es más no veo la tele. Me caga las putas pelotas. Cuando viene una banda de punk gabacha me lo pienso dos veces antes de ir, porque, descontando las tarifas ofensivas de Salón 21, Palacio y demás anfitriones, siempre hay una pandilla de payasos que lo arruinan todo y cancelan el toquín a la mitad. Tiene años que no me paro por un Mixup ni compro discos originales. Si veo pasar por la calle a tres chicas emo uniformadas meticulosamente cual policías, no me peleo, no les escupo. Cada quien su pedo. Procuro vivir alegremente, sin inmutarme ante la amenaza de estupidización que flota en la atmósfera. A veces leo ensayos sobre la mediatización y cooptación de movimientos e imaginerías culturales, a veces escucho a Propagandhi y a Disidencia. Entonces muchas cosas cobran sentido. Me fortalece la certeza de que todavía existen bandas honestas, al menos honestas conmigo y con la música que hacen. Las escucho con frecuencia y cada vez me gustan más. También escribo para liberarme. Esta vez mis dedos despellejarán a unas alimañas que proliferan en la caca hedionda de los hacedores de modas: los emo kids.


Me parece pertinente aclarar que no estoy peleado con todo lo que implica emo. Es más, entre mis discos favoritos aún se mantienen el On a wire y el Relationship of command. Por cierto que ya he superado esa bisoña e imperiosa tendencia puberta por intentar parcelar la realidad en clases y determinar mis preferencias de acuerdo a esa taxonomía. Las cuadrículas son innecesarias cuando desarrollas un deleite diáfano por lo que escuchas. En mi caso, la armonía y la potencia son tan importantes como el mensaje de las letras. Así no es difícil detectar si estoy escuchando mierda, y de paso puedo pillar el gusto por un buen narcocorrido o algún coro etílico de taberna irlandesa.

Por otra parte, soy conciente de que mi concepto de emo es inexacto y en el mejor de los casos, arbitrario. No hablo tanto de un tipo de música, sino de un tipo de personas con una serie de actitudes que involucran limítrofemente a ciertos tipos de música. Estas personas se apropiaron del término musical emo en tanto identidad y luego comenzaron a especializarse en variantes del mismo o en géneros consanguíneos: no es lo mismo ser emo que straight emo mother fuckin’ core, ¿OK? El pedo es que a su provecho, confundieron identidad con rótulo y así, sin complicaciones, igual que cuando te da comezón en la cola y te rascas, se sintieron emos ahí metidos dentro de sus playeritas de culo. El índice, pues, absorbió a la música y se volvió sustancia. Los nuevos chicos emo se preocuparon más por desarrollar una estética que por desarrollar un gusto, e incluso creo ser optimista al referirme a estética y no a patrón, arquetipo o mitosis. Como diría mi colega Besos, uniformaron el consumo del signo.

Signos hay muchos. Educados por MTV y teniendo al alcance de la mano Messenger, MySpace, Blog, Stickam y demás artilugios del demonio, los emo han aprendido a consumir muchos signos. Sólo por no dejar pasar el ejemplo más deplorable, recordemos sus magníficos peinados: chavos, por más que se esmeren en desarrollar arquitecturas genuinas para sus marañas de pelo, no conseguirán nunca brillar sobre la masa y seguirán siendo las mismas figuras plúmbeas con la mollera engominada. Entiéndalo de una vez: la puta competencia por ver quién es el más afligido, desafortunado, incomprendido y olvidado comenzó hace un chingo de años y ya hay suficientes ganadores (o perdedores, diría yo). Si tienen papis que los mimen y cuentan con suficiente efectivo para comprar toneladas de gel, spray, acondicionadores y pagar un corte en la estética, QUEDAN DESCALIFICADOS. La neta, paren de mamar, que ya hay demasiados millones de campesinos en Latinoamérica cuyo salario asciende a menos de 50 centavos de dólar al día, demasiados millones de morros en el centro de la tormenta que prefieren una lata de PVC a un taco, demasiada migración, demasiadas maquilas, demasiada guerra, demasiado egoísmo, mientras ustedes andan gimoteando frente al espejo porque no les queda el peinadito.


Está claro que la escena under se fue al carajo hace tiempo, que se ha vuelto mercancía y que ahora tienes que pagar para ser rebelde. Muchos emo kids ni siquiera se molestan en fingir serlo, pero otros tantos descansan su espíritu revolucionario en las siglas RBD que venían impresas en su indumentaria. A veces desearía que no existieran la serigrafía ni los demás sistemas de impresión, ¿qué sería de esos cabrones con playeras monocromáticas? Las cosas no son así, sin embargo. La rebelión ya no es tanto cuestionamiento ni lucha sino algo en subasta. Esto tiene un impacto en las clases sociales, pues ¿qué pinche necesidad tiene un niño rico de rebelarse contra aquellas situaciones-instituciones que le son propicias? Ninguna. Todo lo contrario, mediante la apropiación de la contracultura como moda, se reafirma el status quo y se desacredita a los grupos que protestan desde las bases sociales. Que esto esté pasando no significa que la única condición para ser rebelde sea que tengas varo o que te guste Panda. En efecto, la verdadera rebelión nos exige remover lo estancado. Si esos hijos de puta colonizaron nuestras viejas trincheras, si ensuciaron la esencia de movimientos legítimos, entonces es hora de reinventar. La creatividad, dijo alguien, es una vieja forma de protestar porque intrínsecamente implica libertad. Y claro, pongamos de manifiesto que un emo rebelde equivale a una molotov que te explota en la mano cuando estás apunto de arrojarla contra el monstruo capitalista.

Fuentes sugeridas de consulta:

DE MIERDA, Tormenta, El dinero, los jóvenes y la apoplejía, Ed. La banda eriza, México, 2003.
ldcl.blogspot.com