En situaciones normales, el hecho de que el domingo fuera domingo me hubiera deprimido con su desoladora condición de fin de fin de semana, con su inherente calidad anticipadora de una semana estúpida y que a penas está por comenzar, con su transición hacia la primera curva de la rutina. Eso en situaciones normales, pero actualmente me da lo mismo el domingo que el miércoles que el sábado porque no hago nada y solo me dedico a rascarme los huevos y a ser feliz y a escribir estas palabras. Por ahora.
Y bueno, hay que aceptar también que los domingos tienen sus ventajas como... como... bueno, seguro que ostenta numerosas virtudes, pero de la única que me acuerdo ahora es que la entrada a los museos es gratis. Y también es cierto que en el D.F. te vas a encontrar buenos museos. Como tenía mucho de no ir al Laboratorio Arte Alameda decidí hablarle a mi carnal el de-compuesto y le propuse que fuéramos juntos. Es común topar buenas instalaciones dentro de aquella ermita acondicionada como galería, le dije, y luego tendríamos tiempo suficiente para detonar un par de bombas en los McDonald’s que infestan nuestro deslavado centro histórico. Quedamos en el metro Hidalgo a las 3:30 y curiosamente los dos llegamos con sobrados minutos de anticipación. Cuando mandas al tiempo a tomar por culo, entonces es cuando llegas más puntual a las citas, porque el deseo es el que te conduce y no la obediencia. Claro que hay mucho más factores que pueden alterar tu puntualidad, verbigracia, el metro que es una mierda y que con suerte lo vas a cachar andando eficiente. Total. Recorrimos la exposición que integraba en el concepto intersticios una serie de obras de creadores mexicanos de vanguardia y nos deleitamos con el grado de absurdo alcanzado por el arte en estos días. Vale la pena ir, por ahí hay una video-instalación que remite a la época ochentera: un cuarto de triplay forrado de plotteos psicodélicos, aderezado con amplios espejos y con el piso afelpado donde te puedes echar y divagar sobre cuestiones ontológicas mientras ves videos de Michael Jackson y compañía. O de menos sirve para un jetita.
Luego de haber alimentado al espíritu y con el día libre por delante, salimos y caminamos por las calzadas del parque y fue ahí donde conocimos al embustero de la Alameda Central. Estaba rodeado por una docena de cabezas que asentían apresuradamente con agitaciones pendulares y que lo ocultaban por completo de la vista. La curiosidad sociológica nos condujo a él, pues el grupo que lo envolvía era peculiar a su manera, una micro fauna dentro de la jungla social, los unos con lagrimitas tatuadas junto a sus crédulos ojos, las otras con rulos en la pelambrera y alguna que otra jovencita en la flor de la edad, suspirando y atendiendo. Todos alzaban la mano derecha a la altura de sus hombros y en cada palma brillaba una moneda de cinco pesos. Supuse que el protagonista sería algún bufón armando un acto callejero y con el tiempo comprendí que mi hipótesis no distaba mucho de la realidad. Era un tipejo de ojos color amarillo caramelo caca, enfundado en un traje oscuro que comenzaba a percudirse y con una corbatita escarlata de donde pendían algunos pines niquelados con la figura de la santa muerte. Su labios eran finos, colgaban de un bigotillo patético, y mientras predicaba, de las profundidades de su bocaza brotaban gotitas de baba que volaban hacia todos lados en una llovizna que apestaba a arrogancia. A sus pies se amontonaban algunas revistas de esoterismo, estampitas de santos y efigies mortuorias. Sus zapatos de charol brillaban con impecable nobleza. Nosotros llegamos a la mitad de su discurso, justo cuando atacaba a los indios que fingen tener un estilo refinado, pero que no les alcanza ni pa cambiar sus zapatillas agujereadas. Yo me ruboricé en seguida y – víctima de un instinto artificial asimilado desde la cuna de la sociedad y de su hipocresía – hice lo posible por ocultar mis Panam que están hechos pedazos y que si no los cuezo y me los almuerzo, próximamente colgarán de algún cableado nudoso.
¡Verga de pollo!, nunca había oído tanta mierda continua desde el penúltimo informe de gobierno del charro Fox (el último lo presentó por escrito, como podrán recordar). Aquel tipo era un Mesías de la estupidez, personificaba la síntesis del padre autoritario, del científico positivista y del iluminado por gracia divina; nos regalaba (¿o vendía?) una lección contundente sobre la verdad que no servía siquiera en términos pragmáticos. Y no obstante, la horda lo escuchaba con religiosa atención. ¿Qué pedo con la gente? Si no es la televisión, son esta clase de embaucadores, pero siempre hay que joderse con sus lecciones. Relegar el acto de pensar a algún tercero, que de paso es el menos indicado. El ser humano se jacta de su bendita razón y nunca ha considerado utilizarla.
