La humanidad no está preparada para leer La venganza de los malditos
¡Oh, tecnología de inaccesible lógica que gentilmente nos confieres avatares vastos a los que osamos caminar por tus sendas virtuales!, ¿qué he hecho para recibir 12 comentarios en el post más joven de mi humilde blog? ¿Acaso fueron mis súplicas sumisas suficientemente animosas para conmoverte? ¿Acaso te tenía (esto no me lo podría perdonar jamás) hasta la punta de los cojones con tamaño caudal de deseos inmerecidos y decidiste compartir tu bendita gloria para materializar mis sueños y callar mi boca? ¿O acaso es un signo que he de interpretar como la culminación de mi microscópica misión en la vida y en el tiempo, un estigma de los que son tocados por las cálidas yemas de la popularidad? (se acaba el trance y regreso a mi miserable condición de humanoide con los boxers salpicados y la terrible sensación de vulnerabilidad).
Después doy click al botón activo que solicita un nuevo html para desglosar el contenido de los 12 comentarios y descubro que no soy famoso ni mucho menos. Un lector anónimo que anda haciendo campaña contra los que hemos sido contagiados por el “mal endémico” no sólo se ha ofuscado por mis impertinentes observaciones y mi conducta deplorable, sino que ha decidido analizar mis errores puntualmente y proponer una vía de acción más coherente. Gracias. Lo tomaré en cuenta. La crítica es indispensable en cualquier circunstancia y suele ser más benéfica que los aplausos. De hecho, esporádicamente brillan argumentos convincentes. Lo único que me causa incomodidad son las razones que motivan la crítica, las razones que yo creo que motivan la crítica, hipótesis desechables a fin de cuentas. Creo que la gente en general sigue siendo susceptible a cualquier cosa desagradable que atente contra su moral. Y el problema es que no se trata de su moral, sino de la moral en turno. Drogados por los parámetros sacros de bondad y maldad, nuestro espíritu rebelde se va al carajo. Incluso la gente que se adjudica el título de revolucionario insobornable (no pretendo incluirme) reproduce sin cuestionamiento alguno esa moral que descansa en la estupidez y la voluntad de poder, o sea, en los dos factores que nos definen como especie. Queremos alzar la voz y ni siquiera hemos concebido la idea de escapar de la jaula apolínea. De la jaula homínida. Somos un sujeto histórico deplorable, hay que entenderlo cuanto antes. Le hemos dado la espalda a la naturaleza y una vez que todos nuestros predadores fueron domeñados, nos inventamos uno nuevo: la racionalidad. Ésta, junto con la ciencia, la evolución y todo aquello de lo que nos solemos jactar son nuestra derrota. El abismo de lo que es más real que lo real nos seduce, la magrura de nuestros cuerpos nos repugna. La técnica, poder a fin de cuentas, desde sus inicios más antropológicos estuvo al servicio del hombre masculino y en base a ese poder se ha constituido nuestra historia: una gran pocilga. A lo que voy: ninguna crítica tiene ese momento de crisis en tanto reproduzca los mismos signos que han dado pauta a que nazca la crítica, si no es crítica de pocilga. Hay que destruir verdades, hay que filosofar a martillazos. Suponiendo que lo consigamos, les aseguro que desmantelar el resto va a ser cosa fácil.
Y bueno, luego está alter-guama dentro de este caos domesticado. Por el amor del dios barbado, parece que ustedes le dan más importancia a mis textos que la que yo les doy. Sería un imbécil si pretendiera defenderlo como el borrego negro del rebaño, pero por fortuna existe la ironía (nada más llegar al mercado dan ganas de volverse a la montaña). Y luego llegan mentes sabias a desearle lo peor a mi ano peludo por enseñarle a los niños a robarse aguacates. Por favor. Este blog de mierda no es un puto manifiesto, no es la llave maestra a ni madres. Es simplemente el contenedor de desechos que utilizo cuando no tengo nada que hacer, cuando mis cojones están rojos de tanto rascarlos. Inevitablemente tiene un sentido de ser, pero digamos que no es el proyecto principal dentro de mi agenda. En su punto más abarcador responde al impulso de expresión, de exprimir, de vomitar. En el punto más agudo, a la necesidad de reír. En medio: dilucidar vías alternas, asesinar dogmas alternos. Y hasta ahí. Por mi parte, punto y aparte. Si no les convencen mis argumentos pues miéntenme la madre y que tengan suerte en su empresa insurgente. Yo no se las voy a mentar.
Epílogo A:
Dejen ya de buscar ídolos porque terminaran ahogados en el lodo. Dejen ya de decir verdades porque la mentira los consumirá.
Epílogo B:
Lamentablemente yo y mi querido amigo anónimo y todo aquel que tenga la capacidad de interpretar signos alfabéticos acomodados de acuerdo a leyes gramaticales de un lenguaje específico proyectados en una pantalla que soporta el haz de electrones que escupe un tubo de rayos catódicos, terminaremos (si bien nos va) revolcándonos bajo la certeza de que somos demasiado humanos para librarnos de la maldición del signo. Demasiado humanos.