Mujer… casos de la vida irreal
Hace muchomuchotiempo, como en los cuentos de Hans Christian Andersen, yo no sabía hablar y me pasaba el tiempo viendo a las mujeres más importantes para mí, ahí embobadas con el bodrio de programa, sorbiendo mocos, inconsolables. A veces volteaba hacia la pantalla, claro, pero ningún cuerpo radiante de imperfectible despertaba en mí ninguna pasión. Con las tías, abuelas, tías-abuelas y añadidas, era diferente. Tal era el volumen de compasión que desbordaban junto con las lágrimas, que terminé por creer que, en efecto, los dramas de Televisa representaban casos de la vida real. Crecí convencido de que la mujer es abnegada, de que el varón proveedor impone, de que los viejos son sabios y de que a las niñas de quince años se les antoja un buen trozo de vergüenza aunque se trate de la vergüenza de un menso inadaptado (!!!). Acabo de corroborar que fui un gran pendejo, víctima del totalitarismo mediático, al creer semejantes barbaridades. El hecho de que el grueso de los simios mexicanos se comporte exactamente igual no es, en lo absoluto, consolador.
Por el contrario, es más probable que estemos frente a un índice válido sobre la homogeneización en la percepción de los productos de comunicación masiva, o sea, la inducción hacia una ideología cerrada, signo de signos, y, en consecuencia, sobre la ratificación y mantenimiento de las estructuras de poder. Me deja perturbado el hecho de que, aún retratando varios niveles de la estatificación social, la versión que muestre la telenovela sea la de creencias y valores necesarios, transclase, evidentes, en la construcción simbólica de una sociedad de contenido normalizado. La realidad no es así, pero a la gente le gustan más los simulacros. A veces es doloroso, pero puedes descubrir raíces de las transformaciones en la cultura a través de la programación de la caja idiota.
A continuación resumo algunas escenas que me parece aglutinan una buen pila de valores reaccionarios de una sociedad reaccionaria transmitida por una televisora reaccionaria y recibidos por un par de ojos no menos reaccionarios:
Diálogo entre un cura y una teporocha que acaba de despertar a los pies de una iglesia católica-apostólica-romana. El cura se tarda 10 minutos en no decirle nada sobre los designios de Dios, salvo que, a no ser que abandone la terrible costumbre de beber hasta perder la dignidad, nunca va a conocer a Dios. La teporocha, sin embargo, está más preocupada por la cruda que por asuntos burocráticos en el Paraíso. Empecinado como si acabaran de publicar una encíclica rerum novarum, el venerable se arruga la sotana, aprieta los ojos de desesperación, ensaya distintos discursos, pero la teporocha ya lo ha dicho puntualmente: “Ay, padre, si supiera cómo me gusta la bebida”.
Con las manos engarzadas solidariamente, dos fresas platican, o bien en la UVM, o bien en la Ibero. La más bonita le dice a la menos bonita si de verdad piensa abortar. La menos bonita le pide que hablen en voz baja (algunos alumnos ñoñean por los pasillos). La más bonita baja la voz y sigue dale que dale. Parece que no saben que en el IMSS le pueden sacar al muchachito sin tanto camelo.
El galán que luce la ingeniosa barbita de candado que todos conocemos, que vive en una casa envidiable, que trabaja arduamente en una oficina de Paseo de la Reforma, se llama Emilio. La esposa de Emilio siempre está briaga. Emilio anda furioso, regaña a su esposa por dar un mal ejemplo a sus hijos, no digamos a la sociedad. El momento coyuntural no está ausente: al fondo de la estancia, en segundo plano, un cacharro de plástico que se supone que es un pino nos recuerda por undécima vez que Navidad y felicidad son sinónimos (incluso en los hogares más conflictivos, incluso en las situaciones más penosas).
La esposa de Emilio sale a pasear con su comadre. La esposa de Emilio, fiel a la costumbre, está peda. Su comadre la previene de volverse alcohólica. La esposa de Emilio, con seguridad balbuceante, afirma que toma porque quiere. Que lo deja cuando quiera. Que decide por su cuenta. Después comienza la seudomoraleja seudofeminista que seudocomprueba que una mujer que chupa a la hora de la comida como los grandes ejecutivos es una mujer liberada. Nueva contribución para la teoría feminista que lucha por espacios de representatividad en los granos de mierda tradicionalmente masculinos.
Una muchacha miserable (aunque inusualmente buenísima), campeona entre las mártires golpeadas por la vida que ni así traicionan sus principios, se prueba un vestido limpio. Su madre y todas las chiquillas que viven hacinadas en la pocilga sonríen por la buena suerte de su hermana: esta noche bailará con un príncipe hijo de distinguidos empresarios financieros (cualquier parecido con la Cenicienta, Blanca Nieves, la Bella durmiente, etc., no representan sequía imaginativa) (cualquier parecido con discurso demagógico para convencer de que existe la movilidad social es pura chifladura).
Homenajeando a Octavio Paz, tampoco está exenta su invención: la madre sufrida. Ya saben, la típica gordita de pelo chino y mandil de cuadritos que llora a moco abierto como mis tías porque no puede calmar la calentura de su hija que ya anda puteando con sus compañeros homosexuales. Los argumentos de la pre-adolescente, sobra decirlo, ejemplifican los valores actuales de una juventud educada violentamente por la moda individualista. Los argumentos de la madre, sobra decirlo, reproducen los valores enquistados de una generación educada violentamente por la sintaxis de objetos actualmente resemantizados o sepultados para siempre.
