Proletarios de todos los países, quemad los libros de superación personal!
Creo que ya no debo ser tan hurón. Es decir, a veces me topo con cosas muy apetecibles, cosas que difícilmente conocería si no metiera las narices en donde no me incumbe, pero casi siempre termino dando con una mierda de las gordas. En esta ocasión estaba fisgoneando un raudal de libros viejos en un rincón de mi cocina. Ya anteriormente había encontrado buen material que hace varios años mi familia decidió jubilar y que les daba lo mismo que me los quedara a que siguieran acumulando polvo en sus cantos y lomos. Después de revolver un poco los textos, encontré el volumen uno de Historia de la sexualidad de Foucault y, excitado, creí que por ahí debían estar los otros dos tomos. Lo triste no es que jamás pude tropezar con El uso de los placeres y La inquietud de sí, sino que en mi búsqueda me embarré las manos con una de esas mierdas gordas de las que hablaba al principio. No, espera, no fue una mierda gorda, fue una caída hacia un abismo de mierda, fue sumergirme en un pringoso lago de caca, fue probar y odiar el sabor de las inmundicias.
Pensé que nunca saldría vivo de aquella, pero hice uso de todos mis conocimientos fen chui y, con la mente en blanco y acurrucado en flor de loto, me senté un rato a hojear aquella mierda de libro. Poco faltó para que vomitara sobre mi túnica, pero el aroma a sándalo del incienso ardiente me ayudó a someter mis músculos abdominales. Finalmente conseguí andar a través del tortuoso y al parecer infinito camino de las páginas, hasta pasar por el último signo de puntuación de la última hoja. Mi alma por ese entonces estaba tan encabronada con semejante agravio, que acumulé suficiente energía para hacer añicos el libro con la vista. En el piso, únicamente quedó un montecito de cenizas que desprendía una peste similar a una flatulencia. Cogí la escoba y el recogedor y oculté las evidencias. Luego comencé a investigar el paradero del autor, Eduardo Reyes Díaz-Leal, para ir a ahorcarlo. Todavía no consigo dar con él, pero aquí está su foto. Si lo conoces, por favor dime dónde encontrarlo. Le harás un favor a los campesinos asalariados, al proletariado activo e inactivo y a la naturaleza.
Bueno, creo que ya me la mamé suficiente. La verdad es que nunca he practicado feng shui ni tampoco pude acabar de leer el librito de mierda ese. No por falta de voluntad o coraje, sino porque hubiera sido una pérdida garrafal de tiempo. Bastó con hojearlo un poco para saber que se trataba de una mierda, no tenía que leerlo en su totalidad para corroborar mi primera impresión. Empero, la crítica que haré a continuación es bien válida, porque haz de saber que cualquier libro de superación personal y autoayuda sigue la misma estructura y en esencia dice las mismas patrañas. Basta con que hayas leído uno en tu vida, sino es que sólo una parte, para saber de que va el resto del lamentablemente titánico (y en constante aumento) tiraje de chatarra erróneamente conocido como “literatura” de “auto” “superación”. La forma y el contenido son equivalentes en todos los casos, aunque uno hable de un pinche roedor que se chingó el queso de su amigo y otro te explique como sentirte bien aunque seas un hijo de puta con todo el mundo. Yo un día leí 20 capítulos – es hora de subrayar que la estructuración de esas cagadas de libros es tan deficiente que se dividen en diez mil capítulos de un párrafo cada uno, y que dicen lo mismo que los próximos 50 apartados – de un libro nefasto que no recuerdo como chingados se llama pero que habla de la importancia de romper los viejos paradigmas para llegar al éxito. Fue una tarea escolar, yo no sabía antes qué carajo significaba leer un libro de autoayuda, y se los juro, me sentí tan humillado (el autor te habla con un cariño fascista como si fueras un pendejo subnormal sin autonomía y agradecido por permitirte compartir su sabiduría contigo) que en el reporte le dije al profesor con la mayor sinceridad que su libracho sólo servía para limpiarse el culo (con el riesgo de escindirse el ano con las hojas rugosas) y que me había sido imposible concluir la lectura porque sentía que por cada palabra que leía se me tostaba una neurona y que para el caso mejor era beber acetona. Le dije que un paradigma que el libro jamás me ayudó a superar es mi idea de que los libros de superación personal son una mierda. El profesor lógicamente se ofendió al leer mis palabras de hereje en contra del libro que lo iluminó y por poco me anda reprobando, porque ¡cómo es posible que alguien te escriba una crítica en vez de entregar un resumen como indicaban las instrucciones!, pero el pendejo se chingó y jamás tuve que repetir ese curso de mierda. En compensación de aquellos minutos de lectura inútil, cuando recibí mi ensayo de vuelta me cagué de la risa, porque el pendejo del profe me anotó que esas no eran tareas de cantina como para que yo usara un vocabulario tan soez, que sentara cabeza como el universitario que era y que si se había pedido un resumen no podía entregar lo que se me pegara la gana. JAJAJAJA.