Ahora procedo a evidenciar la charlatanería de ese cabrón:
1) Lo más notorio de su argumentación era la seguridad en que todo el mundo te quiere joder y que si no estás a las vergas lo van a lograr. Tiene algo de cierto, pero el problema es que su solución rayaba en la supremacía del individuo, en el crimen hacia la otredad, en la apropiación de fantasmas y en la transmutación del jodido por el que jode. Es decir, nunca solucionó el problema, sino que se adaptó convenientemente a él. Y bueno, sus ejemplos no eran los más adecuados: insistía en que nunca debes aceptar bebidas de desconocidos pues si algún culero le tiró encima ceniza de cigarro, basta con que te bebas medio litro para quedar desmayado. Luego no preguntes por qué amaneces con el culo allanado y los calzones embarrados de semen y sangre enmierdada. Y bueno, yo que acostumbro creerme todo lo que me dicen y además lo complemento con mi humilde inteligencia, he decidido aceptar bebidas de desconocidos, pero ayudado de una probeta mediré y beberé únicamente 490 ml. Es más, si veo a una chica primorosa, ya hasta me sé el secreto para llevarla a la cama sin falla.
También nos advirtió de los peligros de comer tacos de bistec. ¿Acaso iba a mencionar la atroz vida de las reses en las granjas factorías, el impacto ambiental y el desastre ecológico de la agricultura intensiva al generar alimento para las desdichadas reses, las deficiencias fisiológicas a largo plazo tras ingerir toxinas y compuestos transgénicos, las consecuencias éticas que implican el acto simple de comer? Bueno, así hasta hubiera cautivado mi corazón. Pero nel, recuerden que se trataba del farsante de la Alameda Central. Algunas señoras, afirmó, tienen la mala costumbre de tomar sus toallas sanitarias usadas y limpiarlas con la tortilla que te vas a comer. Meras ganas de chingar. Entonces la ************ se mezcla con el resto de los ingredientes y tú ni por enterado mientras lo masticas con ansia. Ya, si te da miedo ser víctima del ataque de las ñoras lunares y sus endometrios asesinos pues te haces vegetariano y papas. Por cierto que el timador expelía doble moral a chorros, porque si bien te podía decir naco pendejo indio huevón, tampoco era tan maleducado como para decir palabras soeces como menstruación, regla o período.
2) Su segundo argumento era que si estás jodido es por lo pendejo que eres. Ni una sola vez habló del sistema capitalista que vomita pobreza, del subdesarrollo contenido dentro del desarrollo y la opulencia del primer mundo, de la explotación y la división internacional del trabajo. Eso: si eres pobre es porque quieres, si no eres rico es porque crees que no puedes serlo. Pues yo digo que si el tipo tiene labia suficiente para convencer a las masas jodidas de que ellos son los culpables de su fracaso, ¿qué carajo hace graznando junto a una puta fuente en plena Alameda en vez de conseguirse un puesto de portavoz en alguna Secretaría o de conductor en algún noticiero? Sigamos su lógica de tres pesos: es porque no quiere, porque no se ve en Gobernación ni en Televisa. Amén.
3) Más que un tercer tema en específico, el subtexto de su discurso hacía referencia a una existencia surrealista en la que el embustero era el portador de la verdad. Esto no es nuevo, la historia nos ha regalado un número incontable de charlatanes: Jesucristo, Descartes, Comte, Adam Smith, Guamafune, etc. Todo resulta entendible si tomamos en cuenta, como diría Baudrillard, que la realidad ha nacido producto de la estupidez humana con la voluntad de cálculo. Cualquier hipótesis es válida a la hora de explicar y como tal funciona. Probablemente la cuestión radique pues en deconstruir ilusiones como verdad y realidad y descifrar que existe algo más.
El impostor continuó su sermón y mencionó a la vidente que sale en la tele revelando los números premiados del Melate, habló de la gente que duerme en el piso y que viste calcetines rotos, insistió en que en el Mercado de Sonora se cocinan tacos de uña (este cabrón y sus tacos). Cuando el hilo del discurso parecía perderse en la intangibilidad de las palabras, entonces preguntaba al público si entendía lo que quería decir. Y como pasaba con frecuencia que sólo uno de los presentes respondía un inaudible “sí”, entonces don patrañas se molestaba y exclamaba con voz inquisidora “NO ESTOY HABLANDO CON UNO. PREGUNTÉ”, y luego se oía un intimidado coro de síes. Cuando se percató de nuestra presencia y sentenció que no quería cerca a ningún cabrón que no tomara en serio sus palabras, que los que estaban ahí era porque eran inteligentes y que mejor que los pendejos se fueran, supimos que era hora de marcharnos.
No me acuerdo que hice el resto del día, aunque me consta que no arrojé ninguna obús contra ningún emblema del neoliberalismo. La jornada se extinguió en la oscuridad de la bóveda y unas horas después la semana parió a un lunes enclenque. Creo que hoy es miércoles y retrocediendo al punto inicial, se me ocurre que una de las mejores particularidades dominicales es que puedes encontrar este tipo de personajes en las plazuelas de la ciudad.