(tsuzugu)
Por el contrario, es más probable que estemos frente a un índice válido sobre la homogeneización en la percepción de los productos de comunicación masiva, o sea, la inducción hacia una ideología cerrada, signo de signos, y, en consecuencia, sobre la ratificación y mantenimiento de las estructuras de poder. Me deja perturbado el hecho de que, aún retratando varios niveles de la estatificación social, la versión que muestre la telenovela sea la de creencias y valores necesarios, transclase, evidentes, en la construcción simbólica de una sociedad de contenido normalizado. La realidad no es así, pero a la gente le gustan más los simulacros. A veces es doloroso, pero puedes descubrir raíces de las transformaciones en la cultura a través de la programación de la caja idiota.
A continuación resumo algunas escenas que me parece aglutinan una buen pila de valores reaccionarios de una sociedad reaccionaria transmitida por una televisora reaccionaria y recibidos por un par de ojos no menos reaccionarios:
Diálogo entre un cura y una teporocha que acaba de despertar a los pies de una iglesia católica-apostólica-romana. El cura se tarda 10 minutos en no decirle nada sobre los designios de Dios, salvo que, a no ser que abandone la terrible costumbre de beber hasta perder la dignidad, nunca va a conocer a Dios. La teporocha, sin embargo, está más preocupada por la cruda que por asuntos burocráticos en el Paraíso. Empecinado como si acabaran de publicar una encíclica rerum novarum, el venerable se arruga la sotana, aprieta los ojos de desesperación, ensaya distintos discursos, pero la teporocha ya lo ha dicho puntualmente: “Ay, padre, si supiera cómo me gusta la bebida”.
Con las manos engarzadas solidariamente, dos fresas platican, o bien en la UVM, o bien en la Ibero. La más bonita le dice a la menos bonita si de verdad piensa abortar. La menos bonita le pide que hablen en voz baja (algunos alumnos ñoñean por los pasillos). La más bonita baja la voz y sigue dale que dale. Parece que no saben que en el IMSS le pueden sacar al muchachito sin tanto camelo.
El galán que luce la ingeniosa barbita de candado que todos conocemos, que vive en una casa envidiable, que trabaja arduamente en una oficina de Paseo de la Reforma, se llama Emilio. La esposa de Emilio siempre está briaga. Emilio anda furioso, regaña a su esposa por dar un mal ejemplo a sus hijos, no digamos a la sociedad. El momento coyuntural no está ausente: al fondo de la estancia, en segundo plano, un cacharro de plástico que se supone que es un pino nos recuerda por undécima vez que Navidad y felicidad son sinónimos (incluso en los hogares más conflictivos, incluso en las situaciones más penosas).
La esposa de Emilio sale a pasear con su comadre. La esposa de Emilio, fiel a la costumbre, está peda. Su comadre la previene de volverse alcohólica. La esposa de Emilio, con seguridad balbuceante, afirma que toma porque quiere. Que lo deja cuando quiera. Que decide por su cuenta. Después comienza la seudomoraleja seudofeminista que seudocomprueba que una mujer que chupa a la hora de la comida como los grandes ejecutivos es una mujer liberada. Nueva contribución para la teoría feminista que lucha por espacios de representatividad en los granos de mierda tradicionalmente masculinos.
Una muchacha miserable (aunque inusualmente buenísima), campeona entre las mártires golpeadas por la vida que ni así traicionan sus principios, se prueba un vestido limpio. Su madre y todas las chiquillas que viven hacinadas en la pocilga sonríen por la buena suerte de su hermana: esta noche bailará con un príncipe hijo de distinguidos empresarios financieros (cualquier parecido con la Cenicienta, Blanca Nieves, la Bella durmiente, etc., no representan sequía imaginativa) (cualquier parecido con discurso demagógico para convencer de que existe la movilidad social es pura chifladura).
Homenajeando a Octavio Paz, tampoco está exenta su invención: la madre sufrida. Ya saben, la típica gordita de pelo chino y mandil de cuadritos que llora a moco abierto como mis tías porque no puede calmar la calentura de su hija que ya anda puteando con sus compañeros homosexuales. Los argumentos de la pre-adolescente, sobra decirlo, ejemplifican los valores actuales de una juventud educada violentamente por la moda individualista. Los argumentos de la madre, sobra decirlo, reproducen los valores enquistados de una generación educada violentamente por la sintaxis de objetos actualmente resemantizados o sepultados para siempre.
(tsuzugu)
3 Maldiciones:
Hola, pues prefiero llamarle "Comentario" y no maldición.
jaja si la clásica madre sufrida no es carmen salinas entonces no sé de que hablabas
buen blog
Si las historias de Tv Azteca apestan,las de Televisa son aun más pendejas...
Sí, son repugnantes esas alucines frecuentes a la mitología del ascenso social en la mierda televisada. Pero aún así me casaré con un guevón hijo de Bailleres o Arango, tal vez a mí sí se me haga el sueño realidat, jeje.
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