Hubo, sin embargo, algo favorable en leer esos 20 indeseables capítulos. Entendí que los libros de superación personal no sólo están destinados para débiles mentales, sino que los lectores primordiales son gente más peligrosa: mentes tan perversas como poderosas. Me refiero a que estas lecturas son gran parte de los sagrados textos de cajón de políticos, economistas y publicistas. Si hiciéramos una tomografía vertical de sus cerebros, encontraríamos una zona ajada cerca del bulbo raquídeo con presencia avanzada de retraso mental. Esta zona, del tamaño de un gajo de toronja, se estimula con la lectura de textos de autoayuda y genera en el sujeto la sensación de conocimiento e iluminación sin que se lleve a cabo la sinapsis; por otra parte, ocupando una tercera parte del resto de la masa encefálica y con presencia predominante en el hemisferio derecho, encontraríamos un avanzado estado de descomposición de las células neuronales y una corteza cerebral deteriorada y podrida, que paradójicamente, presenta una actividad descomunal. Esta gran zona, de color negro desteñido, tras el estímulo provocado por la lectura de textos de autoayuda, tergiversa las impresiones sentimentales del sujeto, desvanece sus límites morales y neutraliza la conmoción de culpa y arrepentimiento. Al igual que un pinchazo de heroína, los libros de superación personal generan un estado de dependencia en el sujeto, estado que aumenta de acuerdo al volumen de lectura y provoca un deterioro progresivo de la zona ennegrecida de la masa encefálica.
Leyendo y memorizando estas basofias, los buitres capitalistas se las arreglan para justificar todas la chingaderas que nos hacen. Se purifican individual y estructuralmente. Además, logran recontextualizar teorías financieras y políticas económicas dentro de un molde metafísico de almanaque que nada tiene que ver con la realidad: progreso, marketing internacional, análisis DOFA, circunspección, logística empresarial, dios, propiedad intelectual, ganar ganar, E-commerce... Su fanatismo e idolatría por abstracciones de fenómenos que inciden directa y sistémicamente en el mundo nos está llevando a todos a la chingada. ¡¡¡Capitalistas neoliberales de mierda, los odio con todas mis putas fuerzas!!!
Por último, tengo que volver al punto de partida de esta cavilación. La razón por la que me vi frente a frente con el mentado libro que hallé en la cocina (y no me refiero al de Foucault) fue el título, que me llamó la atención: EL 11° MANDAMIENTO: EXPORTARÁS. El mero nombre me anticipó bastantes cosas. Religión y mercadotecnia aplicada a las relaciones internacionales. Yo ya sabía que nunca llegas a nada bueno cuando comienzas a mezclar mierda con mierda, o sea, menos por menos no da más fuera del contexto de las matemáticas, por el contrario, da mucho menos. Para variar, el mierda de Eduardo Reyes es un beato que adora a dios (quien viene incluido en los agradecimientos, junto con otros crápulas estrategas del comercio exterior, “cuyo esfuerzo no ha sido en vano”), pero sobre todo adora a la humanidad. Ay, mi vida, nos adora a todos, hay que darle las gracias. Su libro, es, según él, “[una] contribución pequeña, pero si ésta se suma a la contribución de todos los comprometidos con la vida, seguramente nos ayudará a tener un mundo mejor” Hijo de tu puta madre, si quieres un mundo mejor métete el libro por el culo y evita que alguien lo lea. O sea, para mi es imposible entender cómo alguien comprometido con la vida celebra al mismo tiempo las ideas, los mecanismos y los organismos que la niegan.
La cosa es que memos con doctorado como el Sr. Reyes, a partir de ese discurso de mejorar como personas, sin más, dotan a las empresas de cualidades y virtudes y pretenden dejar entre renglones que actualmente sufrimos un sistema que se llama capitalismo y todo lo que esto implica. Sr. Reyes, con su permiso, me voy a mear sobre su ridícula tesis: la actual tendencia a la exportación (y la renuencia de muchos productores y comercializadores hacia ella) no responde a ningún mandato divino ni a ninguna visión proyectiva de empresarios pioneros. Pamplinas. Está olvidando que lo político y lo económico están ferozmente engarzados. Da la coincidencia de que el capital, en su incesante búsqueda histórica para multiplicarse, ha encontrado hoy un nuevo patrón de reproducción: la exportación. ¿A poco no le dieron clases de marxismo en Harvard? Ya decía yo. Luego están las políticas económicas, instrumentos para soportar el patrón vigente de reproducción del capital. Estas políticas económicas sólo pueden ser aplicadas desde el Estado, aunque originariamente nacen en los focos acumuladores de capital que emplean su hegemonía y hallan eco en Aquel. Los Estados pues, firman tratados de libre comercio, compran mercancías en países donde el tipo de cambio es más barato, eliminan aranceles, subvencionan al campesinado para que venda sus productos a un costo más bajo, migran maquilas al tercer mundo donde las desregulaciones son pasadas por alto, usurpan hasta la muerte regiones naturales enteras y, por supuesto, golpean al mercado interno de las naciones dependientes, asalariando la fuerza de trabajo. ¿Dónde quedó diosito, dónde quedó la competitividad en la aldea global, dónde quedó el queso gruyère del ratón? Sr. Reyes, usted entenderá que su buffette internacional vale un pito dentro de este modelo de acumulación. Con o sin usted, las exportaciones continuarán hasta que se encuentre un patrón de reproducción del capital más redituable. ¿Está claro? Ah, chingá, ¿y por qué coños te comencé a llamar de usted? ¡Vete a la mierda, hijo de puta!
Bueno, bueno, creo que ya es momento de compilar los posts de este blog apestoso y publicar un best seller que se llame “Cómo ser feliz en tiempos neoliberales.” ¿Qué editorial se aventaría a publicarlo? Chance y Selector.