Pandemonio
El sábado aprendí que no es buena idea mezclar música metalera con una turba enardecida de monozos borrachos. Y digo metalera porque ese fue el caso, pero hubiera dado lo mismo punk que hardcore o cualquier armonía que por su velocidad incitara a un slam violento. Hay que saber calibrar la situación y si ves que la banda ya anda caliente pues les tiras algo de rock urbano o cosas más tranquilas y que bailen pacíficamente y no se partan la madre. La cosa es que a los músicos luego les ganan las ansias de tocar en vivo, aún que no se sepan serenar públicos iracundos, y cuando los putazos se desbordan los resultados pueden ser funestos. Y, bueno, si el agujero en el que se presentan está en el corazón de los suburbios pues la cosa se complica: la banda asalariada es la más exigente de todas. Si no les gustas te sacan a patás del escenario y el que sigue pa’rriba.
Nos invitaron a tocar de último momento, y nos alegramos porque no habíamos presentado en vivo desde que hubo bloqueos viales en protesta por la entrada violenta de granapuercos (perdón por el doble pleonasmo) a las calles de Atenco, o sea, hace más de un año. También fue bueno que nos clavaran los quintos en el repertorio, porque la banda para ese entonces ya comenzaba a llenar el patio, ya había escuchado un poquito de tocho y andaba prendida en un punto justo. Trepados en la azotea comenzamos a atacar los instrumentos. Les gustó. Quizá porque abrimos con un cover de Eskorbuto en versión vasalla, quizá porque nuestro ska está bien sabroso y habla de matar policías y del fin del hombre moderno. Les gustó, en fin. Después nos reunimos con el público para ver a las demás bandas y bailar al ritmo de la música de los tipos con los fenotipos más mexicanos que te puedas imaginar: algunos bajistas gordazos con cara de narcos o clones de Chuck Norris en chalecos de cuero y con el pechamen al aire. Hubo un par de grupos de rock urbano y la verdad es que cuando la banda baila rock urbano se clava en su pedo, drogándose y todo, pero respetando a los demás. Es el mejor baile masivo, para mi gusto. Un morrito de 10 años tocaba la batería con sorprendente destreza. El ambiente chispeaba de fiesta, todo el barrio danzando con estopas empapadas de activo. Por si fuera poco, la señora de la casa había preparado unos tremendos pambazos de papa. La salsa verde estaba de puta madre y un buen número de chelas iban por cuenta de la casa. Nunca nos pagan cuando tocamos en vivo, pero de menos se ponen guapos con la cerveza. Por ahora está bien, antes de que iniciemos nuestra carrera hacia MTV.
El concierto iba bien hasta que un guitarro que ejecutaba punzantes baladas arrojó una playera de obsequio y unos diez monstruos se aferraron a ella, golpeando a todo el que se cruzara en su bólido camino. Al final sólo quedaron tres: un gorila todo mamado y no muy alto que acababa de salir de la cana, un oso rubio con sus tetones rayados de tinta negra y un tipo que comparado con sus rivales parecía un cantinflas crecido aunque enclenque, pero que nos hubiera partido la madre a más de uno en situaciones normales. Estuvieron luchando por quedarse con la prenda durante más de 5 minutos. Ya andaban bien calientes y era probable que la querella terminara en verguisa, pero un tipo los instó a resolverla mediante un duelo de fuercitas. Aceptaron. Cantinflas era mañoso y se apoyaba en la mesa o meneaba su cuerpo así que al final lo descalificaron. Luego gorila y oso se engarzaron y de sus poderosos bíceps comenzaron a brotar músculos desconocidos. Los dos eran demasiado fuertes, sus brazos anegados de sangre parecían no desviarse ni un centímetro de la posición inicial, aunque gorila era más legal en su postura y jamás cedió a decidir la suerte mediante un azaroso volado. Hubo un momento en que cantinflas trató de hurtar el premio, pero fue sorprendido y otra vez estuvo cerca de comenzar un zafarrancho. En la tercera vuelta finalmente cedió el oso ante su primatesco contrincante, quien orgulloso, se caló la playera achicharronada encima de su cuerpo pringoso de sudor. La prenda, solo por no dejarlo de lado, tenía las desaliñadas jetas de los cuatro rockeros en monotono y el nombre de la banda mal boradado. No hay pedo, aunque el diseño hubiera estado más culero igual se hubieran rifado por ganársela, la banda asalariada es la más aguerrida de todas.
Parecía que los desacuerdos se habían solucionado, pero después de un par de bandas de urbano, sucedió lo temido. La orquestita metalera que se llamaba algo así como Violentos o Los Problemáticos o Guerra Declarada sólo pudo tocar rola y media. El slam era la justificación para comenzar a soltar trompadas y por entonces el pandemonio era incontenible y media fiesta estaba involucrada en la madriza. Primero fue a puño limpio, pero al poco rato las caguamas volaban por el aire hasta que algún cuerpo enfurecido detenía su trayectoria y se quebraba rajándole la piel escamosa. Las mujeres participaban en la batalla, apoyando a sus heridos maridos. Entre el tumulto distinguí el rostro de cantinflas bañado en sangre pues una caguama le había dado de lleno en la jeta. Luego veinte cabrones se dejaron ir contra gorila y lo tumbaron, pero el tipo, curtido en la cárcel, se libró de ellos algo enchipotado y sin heridas graves. La señora de los pambazos decidió esconderlo en la cocina porque el 20 % de la riada estaba decidida a dejarlo boqueando. En medio de la maniobra, yo y mi banda quedamos resguardados en el recinto. Íbamos a aprovechar para que nos prepararan unos pambazos hasta que reparamos en que además de gorila, los presentes eran únicamente amas de casa y niños. Salimos incólumes pero avergonzados. Los organizadores consiguieron echar del patio a la turbamulta y afuera los putazos continuaron pero esta vez con piedras y cualquier proyectil que las aceras les brindaran. Las tira no tardó en llegar. El evento estaba pintado como para valer verga mientras las luces rojiazules que rebotaban en la lona indicaban que habría varios detenidos.
Al final la cosa se calmó. Los que quedamos adentro, los pacíficos, aún queríamos chow. En medio de los charcos de sangre quedaban algunos vasos de chela ilesos, que no tardaron en encontrar nuevos dueños. Después de unos minutos de incertidumbre, se anunció que Barrio Pobre iba a tocar y los presentes se encandilaron y decidieron olvidar tamaño combate. Los chavos tocaron bien y dejaron pal final su Alucín, que igual y hasta lo conoces. Cuando estábamos próximos a retirarnos un escuincle llegó y nos pidió un autógrafo. Un monoso venía tras él y con insistente tembladera nos dijo que no le parecía bien que las bandas dieran autógrafos, pero al final se lo dimos al chamaco y de paso el monoso se ganó una estopita nueva, pa que dejara de cagar palo. Y bueno, el autógrafo se lo dimos más que como un obsequio para él, como un obsequio para nosotros, porque los morritos son más sinceros y si te dicen que algo les gustó un chingo es porque les gustó un chingo y, si en su mundo no se les ocurre otra forma para apropiarse de ti que mediante un papelucho con garabatos, pues está chido en tanto que les haga felices. Además, arriba de las firmas le escribimos un manifiesto revolucionario.
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